Desde 1129, el ascenso de los templarios fue meteórico. En esa fecha, durante el Concilio de Troyes, gracias al respaldo entusiasta de san Bernardo de Claraval —uno de los pensadores más influyentes del cristianismo medieval y alma de la reforma cisterciense—, la Iglesia Católica oficializó a la Orden del Temple.
De ahí en adelante, comenzaron a acumular privilegios: exención de impuestos, autonomía jurídica y obediencia directa al Papa. Además, su presencia se hizo habitual en fortalezas, caminos y oratorios por toda Europa y Tierra Santa.
A lo largo del Viejo Continente, surgieron instituciones dependientes de su autoridad, incluyendo lo que podríamos considerar bancos primitivos. Gracias a ellos, uno podía depositar dinero en Londres y retirarlo en Acre, siglos antes de que Mastercard soñara con existir.
Dan Jones, en su ambiciosa crónica Los templarios (traducida impecablemente por Joan Eloi Roca) traza el momento en que todos estos detalles históricos se entrelazan con la leyenda. Dado el prestigio de la orden, a Jones no le sorprende que la ficción literaria comenzara a apropiarse de sus hazañas.
«Que los escritores comenzaran a transformar en ficción a los templarios incluso mientras la orden existía no resulta sorprendente», afirma. Para comienzos del siglo XIII, ya era una fuerza conocida en casi toda Europa. Aunque su huella era tenue en países como Alemania —donde vivía Wolfram von Eschenbach, autor del poema artúrico Parzival y responsable del vínculo templario con el Santo Grial—, su reputación trascendía fronteras.
Pasaron de ser «un equipo de rescate de peregrinos» a convertirse en «una unidad militar de élite, siempre en la primera línea de las cruzadas. Combatieron contra Saladino, lucharon junto a Ricardo Corazón de León, ganaron fama en las áreas más peligrosas de Tierra Santa y participaron activamente en la Reconquista.
«Desde sus humildes inicios, se convirtieron en uno de los grupos más poderosos de la Baja Edad Media». Su influencia, nos dice Jones, se extendía por las cortes de Europa y acumulaban propiedades a lo largo y ancho de la cristiandad, lo que inevitablemente les granjeó enemigos. «De ahí a convertirse en un elemento literario no había un gran salto», concluye.
Más allá de su leyenda, los templarios también se convirtieron en una especie de multinacional de la fe, con una fuerza armada y una red logística formidables.
Pero el mundo medieval, como todo buen escenario trágico, no perdona el poder sin límites. La caída de esta orden se forjó a fuego lento. Y tuvo un actor principal: Felipe IV de Francia, conocido como «el Hermoso» (aunque más por su ambición que por su capital estético). Endeudado hasta las cejas con ellos, Felipe vio en los templarios no tanto una amenaza como una oportunidad. Y no hay cosa más peligrosa que un rey desesperado con verdugos y conspiradores a su servicio.
El 13 de octubre de 1307, los templarios fueron arrestados en Francia. La lista de acusaciones era grotesca: herejía, idolatría, sodomía, oscuros rituales… Bajo tortura, muchos de ellos confesaron cualquier cosa que se les preguntaba.
En 1312, el papa Clemente V, una marioneta en manos de Felipe, disolvió la orden. Y en 1314, el gran maestre Jacques de Molay fue quemado vivo en la hoguera.
Entre el Santo Grial y la Gran Conspiración
El gran mérito del historiador Dan Jones es que sabe caminar sobre la cuerda floja del relato, sin caer en la sequedad del erudito y, por supuesto, evitando el sensacionalismo de los cultivadores del misterio.
Subrayo esto último porque hablar de los templarios equivale, casi inevitablemente, a invocar leyendas imponentes: el Santo Grial, los tesoros ocultos, los vínculos con sociedades secretas, los manuscritos perdidos…
Como el autor señala en el último tramo del libro, los templarios no desaparecieron: se transformaron en leyenda. O mejor dicho, en combustible para novelas, libros esotéricos y guiones de Hollywood. Novelas como El código Da Vinci, de Dan Brown, o El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, han contribuido reforzar la idea de que los templarios son la clave de una gran conspiración para dominar el mundo. Evidentemente, nada de esto es cierto.
«Aunque en ocasiones —escribe Dan Jones— algunos fragmentos de supuestas pruebas se combinan con convenientes lagunas en el registro histórico para proporcionar ‘evidencias’ de la falsa historia de los templarios, debe enfatizarse que casi todos los materiales de la teoría de la supervivencia de los templarios proceden de obras de ficción o son simplemente invenciones. Se trata de un fenómeno único en la historia de las órdenes militares, aunque muy común en la historia del mundo».
La historia real
Jones desmonta pacientemente estas fabulaciones. Y lo hace con un respeto que nace del amor por la historia real. En este sentido, la lectura de Los templarios nos recuerda que no hace falta invocar lo oculto para asombrarnos. Que la verdad —aquella que se esconde en los archivos, en las cartas, en los registros de juicios— es a veces más inquietante que la fantasía.
En todo momento, su análisis de las fuentes primarias —bulas papales, crónicas medievales, actas eclesiásticas— tiene el pulso de un formidable investigador. Jones no solo nos dice qué pasó, sino por qué fue importante que pasara.
También nos presenta a los hombres tras el mito templario: Hugo de Payns, promotor de la orden en sus inicios; Gérard de Ridefort, con inclinación —leemos— por actuar con audacia en cuestiones políticas y «una agresividad que a menudo rayaba en la temeridad»; o el más conocido de todos, Jacques de Molay, mártir o víctima, según se mire.
El libro los humaniza, porque la historia —la de verdad— no es un panteón de estatuas, sino una galería llena de contradicciones y matices.
Un relato vibrante
Quien al abrir las páginas de Los templarios espere una obra densa o académica, se encontrará con un relato vibrante, que avanza con ritmo, determinación y asombro. Dan Jones tiene un don poco común entre los historiadores: su prosa está llena de imágenes evocadoras, diálogos reconstruidos con cuidado y escenas que parecen arrancadas de un guion cinematográfico.
No es casualidad que Netflix lo haya fichado en documentales como Secrets of Great British Castles. Jones tiene sentido del espectáculo, pero sin traicionar el rigor. Es un historiador que narra como novelista, pero piensa como un cronista del siglo XXI.
Además, sabe cuándo frenar. En un tema cargado de hipérboles, no nos vende la idea de una orden secreta inmortal, sino la de una institución profundamente arraigada a su tiempo.
¿Qué queda del Temple?
Tal vez lo que más nos atraiga de la historia templaria no sea su gloria ni su caída, sino su ambigüedad. Fueron santos y mercenarios, místicos y políticos, mártires y verdugos. Representan, en el fondo, esa lucha eterna entre los ideales y el poder, entre la luz que promete la fe y la sombra que proyecta el fanatismo.
Hoy, cuando el mundo parece otra vez desgarrado entre credos enfrentados y ambiciones desmedidas, la historia de los templarios resulta evocadora. Y lo es porque nos habla de cómo una idea noble puede ser devorada por su propio éxito.
Quizás por eso, al cerrar el libro de Dan Jones, queda la impresión de que . Quizá los templarios no custodiaron el Santo Grial, pero nos dejaron otro tipo de tesoro: el impulso que convierte a figuras históricas en el material del que están hechos los sueños.
Sinopsis
Jerusalén, 1119. Tras la violencia de la Primera Cruzada, un pequeño grupo de caballeros en busca de redención decide fundar una nueva orden religiosa con el objetivo de proteger a los peregrinos cristianos en sus viajes a Tierra Santa. Desde este humilde origen, los templarios crecerían durante los siguientes dos siglos hasta convertirse en la orden religiosa más rica y poderosa de la cristiandad. Su espectacular final, cuando un rey envidioso los acusó de herejía, blasfemia y orgías, no hizo sino acrecentar su leyenda, que perdura hasta nuestros días.
Dan Jones aborda la trepidante historia de la Orden del Temple, entrelazada con las cruzadas en Tierra Santa y en España, y crea con su elegante prosa un retrato fidedigno y vívido de los templarios, desde sus combates ataviados con sus icónicas túnicas blancas con una gran cruz roja, hasta la sofisticada red financiera que tejieron en toda Europa, donde gozaron de notables privilegios y del favor de reyes, nobles, papas y emperadores.
Esta es una historia épica de guerra, religión, dinero y poder, cuyo sorprendente desenlace, el famoso viernes 13 de 1312, constituye uno de los momentos más fascinantes de la historia medieval.
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