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«Los Siete de Blake» (1978), de Terry Nation

Discrepar es bueno. Nada extingue el dramatismo más rápido que personajes que se lleven a las mil maravillas. El drama nace del conflicto entre personas con diferentes objetivos y motivaciones. En el caso de la ciencia-ficción televisiva esto puede ser un verdadero problema. Cuando todos tus personajes siguen ciegamente al comandante, el único drama que se puede extraer proviene de algún miembro que discrepa. Al final, morirá, se arrepentirá o lo echarán y todo volverá al statu quo.

Pero eso no sucedía en Los Siete de Blake. Esta curiosidad de los archivos de la BBC ha conseguido mantener no pocos seguidores desde su finalización en 1981 y a menudo se la menciona con nostalgia y con el sentimiento de que los tiempos están maduros para una nueva versión. ¿Por qué? Nacida en la década de los setenta, cuando Star Wars (que se estrenó el mismo día que se emitió el primer episodio de la serie) mostraba al mundo cómo la space opera podía utilizar efectos especiales de última generación, es difícil de creer que una serie televisiva con un presupuesto tan ajustado no fuera inmediatamente cancelada, arrasada por el tsunami de aventura y rayos láser que George Lucas inició desde la pantalla grande.

Terry Nation, más conocido por ser el creador de los Daleks, los archienemigos del Doctor Who, fue el que dio con la idea de trasladar a los Doce del patíbulo al espacio. Poco más que esa escasa imagen necesitó la BBC para encargar 13 episodios de cincuenta minutos que compusieron la primera temporada. Nation se ocupó de escribir los guiones de todos ellos. La idea central era coger a un grupo de criminales y organizarlos como una banda de rebeldes enfrentados a un régimen opresivo. Sólo Roj Blake, el héroe titular, podía ser considerado una víctima relativamente inocente de la justicia de la Federación.

Esta mezcla de Star Trek y las aventuras de Robin Hood comenzaba cuando Blake se veía mezclado con en un grupo de resistencia que luchaba para liberar al pueblo de un gobierno que los mantiene sedados y dóciles a base de saturar el aire y el agua de drogas y que no tolera la oposición. Ese grupo acaba siendo masacrado y Blake es juzgado por crímenes que no cometió. Lo meten en una nave prisión con destino a una lejana colonia penal y allí se encuentra con otros criminales que no se molestan en negar los cargos de los que se les acusan. Cuando el transporte se encuentra con una extraña nave a la deriva, envían a los prisioneros más prescindibles a investigar y ver si hay algo que merezca la pena llevarse. Blake y otros dos aprovechan el momento para escapar en la nave, volviendo luego a la colonia penal para reclutar más presidiarios para la causa. La nave, a la que bautizan como Libertador, es alienígena, más rápida que cualquier otra en la galaxia, una poderosa arma que el grupo de Blake puede usar contra la Federación, además de aprovecharla para ir “donde ningún hombre ha ido antes”.

Esta respuesta de la BBC a la norteamericana Star Trek distaba mucho de ser una buena serie desde el punto de vista técnico. Los trajes eran cutres, la interpretación mediocre y los argumentos ridículos. Los escenarios se sostenían a base de cinta aislante, las civilizaciones futuristas tenían un aspecto tercermundista y los efectos especiales no tenían nada de especial. ¿Por qué entonces dedicarle unas líneas? ¿Y a qué se debe que mantenga su popularidad?

La respuesta se reduce a una sola palabra: el desacuerdo. En Los Siete de Blake hay desacuerdos continuos, externos e internos. Por una parte, la tripulación del Liberador lucha contra un régimen opresivo, la Federación, que disfrazado bajo el eslogan de la unidad, esclaviza planeta tras planeta para aumentar su propio poder. El Libertador proporciona a Blake y sus hombres la oportunidad de devolver el golpe sin ser aplastados en el proceso. Por otra parte, el conflicto interno nace de unos personajes que no se caen bien, que desconfían unos de otros, pero que siguen juntos por necesidad o conveniencia.

El concepto de un pequeño grupo de gente huyendo de un gobierno totalitario mientras trata de causar el máximo daño posible no es exclusivo de Los Siete de Blake. Sin embargo, esa amenaza externa constituye el elemento unificador de toda la serie. Los tripulantes del Libertador son presentados como héroes, pero en realidad sus personalidades tienen rincones oscuros como para ser considerados tales –sobre todo gracias al supervisor de guiones Chris Boucher, que se resistió al gusto de Terry Nation por las simplonas historias de “el bien contra el mal”. Habría sido fácil plantear el asunto como en Star Wars, donde el Imperio es descrito como un ente totalmente malvado, despiadado y todopoderoso. Todo el mundo parece odiar al Imperio y nunca se mencionan los posibles beneficios que puede haber aportado a los planetas que conquista (sin contar con los millones de personas que dependen de él para conseguir suministros, comida, comercio, tecnología, medicamentos y seguridad). El Imperio es simplemente algo que hay que destruir; todo el que se oponga a la Alianza rebelde es, por definición, malvado.

Los Siete de Blake trató de explorar la idea de que toda acción tiene consecuencias, ya sean éstas positivas o negativas. Sí, la Federación es corrupta, pero ¿Cuántos planetas sufrirían si desapareciera? Un ejemplo de este planteamiento aparece al final de la segunda temporada, cuando Blake y su tripulación encuentran Star One, el centro nervioso de la Federación.

Desde esta base ultrasecreta la Federación controla todo, desde los climas artificiales de cientos de planetas colonizados a sistemas de navegación de naves de transporte. Si destruyen las instalaciones, conseguirían asestar un golpe tremendo a la Federación, quizá hasta desmantelarla. Para Blake, esta es su mejor oportunidad de ganar la guerra. Toda la temporada se ha dedicado a encontrar esta base y el rebelde está dispuesto a destruirla.

El problema es que no sólo incontables millones de personas dependen de los sistemas de Star One para sobrevivir, sino que este centro de control también supervisa un enorme campo de minas que mantiene alejados a invasores de otras galaxias. Si destruyen la base, dejarán vía libre a esos conquistadores y dejarán indefensa y sumida en el caos a la humanidad. Es una excelente muestra de cómo la serie se movía continuamente en las zonas grises de la ética y la moral.También se podría apuntar que representar a la tripulación del Libertador como terroristas fue un concepto muy adelantado a su tiempo. La nueva Battlestar Galactica (2004) hizo algo similar, aunque menos sutil, con los episodios que transcurrían en Nueva Cáprica, introduciendo referencias directas a la insurgencia y el terrorismo y trazando paralelismos con Irak y Afganistán. Gracias al IRA, el terrorismo era algo que estaba muy presente en las mentes de los británicos que veían Los Siete de Blake a finales de los setenta. Aunque la serie nunca trató de hacer alusiones tan claras como Galáctica a los acontecimientos contemporáneos, la idea estaba allí.

Es el polo opuesto a Star Trek. En la popular serie norteamericana, la Federación se representa como una fuerza positiva en el Universo. Es una organización progresista, como las Naciones Unidas en nuestro propio mundo, los planetas aspiran a ser miembros y ser aceptados es motivo de celebración. Dejando aparte al ocasional almirante corrupto, la Federación mantiene una estructura impoluta y obstinadamente positiva. La Enterprise es la nave bandera de la Flota Estelar, su tripulación ha eliminado cualquier noción de conflicto racial, beneficio económico o luchas personales por el poder a favor de la exploración y el hallazgo de nuevas especies. Es una ética admirable, mucho más positiva que las ideas que se esconden tras Los Siete de Blake. Pero también ahoga fácilmente cualquier intento de avivar el drama. En lugar de concentrarse en los problemas y amenazas internos, Star Trek se enfrentaba cada semana a peligros que provenían de fuera: razas alienígenas, anomalías espaciales y computadoras chifladas con delirios de grandeza. ¿Cuántos argumentos podrían haber extraído de la idea de que la Federación se había corrompido tanto que el capitán Kirk o Jean-Luc Picard deciden romper sus lazos con ella y encabezar una revuelta? (Por supuesto, esto nunca sucedió. Cualquier elemento corrupto en el seno de la Federación siempre trabajaba solo y acababa llevándose su merecido al final del episodio).

En cambio, en el mundo de Blake, la corrupción está tan integrada en la Federación que resulta imposible acabar con ella. En uno de los desenlaces más inesperados de la historia de la ciencia-ficción televisiva, el grupo de Blake encuentra un final sangriento mientras que la Federación sobrevive sin problemas. Puedes luchar contra la corrupción; incluso puede que ganes algunas batallas contra ella; pero en el mundo real, organizaciones semejantes tardan décadas en desmantelarse y las cosas nunca acaban por resolverse fácilmente, si es que lo hacen.

Blake es el cruzado ejemplar. Lucha contra la Federación porque cree que es un régimen injusto. No busca llevar a sus líderes ante los tribunales, sino aniquilar todo el sistema. Aunque la Federación pone el lienzo sobre el que la serie pinta sus sombras grises, esta amenaza exterior –la idea de un statu quo universal contra el que los héroes deben combatir– no es lo que hace de Los Siete de Blake algo diferente. No, lo que la eleva por encima de sus naves de cartón y sus hombreras acolchadas es algo muy sencillo: Blake puede ser un idealista, un Robin Hood del futuro, el epítome de un héroe; pero el resto de sus compañeros (el genio informático Kerr Avon, el ladrón Vila Restal, el gigante Olag Gan, la contrabandista Jenna Stannis, el telépata Cally y el ordenador de a bordo) no comparten necesariamente sus ideales.

Este concepto tan simple es un motor tremendamente poderoso para generar tensión dramática. Cogiendo la idea de Doce del patíbulo y formando la banda de Blake a partir de carne de presidio, cualquier cadena de mando queda condicionada a quien tenga la voluntad más fuerte y la voz más potente. Cuando tus hombres están contigo no porque comparten tus objetivos sino porque piensan sacar un beneficio personal de ello, no es fácil mantener el orden. Permanecer a bordo del Libertador proporciona cierta seguridad, un propósito y una oportunidad. Pero, aunque prefieren seguir a un líder fuerte, arriesgar sus vidas para derribar a una todopoderosa Federación no es lo que sueña ninguno de ellos. Y de ahí se desprende una interesante dinámica.

Un personaje en particular es mucho más importante que los otros, acumulando toda la popularidad y poder de atracción entre los seguidores. Y no es Blake.

Kerr Avon era uno de los prisioneros enviados por la nave prisión para investigar el Libertador junto a Blake y una tercera prisionera, Jenna. Genio de los ordenadores acusado de fraude económico, estuvo claro desde el principio que Avon no era el típico héroe de CF. No sólamente cuestiona los planes de Blake, sino que a menudo actúa en contra. Es cínico, grosero, sardónico y tremendamente inteligente. Casi todo lo que hace está motivado por su propio interés. De vez en cuando, rescata a Blake u otro personaje para sorpresa de él mismo y de sus compañeros. Ejemplo clásico de cómo funcionaba su mente es el episodio “Horizonte”, en el que el resto de la tripulación cae prisionera y Avon se queda sólo en el Libertador, orbitando el planeta. Sabiendo que necesitan su ayuda, Avon consulta al superordenador Orac para calcular sus posibilidades de supervivencia si abandona a sus compañeros y huye con la nave. No son muchas, así que se teleporta y rescata al grupo.

Es el caso de un guión por lo demás bastante soso que consigue interesar al espectador. Uno se pregunta si realmente Avon va a robar la nave y abandonar a la tripulación (obviamente, al final tendrían que escapar y atraparlo, porque, si no es así, difícilmente se podría continuar la serie). La idea de que podía suceder cualquier cosa, de que en cualquier momento cualquier personaje podía traicionar o abandonar a los demás, mantuvo al público enganchado a la pantalla.

Esas disensiones internas entre los personajes han sido mucho más comunes en series de CF más modernas. Joss Whedon o Ronald Moore han producido series de éxito gracias a plantear el mismo tipo de conflicto que Los Siete de Blake décadas antes. La nueva versión de Battlestar Galactica apuesta por el realismo, con personajes enredados en dilemas morales y relaciones difíciles así como alegorías sobre el terrorismo y la invasión de Irak. Hay abundantes historias y arcos argumentales superpuestos y aunque es probable que Galáctica sea más una reacción a Star Trek que un intento de seguir el camino abierto por una serie británica de los setenta, hay paralelismos interesantes entre ambas.

Mucho más parecida en el tono es Firefly (2002-2003), la breve serie space-western escrita por Joss Whedon. En ella, un pequeño grupo de parias y criminales acaban juntos a bordo de la nave Serenity por las razones más diversas. Aunque evitan llamar la atención sobre la todopoderosa Alianza, la tripulación acaba convertida en objetivo de la misma cuando el capitán Mal decide dar refugio a dos fugitivos. El enfoque es ligeramente distinto: Mal trata de evitar la atención de la Alianza mientras que Blake hace todo lo que está en su mano para dañar a la Federación; pero en el fondo ambas series se apoyan en lo mismo. Tomemos por ejemplo el episodio de Firefly titulado “Ariel”, en el que uno de los miembros de la tripulación, Jayne Cobb, traiciona por dinero a los otros. Jayne no es Avon, es un matón poco inteligente que resulta útil en una pelea, pero su disposición a vender a sus compañeros lo dice todo sobre el tono de la serie. Mal castiga a Jayne encerrándolo en la escotilla exterior y amenazando con lanzarlo al espacio, lo que recuerda al episodio “Orbita” de la cuarta temporada de Los Siete de Blake, en el que Avon y Vila se quedan abandonados en una lanzadera demasiado pesada para despegar; el ordenador Orac afirma que eliminando el peso de Vila, Avon podría salvarse. Éste pasa el resto del episodio persiguiendo con un arma a una aterrorizada Vila con la intención de echarla al espacio.

De nuevo en el universo de Star Trek, tenemos la situación opuesta. Tomemos La Nueva Generación por ejemplo. La tripulación de la Enterprise se lleva tan bien que cuando surge un conflicto importante debido a que alguien resulta poseído por una entidad alienígena, se fomenta el debate, pero al final es el capitán el que da las órdenes y todos los demás corren a obedecerlas. No se tolera la discrepancia. En lugar de permitir que Riker traicione a los demás por dinero, se prefiere enfrentar a los personajes con amenazas externas –externas incluso a la Federación-. Cuando Q o los Borg ponen en peligro la Enterprise de Picard, es el trabajo en equipo de la tripulación lo que salva a todos. Hay poco drama que extraer de los protagonistas principales; nadie amenaza realmente a nadie dentro del grupo ni ningún personaje está a punto de echar por la escotilla a otro por insubordinación.

Las cosas cambiaron algo con Star Trek: Deep Space Nine (1993-1999). Internamente, la Federación siguió siendo una sólida unidad con objetivos comunes, pero se encuentra enredada con los Bajoranos y los Cardasianos, que se odiaban entre sí. Esto conseguía una dinámica más interesante entre los diferentes personajes que el eterno enfrentamiento con los Klingons.

La serie del universo de Star Trek que tenía más en común con Los Siete de Blake fue Voyager (1995-2001). Separados de la Federación, a años luz de casa y con dos tripulaciones enemigas obligadas a cohabitar en la misma nave, Voyager se estrenó con buenas oportunidades de desarrollar historias interesantes. Por desgracia, no lo consiguieron. Al final del episodio piloto todos los Maquis ya llevaban uniformes de la Flota Estelar y toda discordia había desaparecido. Cada semana los protagonistas se enfrentaban a una amenaza exterior y sólo ocasionalmente surgía algún conflicto entre ellos. Incluso las consecuencias de hallarse tan lejos de la Federación se desaprovecharon. A pesar de meterse en batallas que hubieran hecho fosfatina la nave, al siguiente episodio el Voyager volvía a relucir como sacado del astillero. Los pedantes protocolos de la Federación se seguían respetando por mucho que hubieran dejado de tener sentido alguno. La capitana Janeway era a menudo cuestionada, pero sus órdenes siempre se obedecían (la presentación del personaje Siete de Nueve ayudó algo, pero tuvo lugar demasiado tarde).

Los Siete de Blake duró más de lo que se podía haber previsto, pero los cambios de personal obligaron a modificar continuamente el reparto. Terry Nation solo escribió los guiones de la primera temporada; Gareth Thomas (Blake) se marchó tras dos temporadas, dejando el protagonismo a Paul Darrow (Avon). Luego entraron el mercenario Del Tarrant, la experta en armas Dayna Mellanby o la pistolera Soolin. Aparte del factor diferenciador que hemos comentado, las historias puntuales que se narraban en cada episodio no eran nada extraordinario. Pero los personajes tenían encanto, podían morir en cualquier episodio y no había moralina ni sermones éticos. Esa es la razón por la que la serie consiguió mantener un culto fiel y perdurable (totalmente británico, eso sí) como lo demuestra el hecho de que el último episodio, el nº 52, fue visto por 10 millones de personas.

Así que, ¿ha llegado el momento para un remake de Los Siete de Blake? Seguramente. No hay más que echar un vistazo a la nueva versión del Doctor Who para saber cómo convertir una vieja y chirriante serie de la BBC en uno de los símbolos de la cadena. Con el presupuesto necesario y un buen equipo creativo, no hay razón para que el Libertador no vuele de nuevo, demostrando, otra vez, que disentir es bueno.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".