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Los chicos de Sabina

Mi sobrina Loli me invitó a una fiesta de confraternidad organizada por sus compañeros de estudios entre españoles y americanos. Al principio me resistí. ¿Qué haría un señor de mi edad entre tantos mozos y mozas?

Loli me comentó que también irían profesores y acabé aceptando. Cada cual bailó sus especialidades. Unos caribeños, salsa; unos colombianos, ballenatos y cumbias; a mí me tocó el tango y, con una dócil compañera, rememoré los pasos que me enseñaron mis primas, hace décadas, en Buenos Aires. Nos hicieron corro y debimos repetir.

Después todos los chicos compartieron el rock español actual, del que estoy completamente indocumentado.

Los veteranos organizamos una tertulia con copas, tomando distancia. De pronto, el baile se inmovilizó. De los altavoces surgió la voz ronca, destimbrada y convencida de Joaquín Sabina. Los muchachos y las muchachas (obsérvese lo políticamente correcto de la diferencia), se echaron a repetir en coro los versos del cantautor, diría que con algo de plegaria colectiva.

Sabina no es de su generación, más bien pertenece a la de sus padres. ¿Qué obediente encanto emanaba de sus palabras sobre tanta juventud que se sabía los poemas sabinianos de memoria? No, ciertamente, la autoridad por decreto de un padre. Más bien, la compinchería que se da entre tíos y sobrinos, un poco a la manera como Loli me había llevado hasta aquella fiesta.

Joaquín, en efecto, tiene la presencia de uno de esos tíos chiflados, extravagantes y encantadores que toda familia corriente guarda tras la puerta. Vestido con bombín y ropas de segunda mano, combinadas al azar, fingiendo rasgar una guitarra, se da un aire chaplinesco.

También Charlot gasta chaqué y polainas en desuso, sombrero y bastón de gran señor en parodia. Pero hay algo más: Charlot no tiene casa, duerme bajo los puentes o los monumentos de la ciudad. Clama por que lo llevemos a la nuestra y le demos cobijo, reconociéndolo como un pariente de nadie y de todos. Y así Sabina. Todos los jóvenes de esa noche se lo habrían llevado a casa. Nunca será para ellos un carroza sino un compañero de juergas, sin edad, la renovada juventud del artista que siempre tiene una asignatura pendiente: no envejecer.

Imagen superior © Sony Music Entertainment España.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Este artículo fue publicado previamente en ABC y se reproduce en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")