Todos conocen los Arquetipos de Carl Gustav Jung, tan manoseados por los psicoanalistas que desean impresionar a sus pacientes, o por los guionistas que buscan una fácil trascendencia. También son muchos los que saben que la original idea jungiana del Inconsciente Colectivo de la especie humana y los Arquetipos es poco original y que debe casi todo a la teoría de las Ideas o formas de Platón. Y que la misma metafísica fue desarrollada in extenso por el también platónico Marsilio Ficino con sus figurae, formas celestes que existen también en nosotros como una fantasmagoría interior.
Aquí me interesa un precursor no tan conocido, el delicioso Charles Lamb, el escritor «más dulce del idioma inglés» como lo definió el poeta Swimburne.
En uno de los Ensayos de Elia, titulado «Brujas y otros terrores nocturnos», Lamb se refiere a una ilustración que lo aterrorizó en la infancia y que «desearía no haber visto jamás».
Imagen superior: grabado de J. Mynde incluido en ‘New History of the Holy Bible from the beginning of the world to the establishment of Christianity’ (Londres, 1737), de Thomas Stackhouse.
Se trata de un grabado que descubrió en la Biblia de Stackhouse, en el que se muestra el momento en el que la bruja de Endor convoca al espectro de Samuel para que hable con Saúl. Y es entonces cuando Charles Lamb intenta explicar ese terror recurriendo a un inconsciente colectivo, e incluso menciona la palabra arquetipo:
«Gorgonas, Hidras y Quimeras horribles —historias de Celaeno y las Harpías— se pueden reproducir a sí mismas en el cerebro de la superstición, pero estaban allí antes. Son transcripciones, tipos, los arquetipos que están en nosotros y son eternos. ¿De qué otra manera estas narraciones, que con los sentidos despiertos sabemos falsas, podrían afectarnos? ¿Cómo nombres, cuyos sentidos no vemos, nos espantan con cosas que no existen?».
Podemos sospechar que Jung tomó la idea de Platón, aunque es más probable que se inspirara en Ficino (¿y por qué no en las emanaciones de los neoplatónicos?), pero tal vez las encontró no en ellos ni en su propia fantasmagoría interior, sino en las encantadoras páginas de Charles Lamb.
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