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«Lolly Willowes» (1926), de Sylvia Townsend Warner

Publicado originalmente en Inglaterra, en 1926, Lolly Willowes es la historia de una “solterona” de veintiocho años que, a la muerte de su padre, pasa a depender de sus hermanos. Tras dedicarse durante años a todo tipo de actividades para otros, decide escapar y centrarse, exclusivamente, en ella. Alquila una habitación en una pequeña aldea de Bedfordshire, al noreste de Londres. Y descubre su verdadera vocación: la brujería.

La autora de esta pequeña joya modernista, Sylvia Townsend Warner, es una de las máximas expertas en música sacra de la época Tudor. Abandonó su faceta académica para dedicarse a la literatura, transformándose en una de las escritoras más famosas de su tiempo. Es una de las figuras indispensables de la disidencia literaria anglosajona del siglo XX. Publicó seis novelas, siete libros de poesía y catorce volúmenes de relatos, colaboró durante cuatro décadas con The New Yorker, tradujo a Proust, fue una superventas. Sin embargo, nada queda de ella. Sigue siendo una autora desconocida para el público actual. Una autora de culto, para sus fieles y devotos seguidores. ¿Razón? Para los expertos parece evidente. Y son dos: por lesbiana y por comunista.

Lolly Willowes es su primera novela, todo un alegato a favor de la independencia de las mujeres en un tiempo, la década de los veinte del siglo pasado, en el que muchas mujeres dieron un paso adelante en la lucha por la reclamación de sus derechos. ¿Por qué Sylvia escoge la brujería como forma de independencia femenina? Buena pregunta. Antes que ella, otras mujeres habían abogado por otras espiritualidades diferentes a la religión cristiana, en un intento por alejarse de una forma de entender la vida eminentemente masculina, una estructura social construida por y para hombres, donde las mujeres eran tratadas como niñas o, en todo caso, como personas que debían ser custodiadas, sin verdadera libertad individual para hacer o decidir su destino.

Cuando Sylvia escribe su primera novela, Inglaterra vivía bajo el poderoso influjo de los escritos de sir James Frazer y su interpretación de las antiguas religiones paganas. Y algo aún más importante: ya había aparecido la primera generación de mujeres académicas que empezaban a estudiar la Historia desde su condición femenina. Mujeres como Ellen Jane Harrison, Jessie Laidlay Weston o Margaret Alice Murray. Será ésta última la que más influencia ejerza sobre Sylvia y su bruja Lolly independizada…

“Cuando pienso en brujas, me parece ver por toda Inglaterra, por toda Europa, a mujeres que van viviendo y envejeciendo sin más, mujeres tan corrientes como las zarzamoras y a las que, como a ellas, nadie hace caso. Las veo: esposas y hermanas de hombres respetables, de feligreses y herreros, de pequeños granjeros, de puritanos. El caso es que ahí estaban, ahí están, criando niños, volcadas en sus quehaceres domésticos, tendiendo bayetas recién lavadas en los arbustos de grosella; y su único pasatiempo son las boberías que se cuentan las unas a las otras, y oír hablar a los hombres de esa manera que tienen ellos de hablar y las mujeres de escuchar. Muy distinta de la que tienen las mujeres de hablar y los hombres de escuchar, si es que escuchan. Y se van hundiendo más y más en el aburrimiento, cuando si hay algo que no soporta ninguna mujer es que la consideren aburrida. Y los domingos se ponían vestidos de lo más desaborido, se cubrían la cabeza y el cuello con blancas cofias almidonadas y se iban andando por los prados hasta el templo, donde escuchaban el sermón. Todo, cosas de hombres, como la política o las matemáticas. Nada para ellas, salvo el sometimiento y trenzarse el pelo. Y a la vuelta, otra vez a escuchar. A oírles hablar del sermón, o de la guerra, o de las peleas de gallos; y al llegar a casa, había que guisar las patatas para el almuerzo. Quejarse de todo esto suena muy mezquino, pero te aseguro que este tipo de cosas se posan sobre una como un fino polvo, y con el tiempo el polvo acaba siendo la edad, que va sedimentándose. (…) Y piensan que una vez fueron jóvenes, y vienen nuevas mujeres jóvenes que, aun siendo igualitas a lo que ellas fueron, les sorprenden tanto como si nada de esto hubiera sucedido antes, como los árboles en primavera. Pero ellas son como los árboles de finales de verano: pesados y polvorientos, con hojas que no sorprenden a nadie y en las que nadie repara hasta que caen. Si pudieran ser pasivas y pasar desapercibidas, no tendría importancia. Pero han de ser activas, y aún así pasar desapercibidas. Hacer, hacer, hacer, hasta que el puro hábito las regaña como una ama de casa y las despierta, cuando tranquilamente podrían sentarse a la puerta de casa a pensar. (…) Una no se convierte en bruja para ir por ahí haciendo daño, tampoco para ir prestando ayuda como un asistente parroquial montada en una escoba. Es para escapar de todo eso: para tener una vida propia y no una existencia que otros te van dando a cachitos, los desechos caritativos de sus pensamientos, tantas onzas de pan duro al día.”

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Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).