Es llamativo constatar cómo, en circunstancias muy adversas, la producción cultural de ciertas épocas ha podido prosperar, no obstante las restricciones de poderes especialmente represivos. Cabe subrayar, por ejemplo, lo ocurrido en la Francia ocupada por los nazis en los años de 1940. Fue entonces cuando floreció la filosofía existencialista con Sartre, Beauvoir y Merleau-Ponty. El teatro recibió a Anouilh, el cine a Carné, se pudo ver alguna exposición Picasso. Ciertamente, los artistas judíos como el músico Kosma, debieron emigrar, ocultarse o componer bajo apodos. O aún sumirse en episodios tremendistas, tal Reynaldo Hahn, para demostrar que carecía de abuelos judíos. Valéry pudo honrar la memoria del filósofo Bergson, otro hebreo, cuando el teatro Sarah Bernhardt debió suprimir su nombre por las mismas razones.
Más cercano es otro ejemplo, el español de los años de 1920 bajo la dictadura de Primo de Rivera. Fue entonces cuando aparecieron manifestaciones culturales de renovación y vanguardia como el ultraísmo y la Generación del 27 en las letras, la arquitectura racionalista (Zuazo Ugalde, Fernández Shaw, Gutiérrez Soto), la pintura (Dalí, Mallo, Miró), el cine (Buñuel) y el pensamiento a través de Ortega y Gasset y su Revista de Occidente. Esto se daba mientras se reprimía a intelectuales como Unamuno y Jiménez de Asúa, y hasta se llegó a prohibir una obra de Jacinto Benavente, un indudable bien pensante.
Tal vez se podría escribir una densa historia con esta suerte de acontecimientos. Aparecerían creadores ajusticiados o encarcelados, libros y cuadros quemados, construcciones demolidas. Y, a la vez, puñados de clásicos que han llegado hasta hoy atravesando siglos y milenios. Seguramente se cumpliría a través de ellos un principio que es asimismo un fin: la libertad no es algo que nos dan sino algo que ejercemos, no lo que nos permiten o prohíben, sino algo que nos tomamos. Con esta clave tal vez podamos descifrar las palabras de Sartre, que tanto desconcierto produjeron, acerca de que jamás los franceses habían sido tan libres como bajo la Ocupación. No se trata de la Libertad en abstracto, acaso inalcanzable, sino de las libertades concretas, pequeñas o grandes, que impregnan nuestras decisiones cotidianas.
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