Richard Corben (1940-2020) es uno de los artistas de cómic más importantes de la historia del medio. Animador, ilustrador, editor y caricaturista, además de autor de historietas, Corben emergió con voz propia de la tumultuosa corriente de cómics contraculturales de los sesenta y setenta del pasado siglo para convertirse en una figura relevante de estilo, talento y visión únicos.
Su técnica de coloreado, su estilización anatómica a mitad de camino entre lo hiperrealista y lo caricaturesco, así como sus personales aproximaciones al terror, la fantasía y la ciencia ficción, en las que mezclaba lo siniestro con lo cómico, han sido subrayadas una y otra vez por los críticos y aficionados.
Hasta hace relativamente poco, Corben se mantuvo alejado de los cómics mainstream. Nunca llegó a “venderse” del todo a las grandes compañías como Marvel y DC; más bien fueron éstas las que maduraron lo suficiente como para acomodar a un artista como él.
Nacido en Anderson, Missouri, en 1940, se graduó en Bellas Artes en 1965 y empezó a trabajar en una gran empresa de publicidad y animación comercial. Por entonces, los comic-books aún estaban lastrados por las limitaciones derivadas de la censura a través del Comics Code Authority, algo que alejaba de ellos a muchos lectores que habían traspasado la adolescencia y que se sentían más atraídos por las publicaciones independientes de corte underground. En ellas, creadores independientes se sentían libres para lanzar un material que no gozaba de la aprobación de las mentes bienpensantes del país. Mezclando influencias tan dispares como los cómics de la EC de los cincuenta o las historietas de patos de Carl Barks, una plétora de jóvenes artistas como Corben pusieron en marcha publicaciones de pequeña tirada y corta vida –Grim Wit, Slow Death, Skull, Fever Dreams, Fantagor– en las que se podían leer tiras, caricaturas e historietas brutales, psicodélicas, rebeldes, antisistema y con grandes dosis de sexo, en las que se daban cita los poco convencionales estilos de vida de sus autores con sus fantasías de la infancia.
Aunque ni la vida ni los gustos de Corben se ajustaron nunca a los del colectivo underground, su arte sí se hizo muy popular entre los amantes del cómic alternativo. Inevitablemente, sin embargo, conforme su popularidad le abría nuevas puertas en la gran industria, sus trabajos se hicieron más profesionales. Su estilo y capacidades se refinaron trabajando para la editorial Warren en revistas como Eerie, Creepy, Vampirella, Comix International o la cabecera de ciencia ficción 1984. Sus espectaculares dibujos pudieron verse, más allá de las viñetas, en films de animación, posters de películas o cubiertas de discos. Nunca dejó de dibujar cómics, aunque durante muchos años prefirió mantenerse al margen de las grandes compañías, inclinándose a favor de pequeños proyectos independientes sobre los que pudiera ejercer un mayor control en todas las etapas del proceso creativo, y para los que contó con la ayuda de guionistas tan sólidos como Bruce Jones, Jan Strnad o Harlan Ellison.
En 1975, Corben fue atraído por el torbellino generado por la revista francesa Métal Hurlant, editada por Los Humanoides Asociados, colectivo formado por los dibujantes Philippe Druillet y Jean Giraud (alias Moebius), el guionista Jean-Pierre Dionnet y Bernard Farkas. Los cómics que podían encontrarse en sus páginas eran atrevidos estética y conceptualmente, con grandes dosis de violencia y erotismo, y con especial interés en la fantasía y la ciencia ficción. La versión americana, Heavy Metal, apareció en la primavera de 1977, y sus editores, Sean Kelly y Valerie Marchant, no pudieron haber elegido mejor momento: Star Wars acababa de estrenarse y la ciencia ficción se había convertido en el género de moda: Pero esta revista llegó a lugares a donde George Lucas jamás se habría atrevido a ir: rompía tabúes, flirteaba con la psicodelia, era divertida y no le intimidaba el sexo. Heavy Metal fue un éxito instantáneo.
Su contenido incluía las traducciones de las mejores series e historietas de la contrapartida francesa, añadiendo a la mezcla textos firmados por importantes escritores de ciencia ficción y fantasía (Terry Brooks en el primer número, más tarde James Tiptree Jr, Theodore Sturgeon e incluso –y este no cuenta como escritor– Steven Spielberg novelizando Encuentros en la tercera fase) así como cómics de notables artistas americanos como Vaughn Bode y Richard Corben, cuyo nombre se convirtió inmediatamente en uno de los grandes pilares de la revista.
Su estilo había evolucionado mucho desde sus inicios underground y sus trabajos para Warren le habían permitido experimentar con el color y pulir su narrativa acercándola al cómic mainstream. Había llegado el momento de saltar a las ligas superiores y figurar como cabeza de cartel del lujoso espectáculo que ofrecía Heavy Metal.
Su peculiar héroe nudista Den apareció serializado en Heavy Metal desde 1977 a 1978 en una aventura que mezclaba la ciencia ficción con la espada y brujería, en claro homenaje a la literatura pulp de Edgar Rice Burroughs, Robert E. Howard o H.P. Lovecraft.
El siguiente trabajo de Corben que se publicó en la revista fue la todavía más espectacular: New Tales of Arabian Nights que, serializada entre los números 15 a 28 (junio de 1978-agosto de 1979) desvelaba el último viaje y destino de un héroe legendario. Simbad.
Esta fábula se abre con la conocida historia del rey que, amargado y receloso de las mujeres, disfrutaba cada noche de los favores de una diferente antes de ejecutarla por la mañana. Cuando llegó el turno de la ingeniosa Sherezade, ésta decidió deleitarle con una narración que llegaba a su clímax justo al amanecer, de tal manera que el ya interesado monarca la dejaba con vida para que a la siguiente noche le revelara el desenlace… solo para encadenar éste con otro cuento que quedaba inacabado… Un ciclo que se repitió mil y una noches, al término de las cuales, el rey había quedado completamente seducido por la mujer, que pasó a ser su esposa.
Sherezade vivía, pues, en el palacio acompañada por su soñadora hermana Dunyazad, dispuesta a lanzarse al mundo para correr aventuras. Para prevenirla sobre los peligros de una vida tal, Sherezade comparte con ella otro cuento sobre las consecuencias de sacrificarlo todo en pos de la aventura: “Simbad en la Tierra de los Djinn”.
“El último viaje de Simbad” (Heavy Metal nº 16-28) comienza cuando el mercader Badr al-Bakkar se percata de que un humilde sabio sufí es en realidad el legendario marino y aventurero y le ruega que le cuente cómo un mítico guerrero acabó convertido en un sacerdote penitente. Cuando el envejecido Simbad empieza a narrar su Octavo Viaje, se desarrolla ante nuestros ojos una saga repleta de tragedia y maravilla a partes iguales.
A Simbad le aburría la monótona vida que se veía obligado a llevar tras sus fantásticos viajes, y ello le empujaba, entre otras infracciones a la ley de Alá, a la infidelidad conyugal y el alcohol. Así, una noche, mientras perseguía ebrio a una prostituta por las calles, mató inadvertidamente a la esposa de un djinn (demonio de la tradición árabe), Ra’ad Al Al’Kasif. En venganza, la criatura exigió la vida de la esposa de Simbad, Zulaica. El aterrorizado hombre corrió a su casa, pero ya no la encontró allí: parecía haberse esfumado de la faz de la Tierra. Simbad juró encontrarla y salvarla del terrible destino al que la habría condenado el demonio.
En su búsqueda recibe la ayuda de la enigmática Akisa, que afirma ser la esposa del djinn a la que supuestamente había matado. Todo parece haber sido, pues, un truco para engañar a Simbad con algún propósito oculto. Akisa quiere divorciarse de su cruel marido y le ofrece al aventurero guiarlo hasta el reino mágico de Zu´l Janahayn, el Rey de los Demonios, quien puede otorgarle cualquier deseo que pida. Todo lo que deben hacer es encontrar su ciudad flotante, Ketra… Lo que sigue es una peripecia repleta de terror, acción, violencia y engaños que casi acaba con la perseverancia y recursos del héroe antes de que, finalmente, encuentre la sabiduría y la paz.
Jan Strnad, colaborador habitual de Corben, cuenta la historia, o mejor dicho historias, de este álbum de una forma que reproduce el tipo de narración empotrada propio de Las mil y una noches: un personaje cuenta una historia a otro sobre un tercero que, a su vez, acaba recordando una aventura de su pasado. El lector va pasando a niveles progresivamente más profundos de la narración, para luego ir deshaciendo el camino y concluir en el mismo plano narrativo en el que empezó. Aunque el comienzo es bastante fiel a la historia tradicional, los autores inventan completamente el octavo viaje de Simbad, introduciendo en él criaturas más modernas y occidentales como los zombis o los dragones.
Jan Strnad imprime a la narración un ritmo ágil y, además, demuestra comprender perfectamente las capacidades de Corben al optar por la economía de textos, innecesarios ante un artista cuyas ilustraciones transmiten todo lo necesario.
Igualmente interesante es la forma en que, con toques de un humor negro, se aborda la desmitificación de la figura heroica. Lejos de la exuberancia aventurera propia de las leyendas tradicionales, Simbad comienza siendo un hombre cansado y de comportamiento poco edificante –lo que, después de todo, no se diferencia tanto del tipo de personajes que se pueden encontrar en los relatos árabes originales, no en las adaptaciones infantiles de los mismos– que ha decidido, harto ya de la aventura, retirarse al mundo de la religión.
El relato que él mismo refiere a su interlocutor explica el efecto que sobre su espíritu tuvieron las atroces experiencias a las que hubo de enfrentarse para rescatar a su mujer y el tormento a que le sometía el arrepentimiento por su disipada vida. Es una visión oscura, pesimista y cínica que prefigura en casi diez años la transformación que tendría lugar en el cómic de superhéroes gracias a los autores británicos.
Corben despliega en este álbum toda su maestría, lo cual es decir mucho habida cuenta del alto nivel gráfico de casi todos sus trabajos. De nuevo vemos esa mezcla entre caricatura e hiperrealismo que define a sus figuras, estilización de la violencia y, por supuesto, su característico erotismo, aunque en esta ocasión resulta menos tosco que en, por ejemplo, la saga de Den. Las mujeres de Corben (y sus protagonistas masculinos) son idealizaciones voluptuosas –muy personales, eso sí– de la belleza física, exactamente lo que el lector espera encontrar en una aventura de fantasía épica para adultos.
Especialmente destacable es la espectacular iluminación que tiene cada página, un cuidadoso estudio de la luz y las sombras que se combinan magistralmente con un vivo colorido digno de los legendarios relatos de las Mil y una noches, desde la carne putrefacta y verdeante de los muertos vivientes a los cielos dorados sobre la tierra de los Djinn, pasando por las aguas de un mar iluminado por la luna.
La recreación del mundo oriental de Sherezade y Simbad consiste en un fascinante equilibrio entre realidad y fábula. La fantasía nunca había parecido tan engañosamente real gracias a la habilidad de Corben para fundir figuras y fondos realistas con elementos imaginarios sacados de un mundo de ensueño. Sus viñetas tridimensionales permiten al lector zambullirse en la opulencia de los palacios dorados, el centelleo de tesoros inabarcables y el paisaje legendario de la antigua Arabia. Hay djins, ifrits, guerreros no-muertos montando caballos con alas de murciélago, combates de esgrima, dragones, un galeón volador, un ogro caníbal, una ciudad flotante y brujería decadente.
Las mil y una noches es, en resumen, una derivación interesante y original de los cuentos tradicionales árabes que bien puede ser considerada una de las joyas de la corona de la dilatada y muy distinguida bibliografía de Richard Corben. Recomendada no sólo para seguidores del autor, sino para todo amante del cómic fantástico que, además, sea exigente con el dibujo.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.