Entre los modismos de uso figurado y familiar, abundan aquellos en los que se distingue el verbo tener. Este repertorio se presenta a nuestros ojos diverso, heterogéneo; en una serie de estratos que declinan o prosperan en función del uso.
Bien mirado, este juego de frases sirve para filosofar en torno a un buen número de circunstancias cotidianas. En los ejemplos que citaré a renglón seguido están ya implícitos esos rasgos existenciales: ¿Conque ésas tenemos? indica amenaza, sorpresa o enfado; No tener dónde caerse muerto refleja una extrema pobreza; No tener [una persona o cosa] por dónde cogerla expresa maldad o voluntad torticera; No tenerlas uno todas consigo explica el recelo o temor que se siente ante una determinada situación, propensa a un desenlace poco favorable; Quien tuvo, retuvo es una locución que indica el hecho de que siempre se mantiene alguna cualidad que se tuvo en otro tiempo; y Tanto tienes, tanto vales es la expresión con la cual se confirma que la estimación de las personas depende de su coyuntura financiera.
Hay otros modismos en la misma familia, pero vamos a fijarnos en uno que, pese a su empleo habitual, conserva cierto misterio. Me refiero al coloquialismo Tener mucho aquel. Como un comodín, esta expresión sirve para destacar una cualidad que, en no pocas ocasiones, el hablante es incapaz de describir con los términos precisos.
Adolfo de Castro, en su libro Estudios prácticos de buen decir y de arcanidades de la lengua española (1879), define Tener mucho aquel como «tener mucho entendimiento o mucha inteligencia». En clave etimológica, Castro comprueba que aquel no es una forma del determinante demostrativo, sino una alteración del vocablo aqueul, «palabra adquirida de los moros mismos». Enriquece esta opinión Luis Montoto y Rautenstrauch en Un paquete de cartas de modismos, locuciones, frases hechas, frases proverbiales y frases familiares (1888). Según Montoto, los andaluces emplean la frase Tener mucho aquel para señalar a alguien con una inteligencia notable, o por mejor decir, con perspicacia y profundo sentido de la vida. Y añade que «equivale a gracia en la persona, y en el decir, y en el hacer, y… mucho más todavía». Paradójicamente, este modo de describir al prójimo ha perdido su sentido original, y hoy sirve para mostrar entusiasmo ante una cierta belleza personal, no muy evidente. Tal vez el signo de los tiempos consista justamente en eso: en olvidar las cualidades íntimas en beneficio del aspecto físico.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.