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La vida secreta de las palabras: «Cosmopolita»

Decir de alguien que es cosmopolita lo convierte en un individuo aventajado. María Moliner escribe en su diccionario que el vocablo se aplica «a quien ha vivido en muchos países, tiene intereses en ellos, etc.; también a las cosas, costumbres, etc., cuyo uso se extiende a muchos países; y a los lugares en donde hay gente o costumbres de muchos países».

En un mundo globalizado, no hay duda de que conceptos como éste adquieren mayor interés. No obstante, en el uso común, el cosmopolita se presenta como un individuo refinado, que maneja el protocolo internacional. Balanceándose entre culturas, las ciudades cosmopolitas sostienen esa misma etiqueta con una mezcla de vanidad y apertura.

Aunque no es fácil distinguir al genuino cosmopolita, Jorge Luis Borges lo consiguió en el discurso con el que inauguró la Exposición Homenaje a Xul Solar, en el Museo Provincial de Bellas Artes de La Plata, el 17 de julio de 1968. Tras reconocer que había dado con pocos hombres dignos de ese título, el escritor subrayaba que el artista homenajeado era un auténtico ciudadano del universo: «Lo conocí allá por 1923 ó 24, mi memoria es falible para las fechas, lo cual no importa porque las fechas son convenciones».

Como buen aficionado a la etimología, Borges quiso aprovechar la ocasión para analizar «una palabra que ha tenido escasa fortuna, la palabra cosmopolita».

Impulsada por el cine y la prensa, esta voz resume lo que el autor argentino llama «laboriosa frivolidad». Es decir, viajeros que se niegan al compromiso, inquilinos de hoteles exóticos, aventureros despreocupados por las referencias topográficas. Con todo y pese a tales sugerencias, el linaje griego del vocablo nos conduce a su auténtico sentido. Nos dice Borges que ésta fue una creación de los filósofos estoicos. «Para los griegos, —comenta— la patria era la ciudad natal, por eso hablamos de Heráclito de Éfeso, de Zenón de Elea y así de los demás». Alaba el escritor que los estoicos tuvieran la idea de que «un hombre no tenía por qué ser únicamente ciudadano de su ciudad, polis, sino ciudadano del cosmos, cosmopolita, ciudadano del universo, o según la traducción alemana, Weltburger».

El diagnóstico de Borges conserva su vigencia: no abundan hoy los personajes similares al cosmopolita que, en aquellos lejanos días, describieron los estoicos. Discurriendo acerca del destino de esta palabra, podemos pensar que la modernidad tiende a igualarnos, pero no siempre de la mejor manera.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.