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La vida secreta de las palabras: «Camuflaje»

Dependiendo de las miradas, los ejercicios de ocultación y enmascaramiento no son del todo reprobables. En ocasiones, este disimulo puede cumplir un fin estético, tal y como sucede en los elementos de camuflaje urbano que diseñan los arquitectos.

En otros casos, el fingimiento es cuestión de supervivencia; no sólo en tiempos de guerra, sino en ese campo de pruebas que viene a ser la naturaleza. De hecho, incluso hay especialistas en ese tipo de habilidades, como el zoólogo holandés Nikolas Tinbergen (1907-1988), cuyos estudios en la Universidad de Oxford incluyeron una fina pesquisa en torno al mimetismo animal.

Premiado en 1973 con el Nobel de Fisiología y Medicina, Tinbergen resolvió muchos enigmas en torno a esta materia, pero es casi seguro que nunca llegó a ocupar sus horas con un misterio menor que hoy nos interesa, y que no es otro que el origen de la palabra camuflaje.

Si consultamos las observaciones de la Real Academia Española, hallaremos que camuflaje proviene del francés camouflage: «Acción y efecto de camuflar». A su vez, camuflar es una variación hispánica del vocablo francés camoufler: «Disimular la presencia de armas, tropas, material de guerra, barcos, etc., dándoles apariencia que pueda engañar al enemigo». Por extensión, también significa «disimular dando a una cosa el aspecto de otra» (Diccionario de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe, 1970).

Atento a esa pista bélica, Néstor Luján acredita que la palabra camoufler ya se empleaba con asiduidad a comienzos del siglo xix, en el sentido de ‘disfrazar’ o ‘engañar’. En otra cuerda, camouflage es una voz cuyo uso va generalizándose entre los franceses durante la primera guerra mundial. En esta etapa, el vocablo resume la actividad de solapar el material guerrero.

Una vez consultadas sus fuentes, Luján cree que «ambas palabras proceden de camouflet, que ya se documenta en el siglo XIX y que significaba ‘humo soplado por las narices’. Donner, infliger un camouflet era hacer una afrenta, una ofensa a otro y yo imagino que quería decir que se le soplaba por las narices humo al rostro». Por consiguiente, hablamos de un gesto propio de fumadores, alejado en sus efectos del mimetismo al que alude el camuflaje.

En nuestra lengua, el propio Luján documenta la palabra en 1916, gracias a los artículos que firmó Agustín Calvet Gaziel (1887-1964), en La Vanguardia de Barcelona. Para añadir algún dato a lo explicado por don Néstor, diremos que Calvet reunió sus artículos en libros tan atractivos como Diario de un estudiante en París (1915), Narraciones de tierras heroicas (1916) y En las líneas de fuego (1917). Director desde 1933 de La Vanguardia, también escribió en su lengua materna obras como Tots els camins duen a Roma. Història d’un destí (1958), Seny, treball i llibertat (1961) y L’home és el tot (1962). Pero la cita que nos importa fue redactada en Verdún, y sin variar una coma la tomamos prestada de Luján, pues entendemos que explica con finura la evolución etimológica de camuflaje.

«La carretera que va desde Mourmelon-le-Gran hasta las avanzadas del ejército ruso -escribe Calvet-, es lo que los franceses llaman en términos guerreros una route camouflée. La palabra camouflet es aproximadamente sinónimo de nuestros vocablos humazo, humareda y se emplea casi siempre en sentido moral y figurado. Dar una camouflet a cualquiera significa, en francés, soplarle en las narices una humareda espesa, enturbiarle los ojos, mortificarle con burla. De suerte que un sendero camouflé equivale en lenguaje de guerra a una carretera mixtificada, encubierta» (Néstor LujánCuento de cuentos. Origen y aventura de ciertas palabras y frases proverbiales, t. II, Barcelona, Ediciones Folio, 1994, pp. 36-37).

Andando el tiempo, ese camuflaje ha pasado de ser un neologismo original a figurar en el registro del habla común. Con todo, es una lástima que la traducción propuesta por Calvetcamufleo, se haya perdido definitivamente.

Imagen superior: Pixabay.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.

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