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La vida secreta de las palabras: «Rémora»

Suele hablarse de rémoras como si estas fueran un obstáculo, un estorbo, lo cual es evidentemente cierto, pero sólo en sentido figurado. Como veremos, a la etimología popular le interesa conservar este significado, pese a que este se funda en una leyenda.

Toma su nombre de una criatura marina, la rémora o pegador, un pez óseo de cuerpo fusiforme, clasificado por los zoólogos en la clase de los Osteictios.

La cualidad distintiva de la rémora es que su primera aleta dorsal adquiere forma de ventosa. Gracias a ella, liga su destino al de navegantes de mayor envergadura, como el tiburón y la ballena. He aquí, pues, un pescado impertinente, que abruma con su compañía y se obstina en perpetuarla.

En cuanto a las preferencias de este animalejo, cabe deducir de ellas un escaso poder selectivo, pues la rémora no duda en unir su ventosa al casco de toda clase de embarcaciones. Esta manía sólo se explica si conocemos su festín predilecto: parásitos que ensucian la piel de sus huéspedes y desperdicios que contaminan el entorno de los barcos.

De entre las clases de rémora, hay tres que se distinguen por sus privilegios náuticos, que son precisamente los que justifican su presencia junto a los grandes navíos. Nos referimos al pegatimón (Echeneis naucrates), el tardanaves (Remora brachypsera) y el agarranaves (Remora pediculus). Desde la Antigüedad, los cronistas atribuyeron a este trío poderes más que notables, a tal extremo que los marineros temían su capacidad para interrumpir una singladura.

El propio Covarrubias repite la superstición, e insiste en que, pese a las pequeñas dimensiones de la rémora, esta es capaz de retardar el curso de la galera o de otro bajel. Ni siquiera el viento en las velas logra oponerse a las fuerzas de dicho pez, empeñado en retrasar a las naos que por azar le desafían.

Debemos a las ciencias biológicas una noción más realista de la rémora. Ya el padre Feijoo declaró en su Teatro crítico universal o Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes (1726-1739) la falsedad de la citada leyenda. Y es que en las rémoras puede imaginarse la terquedad, el capricho, cierta manía perseguidora y aun parasitaria, pero ya no es posible ver en ellas un freno a la navegación. Con todo, el modismo que hoy glosamos parece empeñado en sostener lo contrario.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.