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La vida secreta de las palabras: «Las paredes oyen»

La gracia de una frase como ésta, las paredes oyen, hace de ella una excusa ideal para iniciar confidencias en voz baja, o para exigir a nuestro interlocutor que guarde con celo cierto secreto, y así evitar maledicencias.

En realidad, el dicho en cuestión viene a ser una advertencia en toda regla, mediante la cual se aconseja tener cuidado de dónde se dice una determinada cosa, dado que con toda facilidad puede ser oída por terceros y difundida a los cuatro vientos. Dicho de otro modo: avisa de la existencia de espías, cotillas y curiosos, y desde luego, siempre enmarca un diálogo confidencial, íntimo, con ecos de confesionario.

La cautelosa expresión ha servido para rotular no pocas creaciones literarias y audiovisuales. Hace años, concretamente en 1973, Pilar Miró dirigió un espacio televisivo que llevaba por título Las paredes oyen. Aun estando incluido en una serie de título evocador, Teatro de misterio, parece imposible no relacionar esta pieza con la comedia homónima que Juan Ruiz de Alarcón escribió en 1617. En este caso, la enseñanza moral de la obra teatral bien puede emparentarla con otras creaciones del mismo autor, como La verdad sospechosa, La crueldad por el honor, La amistad castigada, El desdichado en fingir o Los empeños de un engaño.

Esta pesquisa sobre los orígenes de la frase nos conduce hasta un personaje histórico del que la novela del XIX atesora diversas versiones, Catalina de Médicis, reina de Francia (1519-1589). Casada en 1533 con Enrique II, se ve que éste afrentó a su esposa cuando dejó de manifiesto su inclinación por la favorita Diana de Poitiers. Cuando sucedió a Enrique su primogénito Francisco II, Catalina actuó como regente, disculpada por la maltrecha salud del nuevo monarca. Por otro lado, esta inteligentísima gobernante debió equilibrar el poder de los Borbones y los Guisas, dos casas en pugna por escalar posiciones en el poder, y reflejo a su vez de dos grupos en liza: hugonotes y católicos.

A la muerte de Francisco II, el heredero fue Carlos IX, pero al ser éste menor de edad, Catalina conservó la regencia. Cumpliendo un destino previsible, el clima de hostigamiento social y religioso que antes mencionábamos condujo a una terrible decisión de la reina, quien ordenó exterminar a los numerosos hugonotes que había en París durante la Noche de San Bartolomé.

Una orden sin duda infame, que nos da una idea sobre el clima de aquel reinado. Con todo, lo que acá nos importa es que en este ciclo de intrigas palaciegas y de variaciones sobre el tema del poder absoluto, Catalina mejoró sus métodos de espionaje. De hecho, para conocer al detalle los movimientos de sus adversarios, llegó incluso a ordenar que se perforasen algunos muros, gracias a lo cual podía escuchar conversaciones comprometedoras. Y de ahí es justamente, de donde proviene el dicho que reseñamos en estas líneas. Aunque, claro está, hoy lo usamos sin el temor de excitar las iras de un personaje tan temible como aquella dama púrpura que durante tantos años ocupó el trono francés.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.