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«La tumba de Drácula» (1972-1979)

Las almas de los grandes personajes permanecen para siempre en nuestros sueños. Viendo cómo el Señor de los Vampiros renació en La tumba de Drácula (The Tomb of Dracula, abril de 1972-agosto de 1979), se tiene la impresión de que la criatura de Bram Stoker estaba destinada a protagonizar este cómic soberbio, que de cuando en cuando regresa en una nueva reedición.

En ningún otro medio los géneros se dieron tan fuerte y noblemente la mano. Revisar los cómics Marvel de la década de los setenta equivale a un festín para el aficionado. Figuras del horror clásico, como Drácula o el Hombre Lobo (Marvel Spotlight, nº 2, febrero de 1972), conviven durante ese periodo con los superhéroes y con otras presencias literarias, como ese puritano sin miedo a quien Robert E. Howard llamó Solomon Kane (Monsters Unleashed, nº 1, agosto de 1973).

Hablando de miedos: La tumba de Drácula es la novedad más llamativa que surgió de la Casa de las Ideas cuando, allá por 1971, el gremio se empezó a tomar menos en serio el famoso Comics Code Authority: la autocensura que había acabado con iniciativas tan fascinantes como los tebeos de terror de la EC Comics.

Esta serie legendaria contó con guionistas de primera línea –Gerry Conway, Archie Goodwin, Gardner F. Fox–, pero quien de verdad dio coherencia al relato fue Marv Wolfman, cuya fidelidad al personaje de Stoker no le impidió incendiar cada episodio con violentas cacerías, combates sin tregua, romances, conspiraciones y oscuros sortilegios.

Majestuosamente sensual, el conde transilvano fue dibujado por Gene Colan. Entre los entintadores, el primero de la lista fue Tom Palmer. A los lectores, claro, les encantó el grafismo de la saga, con un Drácula poderoso, imponente y de aterradora elegancia, cuyo rostro se asemejaba –y no por casualidad– al del actor Jack Palance.

¿Y qué decir de los secundarios? El equipo de cazavampiros impone respeto: el anciano Quincy Harker y su hija Edith, Frank Drake, Raquel Van Helsing y Taj Nital, sin olvidar a Blade, ese afroamericano capaz de rastrear a los bebedores de sangre lo mismo en fortalezas góticas que en garitos irrespirables. En la complejidad de estos personajes reside buena parte de su eficacia: todos ellos arrastran frustraciones, y disimulan su vulnerabilidad con un desesperado sentido del deber.

Los setenta núméros de The Tomb of Dracula fueron editados en color: un recurso que puede ser prescindible, como demuestran las antiguas ediciones de la serie en blanco y negro, pero que siempre es un aliciente para el lector de hoy.

Completa la entrega otra revista Dracula Lives!, que Marvel lanzó bajo el sello Curtis Magazines entre 1973 y 1975. Con guión de Marv Wolfman y dibujo de Neal Adams y John Buscema –ahí es nada–, los dos primeros episodios de esta última publicación nos relatan el modo trágico en que Vlad el Empalador acabó convertido en líder de esa temible raza de inmortales.

Es buen momento para releer –o descubrir– esta saga cuyas ramificaciones se prolongaron en otras colecciones –Blade, Nightstalkers…–, y que se disfruta como una novela de genuino terror.

Por cierto, ¿hará falta añadir que el vampiro de Wolfman y Colan reivindica al nosferatu clásico frente a esos vampiros descafeinados que hoy tanto abundan?

Sinopsis

Más allá del terror, mas allá de la sensualidad, cuando cae el crepúsculo… Drácula escapa de su tumba. Caminó sobre la faz de la tierra cuando la razón apenas comenzaba a vencer a la superstición. Su leyenda aterrorizó a varias generaciones, que creyeron que el Principe de los Vampiros era una ensoñación de un escritor, un icono del cine… Pero Drácula existió entonces, y volverá a existir ahora.

Desde el corazón de Transilvania, ha regresado, más hambriento que nunca, deseoso de saciarse con una humanidad que ha olvidado lo que es sentir verdadero miedo.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de sinopsis e imágenes © Panini Comics. Cortesía del Departamento de Prensa de Panini Comics. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.