Cualia.es

La rebelión de las Alpujarras

En 1570 Felipe II convoca y preside las únicas Cortes de Castilla celebradas fuera de Madrid, Valladolid o Toledo, sus ubicaciones habituales. Y el lugar elegido no es, de ninguna forma, casual.

El señor del mundo decide convocar Cortes en la milenaria Córdoba. Una vez allí, promulga un real decreto por el que crea las Caballerizas Reales cordobesas, una yeguada real que iba a ser el origen del caballo andaluz, la pura raza española, famosa desde entonces hasta nuestros días. Y, también en Córdoba, decidirá acercarse a Sevilla, Caput mundi, para dar su visto bueno a Argos, la Galera Real recién salida de las Atarazanas hispalenses, la galera capitana que, en los años siguientes, iba a derrotar al Gran Turco en la mayor de las victorias filipinas, la Batalla de Lepanto.

Ninguna de estas tres circunstancias fue, en modo alguno, casual. Felipe II estaba inmerso en uno de los episodios más cruentos de su reinado, la conocida como Rebelión de las Alpujarras, el levantamiento de los moriscos granadinos contra la Pragmática Sanción de 1567. Siete décadas atrás, los bisabuelos de FelipeIsabel y Fernando, habían prometido respetar las costumbres de los habitantes de aquellas tierras granadinas, último bastión del poder musulmán en la Península. Una promesa que su padre, el emperador Carlos, a punto había estado de incumplir. Sólo los 80.000 ducados de oro recibidos de los principales jerarcas granadinos consiguieron persuadirle. Pero la situación cambió dramáticamente en la década de los sesenta.

El arzobispo de Granada, Pedro Guerrero, se dirigió al monarca más poderoso de la cristiandad, avisándole del cáncer que tenía en sus propios reinos, un cáncer herético que había de extirparse. Aquellos moriscos no serían verdaderos cristianos mientras siguiesen hablando su lengua, mientras siguiesen usando sus vestidos, practicando sus baños y realizando sus ceremonias distintivas. Convencido por el sínodo de obispos, Felipe II decidió acabar con todo ello de un plumazo. Y los moriscos, que eran muchos, se rebelaron.

El día de San Miguel de 1568 se nombró a Hernando (o Fernando) de Válor y Córdoba como rey de los conjurados, siguiendo el viejo ritual con que se entronizaban los reyes de Granada, «vistiéndole de púrpura, tendiendo cuatro banderas a sus pies, reverenciándole y exhumando profecías». Una ceremonia que fue celebrada con mazapanes, confituras, roscas y buñuelos.

Hernando de Válor fue escogido por ser descendiente del linaje de los califas de Córdoba, los Omeyas, de ahí que tomase el nombre de Abén Humeya. Las primeras revueltas comenzaron en la víspera de la Navidad de 1568. Y no quedó ni un cura cristiano vivo en toda la Alpujarra.

La respuesta real no se hizo esperar: se mandó al marqués de Mondéjar y al marqués de los Vélez a sofocar la rebelión. Lo que se creía cuestión de días fue enquistándose. Situación que se agravó con la ayuda que los sublevados recibían de Argelia, entonces un protectorado del Imperio Otomano.

Los dos marqueses fueron destituidos y Felipe II decidió enviar a su hermano Juan, que entró a sangre y fuego en las Alpujarras, destruyendo casas y cultivos, pasando a cuchillo a los hombres, haciendo esclavos a mujeres, niños y ancianos.

Mientras su hermano acababa con toda una época, Felipe demostraba su poder, demostraba quién era el auténtico amo, celebrando cortes en Córdoba, de dónde procedía el rey de los sublevados, y creando una nueva raza equina pura sangre, la española, tomando como punto de partida las yeguas que, siglos atrás, habían traído los árabes de Oriente Medio.

Y, como no hay dos sin tres, se dirigió a Sevilla, capital mercantil de su imperio extendido por todo el orbe conocido, a supervisar aquella Galera Real, salida de unas atarazanas construidas por los árabes, siglos atrás. Una Galera capitana que, en los próximos años, al mando de su victorioso hermano, iba a dar el golpe de gracia definitivo a uno de sus mayores enemigos, el Gran Turco.

Nunca nada es casual.

Nunca.

Copyright del artículo © Mar Rey Bueno. Reservados todos los derechos.

Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).