Esta es la historia de un muerto que nunca existió. El Gran Lafayette viste un uniforme rojo y ciñe una espada. Una amplia capa roja tiembla sobre sus hombros.
El espectáculo tiene que continuar, aunque el gran mago está profundamente deprimido. Acaba de ejecutar casi si energía uno de sus mejores efectos: La novia del león. Un feroz león de carne y hueso ruge en una jaula, se alza sobre sus patas traseras y amenaza con saltar sobre una mujer. En el último instante, cuando está a punto de despedazarla, resulta ser el mismísimo Lafayette que se despoja de una piel y una cabeza de león.
El efecto es impresionante. Su desconsuelo también. El gran león vivo le evoca a su perro que acaba de morir hace un par de semanas. Como el león, el perro era un verdadero partenaire en su espectáculo. Intervenía en numerosos efectos. Le había dado el nombre de Belleza.
A diferencia de la fiera Belleza también era un compañero en la vida. Desde que se lo regaló Harry Houdini no se había separado de él. Incluso sobornó a un veterinario para que inventara un falso pedigrí. En su casa de Londres, el perro disponía de un amplio dormitorio con baño y cuarto de baño. Un criado se ocupaba de acicalarle, de que comiera cinco veces al día y de escoltarle durante los momentos de espera entre número y número.
De repente Lafayette se envuelve en la capa. Y asoma una pistola por el hueco que oculta su triste semblante. Se oye una detonación. El arma cae al suelo junto a la capa vacía. Lafayette ha desaparecido.
Instantes después un foco advierte al público que se encuentra a veinte metros de altura, en una campana de cristal, suspendida del techo del teatro,
Entre bastidores cae una lámpara. Se prende el telón de fondo. El fuego se extiende a las vigas del telar. Cae la cortina de acero de seguridad. Es difícil huir. El mago ha bloqueado las salidas para que nadie ajeno a su espectáculo pueda descubrir sus secretos.
El público logra desalojar el patio de butacas y los cuatro pisos del Teatro Empire de Edimburgo. Pero a algunos les dio tiempo a distinguir a Lafayette, lanzándose entre las llamas, para salvar los costosos animales que utilizaba en su espectáculo. Fueron muchos los que vieron como su rojo uniforme se incendiaba y el cuerpo del mago se convertía en una tea.
Pero una vez más la realidad se vengó de la ilusión, creando una ficción más poderosa. Aturdido, casi asfixiado, con su uniforme rojo chamuscado, El Gran Lafayette logró escapar de aquel brasero. El público y la compañía entera creyeron que había realizado uno de sus prodigios, renaciendo de sus cenizas.
Sin embargo el hombre negaba. Intentó explicar que Lafayette se valía de un doble para realizar la aparición en la Campana de Cristal, pero era un secreto tan celosamente guardado por el mago, que nadie en la compañía sabía de su existencia. Viajaba aparte, se alojaba aparte y, antes de comenzar la función, se deslizaba sin que nadie le viera en las cuadras de los animales y se introducía en una caja de doble fondo, que unos operarios ignorantes de su contenido depositaban junto a la campana de cristal.
El día que se declaró el incendio aquel desconocido estaba allí, oculto. Tras escapar milagrosamente de la llamas, recibió un impresionante aplauso. Pero al intentar revelar su personalidad, nadie le creyó. Murió en un siniestro manicomio y sobre la lápida cincelaron el nombre de El Gran Lafayette (*).
(*) Existen otras versiones del destino final de ambos cuerpos. En una de ellas se afirma que ambos murieron. Primero encontraron el cadáver del doble que tomaron por Lafayette. Al cabo de unos días encontraron un nuevo cadáver y reconocieron las joyas que habitualmente utilizaba el mago.
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