A finales de 1529, el caballero inglés Richard Croke llegó a Venecia. Su misión era consultar a especialistas en derecho canónico y a rabinos judíos sobre el divorcio de Enrique VIII y Catalina de Aragón.
El teólogo más importante en Venecia era Francesco Giorgi (1466-1540), uno de los adalides del neoplatonismo hermético y uno de los grandes expertos del momento en los secretos de la Cábala. Su ayuda a la causa del Rey no sólo fue agradecida por éste, sino por sus descendientes, hasta el punto de convertirse en uno de los pensadores más respetados en la en la era dorada de Inglaterra. Al menos, así especula la controvertida –y más de una vez desautorizada por el academicismo— Frances Yates en La filosofía oculta en la época isabelina: “Isabel I tal vez habría visto con simpatía la filosofía de Francesco Giorgi, si hubiera sabido que este fraile veneciano colaboró en el divorcio de su padre, hecho al cual ella misma debía la vida. La obra de Giorgi formaba parte de la biblioteca de John Dee, filósofo de la edad isabelina“.
Y, sigue especulando Yates al final del capítulo dedicado al franciscano, “es muy probable que haya sido transmitida, tal vez por caminos subterráneos, a Robert Fludd y a la época de Jacobo I”.
El caso es que la obra de Giorgi, De harmonia mundi, no sólo iba a ser importante en la Inglaterra isabelina, sino que también tuvo gran repercusión en Francia a partir de su traducción en 1578. Giorgi tenía un don para el lirismo, por lo que el estilo de sus textos conquistó a los poetas, puso en boca de la élite cultural europea términos como “Arquitecto del Universo” y animó a sus lectores a emprender la aventura mística desde suelo pitagórico: “Con franciscano optimismo, Giorgi creía que los ángeles eran seres cercanos, acercados más todavía por la Cábala. Aceptando la conexión de las jerarquías angélicas con las esferas planetarias, se elevó feliz por las estrellas hasta los ángeles, escuchando en toda la ascensión las armonías que el Creador impartió a cada nivel de su universo, basadas en los números y en las leyes numéricas de la proporción. El secreto del universo de Giorgi era el número, ya que según él creía había sido construido por su Arquitecto como un templo de proporciones perfectas y de acuerdo y de acuerdo con las leyes inmutables de la geometría cósmica“.
A finales del siglo XVI, la oposición ortodoxa a la filosofía oculta, que siempre había existido aunque en un nivel de baja intensidad, se hizo fuerte.
“La Congregación del Índice fue dándose cuenta poco a poco de que todo el platonismo renacentista era peligroso, especialmente si se combinaba con la Cábala. […] La filosofía oficial de la ortodoxia católica no podía ser la de Pico, Egidio de Viterbo, Giorgi o Patrizzi, sino un aristotelismo de carácter más riguroso. El regreso al aristotelismo produjo la filosofía con la cual el cardenal Bellarmino atacaría a Giordano Bruno«.
Es entonces cuando los textos de Agrippa son condenados a errar por la historia de Occidente como malos compendios de brujería y cuando se persigue a Giordano Bruno por más de lo mismo: “Bruno había predicado, durante su peregrinaje por Europa, la inminencia de una reforma general del mundo basada en el regreso a la religión ‘egipcia’ que enseñan los tratados herméticos, la cual haría trascender las diferencias religiosas mediante el amor y la magia, teniendo por fundamento una nueva visión de la naturaleza lograda mediante ciertos ejercicios herméticos de contemplación. […] Él mismo afirmó haber formado en Alemania una secta llamada de los giordanisti, que tuvo gran influencia entre los luteranos. En otra obra hemos indicado que puede haber alguna relación entre los giordanisti de Bruno y el movimiento rosacruz, y que una influencia secreta bruniana tal vez contribuyó al desarrollo de la idea de reforma que los manifiestos rosacruces presagian“.
El pensamiento de Giorgi se salva de algún modo y su recuerdo renace en Inglaterra, convirtiéndose así en el lazo entre el neoplatonismo hermético y el arte, la ciencia y la literatura del momento, y configurando por tanto la historia subterránea de Europa a partir de entonces, cuyas corrientes llegan más lejos y son más fuertes de lo que muchos pueden siquiera imaginar: «El interés de Shakespeare en lo oculto, en fantasmas, brujas y hadas, se explica más como derivación de una profunda afinidad con la filosofía oculta seria y con sus implicaciones religiosas, que como emanación de la tradición popular».
El filósofo por excelencia de la Inglaterra isabelina fue John Dee (1527-1608), ferviente seguidor de las enseñanzas de Della Mirandola, Reuchlin, Agrippa y Giorgi. Para escándalo de muchos, tales son los nombres que hoy se pueden entender como influjo guía en la germinación de la ciencia moderna.
“Si se considera a Dee un cabalista cristiano, se explican, en mi opinión, las curiosas anomalías aparentes de su actitud, pues Dee era simultáneamente un brillante matemático y entusiasta propagandista de los estudios científicos, y un ‘invocador’ de los ángeles, al mismo tiempo que se consideraba con todo fervor un ardiente cristiano reformado. También se explican sus misteriosos proyectos mundiales de carácter religioso y su viaje por Europa como misionero. […] probablemente vio en la Cábala cristiana un posible movimiento mundial de reforma que no se aplicaría sólo a la Inglaterra isabelina, puesto que era la filosofía “más potente” que debía tomar el lugar de la escolástica».
El llamado Renacimiento isabelino es un suceso de humanismo tardío que se inició cuando el resto de Europa ya perseguía a los magos doctos, todo lo cual no deja de tener su ingrediente político, donde la reina Isabel I es presentada una y otra vez como una gran heroína mágica y Reina de las hadas, en abierto desafío a las potencias católicas contrarreformistas y a su actitud negativa hacia la filosofía renacentista.
Dee y sus contemporáneos no sólo convirtieron a la reina Isabel I en la Reina de las hadas, sino que, siguiendo la leyenda que había marcado a los Tudor, la reafirmaron en su condición de descendiente del mítico rey Arturo. Tal condición la legitimaba para fortalecer la armada y proceder a la expansión del Imperio: “El ‘imperialismo británico’ de Dee coincide con la Historia de los Reyes de Britania de Geoffrey de Monmouth, que se basa en el mito de que supuestamente los monarcas británicos eran descendientes de Bruto, a quien se creía de origen troyano, por lo que tenían una directa relación con Virgilio y con el mito de la Roma imperial. El rey Arturo, a su vez descendiente de Bruto según esta versión de la historia británica, era el principal exponente religioso y místico del sagrado cristianismo imperial británico“.
John Dee es un icono del melancólico inspirado renacentista. Y esto es así porque otro personaje que iba a marcar el destino de los escritores y pensadores desde finales del XVI era Alberto Durero (1471-1528).
El artista alemán había expresado en sus creaciones la teoría hermético-renacentista de la armonía entre microcosmos y macrocosmos en virtud de geometrías “trascendentes”, al gusto de Vitruvio, en las que la proporción es la clave para unir al hombre con el universo. Pero Durero aporta algo más: su grabado Melancolia I (1514), basado en un pasaje del De occulta philosophia de Agrippa, es un manifiesto a favor de un tipo de hombre despreciado hasta entonces por la tradición medieval.
Según la psicología de los humores desarrollada por Galeno, los seres humanos se dividen en razón de cuatro humores: sanguíneo, colérico, flemático y melancólico. Los sanguíneos son activos y propensos al éxito en el mundo exterior; los coléricos son irritables; los flemáticos, tranquilos; los melancólicos, tristes y fracasados que acaban ejerciendo las profesiones más bajas y serviles.
Con el Renacimiento, al melancólico se le revalorizó y se le identificó con los grandes pensadores de la historia humana pues se estimaba que, asociado a cierta locura, devenía genio. Así, Ficino aconseja al melancólico no eludir los profundos estudios a que tiende por naturaleza, pero también recomienda prudencia y acompañarse de descansos en que se deje influir por acciones «joviales»; es por eso que el grabado de Durero tiene un cuadrado mágico de Júpiter por el que se busca atraer las influencias de ese planeta, las cuales contrarrestan al oscuro Saturno, rector del melancólico.
Por todo lo cual, concluye Yates: “Dee no es una personalidad que pueda ser hecha a un lado con ligereza calificándola de “hechicero”, como fue llamado durante los periodos de pavor que llevaron a la caza de brujas. Debe de haber sido uno de los personajes más fascinantes de la época isabelina, que despertó el interés del mundo intelectual por sus conocimientos, por su patriotismo y por la profundidad de sus visiones concomitantes con la Cábala cristiana».
En su viaje de seis años por Europa, Dee habría ejercido de embajador del destino imperial oculto que aguardaba a Inglaterra, por el cual tenía la esperanza de que se cumpliera el sueño reformista espiritual y universal de los neoplatónicos. Y algo más, según explica Yates en otro libro, El iluminismo rosacruz: “había sembrado potentes semillas que crecerían y darían una extraña cosecha, pues ha sido demostrado que los llamados ‘manifiestos rosacruces’ publicados en Alemania a principios del siglo XVII tienen una fuerte influencia de la filosofía de Dee, y que en uno de ellos figura una versión de la Monas hieroglífica«.
Según esto, el neoplatonismo hermético renacentista y el rosacrucismo serían aspectos de un mismo movimiento. Independientemente de que se considere su contenido como una broma que se acabó colando, los textos de Valentín Andreae (1586-1654) que fundan el rosacrucismo reflejan una realidad: el ambiente de una época de revueltas ideológicas que animaban Europa, y que alcanzarían su máximo esplendor en el Palatinado de Isabel Estuardo y Federico V: “Es verdad que en los libros de historia hemos aprendido que la princesa Isabel, hija de Jacobo I de Inglaterra, se casó [en 1613] con el Elector Palatino del Rin, Federico V, quien pocos años más tarde hizo un audaz y temerario intento de apoderarse del trono de Bohemia terminando en un ignominioso fracaso. […] Lo que no nos han enseñado dichos libros de historia es que este episodio correspondió a una fase ‘rosacruz’, que los ‘manifiestos rosacruces’ tuvieron una estrecha relación con aquellos hechos, que detrás de dichos manifiestos se hallaban los movimientos del pensamiento iniciado pocos años antes por John Dee en Bohemia, y que el breve reinado de Federico e Isabel en el Palatinado fue una edad de oro del hermetismo, nutrida por el movimiento alquímico que encabezaba Michael Maier y por la Monas hieroglyphica de John Dee, con todo lo que esto implicaba“.
La Reforma protestante había devenido revolución hermética. De aquellos polvos, la que hoy se considera cristalina ciencia no fue sino un lodo de ideologías encubiertas que luchaban contra el conocimiento establecido y se defendían como podían. Francis Bacon y René Descartes fueron acusados de rosacruces, se defendieron a su manera y el tribunal de la historia sobreseyó el caso, ya fuera por falta de pruebas, ya fuera por ser nombres demasiado grandes para semejante acusación; la Royal Society, la primera gran institución científica moderna, que ha sobrevivido hasta hoy como garante del saber de Occidente, tampoco escapará al lodo hermético.
De hecho, sus cimientos descansan sobre él y sus piedras se grabaron con testimonios que no alcanzaron a desvanecerse. De ahí que muchos prefirieran, sencillamente, no mirar.
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