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Javier Serrano: «La tecnología tiene una naturaleza dual, capaz de lo mejor y lo peor»

La esencia del futuro es la automatización. Con ella se exalta este apogeo de los robots que ya anticiparon el cine y la literatura. Ustedes saben a qué me refiero: libros y películas que a veces nos hablan de un mañana prometedor, en el cual nos aliamos con las máquinas, y que otras veces describen un destino apocalíptico, en el que los autómatas dominan el mundo con palabras metálicas y armas invencibles.

Adoramos esas imágenes que nos muestra la ciencia-ficción. Sobre todo ahora, cuando el progreso nos ha convertido en idólatras electrónicos, y la publicidad nos invita a celebrar cualquier novedad tecnológica como si fuera la confirmación de viejos sueños.

Pero todo sueño tiene su contrapartida. En este caso, la pesadilla tiene que ver con máquinas y algoritmos que nos superan y ocupan nuestro lugar en el mundo.

Conviene acostumbrarse a la idea: en la sociedad tecnológica del futuro, nuestro álbum familiar va a estar lleno de autómatas inteligentes. Pero ¿cuáles serán sus auténticas potencialidades? ¿Qué efectos tendrá su presencia en nuestra vida cotidiana? ¿Quizá se aproxima la obsolescencia de nuestra especie?

Se lo pregunto a alguien que sabe interpretar las claves de este progreso acelerado: Javier Serrano (Zaragoza, 1970), doctor en ingeniería y autor de libros como El hombre biónico y Un mundo robot. Hace tiempo que mi interlocutor trabaja en ese futuro del que hoy me habla. No en vano, Javier es un profesional experimentado en proyectos de alta tecnología como el ITER (Reactor Experimental Termonuclear Internacional), uno de los ingenios energéticos más trascendentes de nuestro tiempo; VEGA, la nueva lanzadera de la ESA, empleada para acompañar a los cohetes Ariane y Soyuz; o el Gran Telescopio Canarias, el mayor telescopio óptico del mundo, desarrollado en nuestro país por el Instituto de Astrofísica de Canarias.

Javier, en distintas partes de tu libro aparecen dos visiones contrapuestas que te encargas de analizar… Por un lado, la utópica, que nos promete un porvenir en el que casi todos nuestros problemas quedarán solucionados gracias a la robótica y la inteligencia artificial. Y por otro, la distópica, que anuncia un futuro desolador para nuestra especie. De momento, no sabemos quién acertará, pero me parece preocupante que los diagnósticos de los analistas sean tan antagónicos… Te lo digo porque, dependiendo del estudio que uno lea, parece que el futuro pasa del blanco al negro…

Es conocido que la tecnología tiene una naturaleza dual, capaz de lo mejor y lo peor, desde que el hombre empezó a blandir una rama para utilizarla como herramienta para la caza o para agredir a su vecino. Es inherente a la especie.

Al acelerarse el progreso tecnológico, esa dualidad se intensifica. Hace ya décadas que poseemos tecnologías con las que podríamos destruir la vida en el planeta, pero que también nos ayudan a curar enfermedades.

Es cierto.

En el inicio del paradigma de la sociedad tecnológica tenemos promesas ‒algunas ya realidades incipientes‒ de tecnologías que podrían permitirnos ser amortales, pero también convertirnos en mutantes, librarnos de la condena de trabajar para sobrevivir o hacer de los seres humanos mendigos del tercer milenio, etc. Vamos a caminar como especie por el filo de una navaja. A un lado lavas ardientes, y al otro, las aguas cálidas de un manantial donde relajarnos.

Todo viene del mismo subsuelo tecnológico, pero produce versiones absolutamente diversas de realidad social, como el carbono crea bellos diamantes o negros tizones según el juego de temperaturas y presiones.

Imagen superior: el vehículo autónomo Smart Vision EQ fortwo © Mercedes-Benz.

La robótica y la automatización se enfocan, de momento, a tareas rutinarias. Pero la lectura de tu libro nos habla de un porvenir muy cercano, en el que las herramientas tecnológicas pondrán en peligro cada vez más profesiones. También indicas que iremos descubriendo nuevos yacimientos de trabajo. En todo caso, me quedo con esta reflexión tuya: «Parece un hecho irrefutable que las nuevas tecnologías no tienen como característica la generación de cantidades importantes de empleos». Resulta inquietante, ¿no te parece?

Resultan siempre inquietantes los sueños en los que nos encontramos desnudos, si nos hallamos en los escenarios cotidianos de interacción social. Pero no lo resultaría si nos encontráramos en un lugar paradisíaco, disfrutando de la belleza de unas playas hermosas, y donde todo el mundo también se encontrara natural y despreocupadamente desnudo.

Enfrentar el advenimiento de una especie de máquinas y algoritmos capaces, en los escenarios de convivencia social y política que hemos conocido durante milenios y que seguimos conociendo en el inicio del tercer milenio, puede ser también una pesadilla. Pero si fuéramos capaces de gestionar ese cambio de paradigma, pronto nuestros ojos se habituarían a lo que podría aparecer como un paraíso.

Las nuevas tecnologías no parecen generar muchos empleos, y muchos de esos nuevos empleos parecen más aptos para los nuevos engendros tecnológicos. Esto parece ser una tendencia consistente. Mientras el mundo parece robotizarse por instantes, abarcando cada vez nuevas tareas, el ser humano sigue empleado masivamente en categorías de trabajo que van desde los servicios de atención a clientes en comercios a los servicios de restauración. Es decir, empleos que ya existían en Pompeya antes de la erupción del Vesubio.

Unos doscientos mil años de homo sapiens sapiens nos han llevado a cosas maravillosas, no hay duda, pero también han llevado a cientos de millones de personas a pasar una buena parte de sus vidas intentando ganarse el sustento sirviendo cafés, moviendo papeles o vendiendo camisas.

Imagen superior: taxi aéreo diseñado por la compañía alemana Volocopter © Dubai Media Office.

A propósito de esto último que comentas, te cito un caso concreto: el centro de carga aérea del aeropuerto de Dubai. Totalmente robotizado, sólo requiere una mínima supervisión humana. Cuando vi las imágenes de esa maravilla tecnológica, no supe qué pensar: me parecían admirables los ingenieros que lo crearon, pero pensando en el empleo, el resultado no me lo pareció tanto… ¿Tú qué crees? ¿Debería verlo desde otra perspectiva?

Sólo he estado una vez en Dubai, hace ya unos años, y recorrí parte de la ciudad en un metro sin conductor humano. Su gobierno aparece repetidamente en los medios de comunicación anunciando, como cabeza visible de las ciudades inteligentes, nuevas apuestas tecnológicas (Recientemente, los taxis-drones que deberían empezar a funcionar en breve, tras su etapa de vuelos de prueba). Siendo todo esto cierto, también guardo otra imagen de la ciudad, menos tecnológica.

Al caminar por sus calles ‒una actividad para la que la modernísima capital no parece estar muy preparada, no al menos fuera de sus gigantescos centros comerciales e infraestructuras‒ pude contemplar ¨la parte de atrás¨ de esta urbe impresionante –y de otras muchas‒, apenas a unos centenares de metros de sus gigantescas arterias de comunicación.

Al otro lado de la tramoya tecnológica, había una multitud de edificios de todo tipo en construcción, y una marea de trabajadores, de muchas razas y orígenes, que comían un bocadillo, o descansaban apoyados en cualquier objeto hasta el siguiente turno de trabajo, rodeados de bloques de baldosas y sacos de cemento, de grúas que no parecían tener intención de quedarse quietas.

No sé si eran felices. Quizá sus salarios en la moderna urbe les iban a permitir subsistir con holgura en sus países de origen durante los meses venideros. En todo caso, la imagen de esos trabajadores, acostados junto a esas inmensas obras, podrían ser fácilmente comprensibles para los trabajadores del medioevo, acostados junto a catedrales en construcción, por no poner ejemplos más remotos todavía.

Si imaginamos que dentro de unas décadas unos eficientes robots podrían conseguir ejecutar esas infraestructuras sin esfuerzo ni sufrimiento humano, hemos de pensar también en la cantidad de miserias ahorradas a personas pluripotenciales, inteligentes, creativas, y en las oportunidades que podrían generarse para esos individuos y para la sociedad en su conjunto.

Imagen superior: Spotpower, el robot diseñado por Boston Dynamics.

Vuelvo a algo que dijiste antes: la tecnología elimina trabajos y crea otros nuevos… El caso es que, ante esa evidencia, se insiste en que la educación debe transformarse para que las generaciones del futuro puedan aprovechar las oportunidades tecnológicas. Se habla mucho de la necesidad de digitalizar la escuela, como si todos los alumnos tuvieran que ser programadores, y sin embargo, tengo la sensación de que, frente al impacto laboral que tendrán la robótica y la IA, quizá deberíamos reforzar las destrezas y asignaturas menos sustituibles: la creatividad, el arte, la filología, la historia, la filosofía… En definitiva, las humanidades en su sentido clásico, enfocadas hacia metas donde el factor humano sea indispensable. Paradójicamente, en los sistemas educativos de casi todo el mundo las humanidades están siendo arrinconadas. ¿Cuál es tu punto de vista al respecto? ¿Sería posible combinar esa base humanística con esas estrategias educativas que, como indicas en el libro, fomenten la flexibilidad y adaptabilidad?

Verás, es un problema de casi imposible resolución, por lo que parece. Una batalla que podría quedar tristemente perdida para la especie. Pocos padres apostarán por educar a sus hijos en expectativas de un futuro incierto, y preferirán aferrarse a lo conocido, aunque al hacerlo estén condenando a su descendencia, como cuando les compran excesivos regalos o les impiden tomar sus propias decisiones y asumir sus propios riesgos.

Para los gobiernos, la derrota parece ser la misma. ¿Cómo podrían patrocinar revoluciones educativas, arriesgándose a convertir a las nuevas generaciones en incompetentes ciudadanos, si las cosas no llegaran a evolucionar como está previsto? Mejor mirar para otro lado, mantener la calma y seguir las rutinas conocidas.

Por otra parte, parece que la lógica de los extremos viene aplicada también en esta cuestión. No sabemos si, conforme el progreso tecnológico se apresure, la pelota caerá del lado de la sociedad utópica o del lado de la sociedad distópica. En el primer caso, la supervivencia podría estar resuelta sin esfuerzo y uno podría dedicarse a cultivar sus mejores talentos durante toda su vida –quizá una eternidad‒. Entonces, ¿para qué estudiar? Y si cayera del lado distópico, máquinas y algoritmos capaces demostrarían sus mejores capacidades para todo el universo de actividades que conocemos y no conocemos todavía. Entonces, ¿para qué estudiar? Si va a tener solución, ¿para qué preocuparse? Si no va a tenerla, ¿para qué preocuparse?

Desde estas perspectivas, cualquier evolución de la educación para acomodar el futuro que viene ‒que se nos viene encima‒ parece impensable e improbable, salvo para alguna élite de visionarios y su prole.

Imagen superior: Pepper, un robot diseñado para responder a las emociones humanas © Aldebaran Robotics.

Te planteo ahora un asunto menos inquietante… El avance de la inteligencia artificial y de la robótica contribuirán a mejorar áreas como la salud o los servicios de ayuda a domicilio. Esta faceta de la automatización será enormemente positiva, aunque lleve aparejada cierta pérdida de empleo. ¿Cómo crees que cambiará, en la práctica, la vida de los ancianos, los enfermos o las personas con discapacidad gracias a los robots?

Las personas, por puro acto biológico (salvo en el caso de los suicidas), se seguirán aferrando a la vida hasta que la vida dé de sí. Está marcado genéticamente en cada una de nuestras células. Los asistentes personales podrían hacer de la vida un espacio más bondadoso cuando la edad o las enfermedades acechen, pues acercarán la medicina, la atención, los cuidados, la compañía a cualquier hogar las 24 horas del día ‒aunque lo hagan en una amplia gama de prestaciones según bolsillos‒. Esas atenciones darán soporte a nuestro instinto de supervivencia, en particular en aquellas personas que, por todo tipo de razones, no podrán estar rodeados de otros seres humanos.

También hará la vida del común de las personas más llevadera, al asegurarse una pareja de conversación con escucha activa, al evitarles enfrentarse a su pudor al ser atendidos por otros congéneres en ciertas tareas, y un largo etcétera.

Puede que el contacto de una mano robótica nunca pueda simular la de otro ser humano que nos profese cariño, pero el roce debería convertir esa compañía en una convivencia sólida, origen de todo tipo de nuevas emociones que serán parecidas y distintas a las que hemos conocido, y que hoy nos costaría juzgar desde nuestra ignorancia.

Para aquellas personas que quieran cuidar ‒profesionalmente‒ de sus semejantes, la oferta de empleo debería superar a la demanda todavía por mucho tiempo; aunque habrán de vigilar de cerca a la competencia y ampliar su oferta de servicios.

Imagen superior: sistema quirúrgico Da Vinci Xi, desarrollado por Intuitive Surgical.

El último tramo del libro plantea futuros más o menos alarmantes. ¿Qué opinas de los escenarios de ciencia-ficción que presentan una sociedad robotizada, en la que los desempleados, desplazados por las máquinas, matan su tiempo libre integrándose en mundos virtuales que sustituyen a la realidad? ¿Hay alguna posibilidad de que nos acerquemos a un escenario tan desolador?

Para muchos individuos, la opción de pasar sus vidas en un largo sueño podría ser, quizá –y sólo como elemento de debate intelectual‒ reconfortante, si la alternativa fuera la miseria, el hambre o el sufrimiento cotidiano sin otra esperanza que no fallecer hasta que volviese a salir el sol por el horizonte. ¿No se dejan morir o se vuelven apáticos algunos animales en cautividad?

Es cierto.

Si somos incapaces de controlar el destino de la especie, y nos enfrentamos a una futura sociedad tecnológica donde hemos perdido cualquier relevancia o autonomía fundamental, y donde hemos de ser organizados y manejados por inteligencias superiores, quizá la escapatoria de conectarnos a vidas virtuales donde podamos elegir quiénes somos y a qué nos enfrentamos llegue a ser un sueño. Un sueño agradable.

Supongo que es importante disponer de modelos que nos ayuden a anticipar qué ocurrirá o por qué algo falla. Se habla mucho del impacto del vehículo autónomo en el mundo del transporte, pero hay otros ejemplos que también son significativos. En el caso del periodismo, la digitalización de las redacciones ha traído como resultado un paro creciente y un modelo de negocio cada vez más atomizado. Por si fuera poco, ahora los periodistas descubren una nueva amenaza: las herramientas inteligentes que permiten generar noticias o artículos sin intervención humana, como Syllabs, Dreamwriter o Heliograf. Los optimistas dicen que con ello se sistematizan contenidos rutinarios, y que eso dará más tiempo al redactor para investigar y crear contenidos de calidad. De momento, al igual que otros colegas, sospecho que esas utilidades reducirán aún más el número actual de empleos en nuestro gremio. En el libro hablas de la falacia ludita, pero si esta situación se produce en otros sectores, ¿no crees que surgirán corrientes antitecnológicas? ¿Quizá lleguemos a conocer a esos «luditas del tercer milenio», como tú los llamas?

Los cambios en la sociedad ‒desde luego los cambios mayores‒ generarán oposición por parte de grupos de individuos. Quienes se sientan excluidos, agraviados, desplazados, ninguneados, buscarán a quien responsabilizar de su situación, y exigirán deshacer o compensar los impactos de aquellos cambios que les hayan perjudicado y que hayan hecho de su presente y futuro lugares menos confortables. Nada nuevo en la historia de la humanidad, salvo por la dimensión de los posibles impactos y por los reducidos tiempos de cambio, que harán inoperables las soluciones y auxilios conocidos.

La aparición de neoluditas, neomesías, neoanunciadores del fin del mundo, etc., parece inevitable. La humanidad no es un conjunto único, sino muchas humanidades que necesitarán respuestas y acciones diversas para dar curso a unas emociones, miedos, incertidumbre, que podrían alcanzar cotas notables.

A muchos les podría impulsar el odio contra las máquinas, a otros el odio contra los científicos o los ingenieros que las hicieron posibles. A otros, el odio contra los políticos que no quisieron o no supieron hacer nada cuando aún parecía posible, etc. También habrá quienes sientan que ha llegado el fin del mundo, al menos el fin de la especie humana, y sientan que la lucha no tiene sentido, y que la humanidad ha cumplido su misión llevando a los autómatas hasta la siguiente línea de salida, una carrera no apta para las personas.

Ya existen grupos de individuos en el planeta que han propuesto, por ejemplo, la autoextinción colectiva, por ahora como única solución viable para que la especie humana no acabe destruyendo el planeta. La ocupación del planeta por una especie mucho más inteligente y sensata podría llegar ser su nueva razón de ser, siempre con parecidos objetivos.

Frente a toda esa incertidumbre, el ingreso básico universal es visto como una solución ante los problemas de desempleo que acarrea la automatización. Jaron Lanier dice que, si eso sucede, el mensaje que estaremos transmitiendo a la gente es que, dado que los robots hacen todo el trabajo, los humanos debemos recibir una renta básica porque ya no somos útiles. Dice Lanier que ese es un mensaje terrible. ¿Estás de acuerdo o te parece que es demasiado negativo?

Que los humanos consigan, con su inteligencia y esfuerzo, resolver una necesidad que atenaza su supervivencia desde que empezó la vida no parece, en principio, algo terrible. Que al hacerlo no consigamos controlar ese nuevo mundo a nuestro favor y las máquinas acaben convertidas en nuestra tortura es un asunto diferente. En ese caso, el mensaje auténticamente terrible sería que la sociedad de humanos fue incapaz de organizar la nueva convivencia reservándose un papel protagonista, o al menos decoroso.

Que los robots hagan todo el trabajo no es nada aterrador si los humanos logran así expresar y movilizar sus mejores capacidades, al asegurarse el sustento en algún modo concebible. (El libro propone en su segunda parte una serie de opciones para empezar a reflexionar colectivamente, desde aquellas más clásicas a otras más provocadoras).

Esa sería la auténtica utilidad para el milagro biológico que representa cualquier individuo, y no su aptitud para realizar trabajo a cambio de un salario.

Imagina que estuviera en tu mano equilibrar todos los factores de la robotización, llevando el proceso hacia sus objetivos más deseables. ¿En qué sociedad futura querrías vivir? ¿Cómo te la imaginas?

Me imagino un sinfín de futuros probables, todos ellos sometidos al efecto mariposa, donde cada pequeña decisión o indecisión social y política de los próximos años y décadas nos lleva a una explosión asombrosa e infinita de sociedades y convivencias.

Si he de proponer una, quizá me decantaría por una sociedad de encuentro entre ciertas capacidades singulares biológicas y tecnológicas, donde surge un hombre-máquina ‒o una máquina-hombre‒ nuevo, mucho más capaz para enfrentar retos como explorar el universo o acceder a otras dimensiones de conocimiento, pero que mantiene ciertas esencias de la especie que ha dominado el planeta durante cientos de miles de años.

Nada empieza realmente desde cero, así que, en mayor o menor medida, las futuras generaciones de máquinas y algoritmos capaces tendrán algo nuestro.

Me gustaría pensar que esa parte será más notable de lo que hoy podemos imaginar, lo que permitiría reconocernos todavía en la nueva especie, no como un resto o apéndice fósil inservible, sino como un elemento activo en su existencia.

En Un mundo robot señalas que, a medida que las máquinas y los algoritmos nos sustituyan en el trabajo, podría ser una alternativa la idea de que haya tasas e impuestos sobre los beneficios que generen a sus dueños, o sobre el daño social que causen los robots. Sin embargo, no veo que todo esto figure de forma clara en los programas de nuestros políticos. De hecho, ni siquiera los periodistas y creadores de opinión se lo están tomando como algo trascendental, y por eso aún no hay una discusión ética sobre todo ello. ¿Cuánto crees que falta para que esta preocupación se integre, con la debida importancia, en el debate público?

Falta una eternidad. La política que conocemos es un juego determinado y limitado, con reglas encaminadas a ciertos propósitos y no a otros, con unas dimensiones espaciotemporales y no otras.

Este juego político no puede, por definición, saltarse sus propias reglas, obviar las necesidades cotidianas y enfrentar hipotéticas catástrofes donde la especie desaparece al cabo de décadas o siglos, destinando sus mejores recursos a preparar la nueva fase de la humanidad. Del mismo modo que la torre del ajedrez no puede enrocarse con la oca del parchís, el juego político que conocemos no puede atender los desafíos futuros de la especie. Son juegos diferentes.

Si hemos de confiar en algo, hagámoslo preferentemente en la filosofía y en que, en todo caso, ésta pueda llegar a arrastrar también un nuevo paradigma de cooperación política en el que el sujeto sea la especie humana en su conjunto, y el horizonte político su presente, pero sobre todo su futuro.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.

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