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Gabriele D’Annunzio: futurismo y depravación

Gabriele D’Annunzio (1863-1938) fue una mezcla explosiva. De forma indisoluble, era poeta y político a la vez. Como todos los poetas, utilizó el lenguaje para crear nuevos significados y metáforas no descubiertas ‒creo que las metáforas no se inventan, se descubren‒, y como ahora veremos, también lo empleó para proyectar una utopía de hierro y violencia.

Lucy Hughes-Hallet publicó en 2013 una exhaustiva biografía del vate italiano, El gran depredador (Ariel, 2015, trad. de Amelia Pérez de Villar). Comos se advierte en ese libro, la vida de D’Annunzio giró alrededor de un evento: el experimento social que desarrolló en Fiume desde septiembre de 1919 hasta diciembre de 1920.

D’Annunzio era un furibundo nacionalista italiano, escritor reconocido y famoso, soldado y aviador en la Primera Guerra Mundial. La ocupación de Fiume tenía como finalidad reivindicar la italianidad de la Dalmacia.

Imagen superior: D’Annunzio rodeado de «arditi» en Fiume. Algunos de ellos tienen el cabello largo, se trataba de un gesto diferencial («con el pelo largo de los aqueos»)

Fiume fue ocupada por los seguidores de D’Annunzio, a los que llamaban arditi, como los soldados de asalto del ejército italiano. Se convirtió en una república donde, durante poco más de un año, reinaron la anarquía, las drogas, el libertinaje y la violencia.

Según el propio D’Annunzio, se trataba de un experimento estético: crear una nueva sociedad que se adaptara a los “nuevos tiempos”. Era la “despiadada nueva era de la máquina” anunciada por Filippo Tomaso Marinetti en el Manifiesto futurista publicado en Le Figaro el 20 de febrero de 1909.

En el manifiesto se proclamaba la “belleza de la velocidad” y se calificaba la guerra como la única higiene posible para el mundo.

Imagen superior: «Formas únicas de la continuidad en el espacio» (Umberto Boccioni, 1913).

A pesar de que D’Annunzio siempre defendió que Marinetti no tenía nada que ver con su movimiento, la realidad es que ambos, de una forma u otra, inspiraron la estética fascista. Los gritos, “Eia, eia, Alalá” (creados por D’Annunzio con presunto origen griego), las camisas negras de los arditi, el saludo romano, configurado por el brazo en alto con un puñal (que siempre portaban los arditi), y la parafernalia escénica de los desfiles militares fueron utilizados por Mussolini en el proceso creativo de la imagen del fascismo.

En La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936), Walter Benjamin indicó que D’Annunzio había colaborado en el fenómeno de estetización del ejercicio político que surge con el fascismo. Su aportación habría consistido en la incorporación de la decadencia a la política.

Imagen superior: «Profilo continuo» (desarrollo del perfil de Mussolini) (Renato Bertelli, 1933).

Los futuristas, a través del propio Marinetti, permanecieron muy próximos al régimen fascista. Proporcionaron a éste una imagen de furiosa modernidad. El fascismo italiano, al contrario que el nazismo, se asoció a una estética moderna, racionalista. La pintura, la escultura y la arquitectura que se realizaron en ese período se podían integrar en las vanguardias sin problema alguno. Tal vez el ejemplo perfecto sea la Casa del Fascio (1932-1936), construida en Como por Giuseppe Terragni.

Otro arquitecto, Gio Ponti, que fue fundador en 1928, de la revista Domus (sobre decoración de interiores), se encargó de remodelar el cuarto de baño de D’Annunzio, en mármol y lapislázuli, en el Vittoriale degli italiani, situado en Gardona Riviera (lago de Garda). Ponti, más tarde, fue el autor de la Torre Pirelli (Milán, 1956-1960).

D’Annunzio, desde 1921 a 1938, siguió remodelando el Vittoriale incesantemente, convirtiéndolo en una especie de memorial estético y mausoleo personal.

El escritor estuvo muy ligado a Venecia. En esta ciudad, sus benefactores lo acogían en el ambiente de lujo y opulencia decadente que siempre fue su pasión. Es precisamente allí, en 1934, donde Mussolini recibe a Hitler. En la Biennale, Hitler muestra su rechazo al “degenerado arte modernista”. Mussolini opinó (según Hughes-Hallet) que parecía “un fontanero con gabardina”. Al parecer no tenía la prestancia física y la presunta elegancia del Duce.

El fascismo italiano que había nacido en la violencia prefigurada por Fiume terminó en otra orgía de violencia, la República de Saló. A ello se refirió Pier Paolo Pasolini, en 1975, en su atroz película Saló o los 120 días de Sodoma. La cinta asociaba el fascismo a Donatien Alphonse François de Sade y conseguía otra maldita metáfora de la violencia.

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Joaquín Sanz Gavín

Contable y licenciado en Derecho.