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Francia revolucionaria

Raymond Aron comparó alguna vez los similares y muy distintos destinos históricos de Inglaterra y Francia. En la primera fue próspero el liberalismo y concilió la monarquía con el parlamento. En cambio, en la segunda el liberalismo es escaso aunque haya dado intelectuales de fuste. Los franceses son republicanos y revolucionarios, poco democráticos y nada liberales. La democracia, a menudo, se funde en ellos con el plebiscito más que con las instituciones representativas.

Lo característico y peculiar de este perfil es la presencia constante de la revolución. Vuelvo a Aron: no hay revolución sin restauración y así la historia francesa parece estar animada por este balanceo. A la vez, tal dupla se ha vuelto universal y la revolución francesa fue un paradigma para las demás, del mismo modo que los derechos de los ciudadanos franceses se proclamaron como los Derechos del Hombre.

Menos atención se ha prestado al hecho de que la Revolución empezó decapitando a un rey de estirpe nobiliaria y culminó coronando a un emperador de raigambre plebeya. La alternancia entre corona y república zarandeó a Francia hasta que se consiguiese la Unión Sagrada cuando la guerra mundial de 1914. No obstante, durante la segunda parte de dicha guerra y la ocupación alemana del nazismo en 1940, la antinomia renació. Tal vez le dio fin De Gaulle al declarar la independencia de Argelia en 1962.

Hay eventos posteriores que dan a pensar. Mayo del 68 fue un espectáculo revolucionario sin revolución, algo que Umberto Eco describió como un happening callejero. Proclamas, barricadas, banderas y grafitos sí que hubo pero consecuencias políticas, ninguna. Fue un movimiento estudiantil de jóvenes de buena familia y becarios que protestaban contra la sociedad del consumismo y el despilfarro. Nada que ver con el 15-M, inclinado más bien a la protesta de una juventud sin trabajo, es decir sin lugar social. Ni mucho menos la revuelta francesa de los Chalecos Amarillos, movidos por malas retribuciones, incertidumbre laboral y expolios. En nuestros días más próximos hemos visto que una protesta por el asesinato de un ciudadano a manos de un policía se convirtió en destrozos sistemáticos contra edificios municipales, es decir contra el patrimonio público.

¿Cuánto de revolucionario hay en estas variantes de la violencia colectiva y ostensible, organizada y protestataria? Más bien nada y, por el contrario, un doble gesto de amabilidad y temor que lleva a la creciente de los populismos de derecha. Dicen solidarizarse con los perseguidos pero proponen dar duro y restaurar el orden, sobre todo respecto a los inmigrantes. El ciclo revolución-restauración conduce desde un inicio anárquico a un remate autoritario. Un socialista revolucionario como Mussolini fue el inventor fundacional del fascismo.

La descripción de Aron se puede conciliar con la de otro ilustre liberal oriundo de un país también escasamente liberal, el italiano Benedetto Croce, que advirtió de la perversión revolucionaria que considera necesario un movimiento revolucionario incesante, la revolución por la revolución, considerar que lo revolucionario lo es por serlo, por valerse de métodos revulsivos, dejando de lado cualquier contenido. La historia humana se bonifica revolucionándolo todo pues la Revolución es buena en sí misma.

Todo es posible en esa gran tarea hipotética que llamamos historia humana. Es posible, de modo ejemplar, que donde cayó la cabeza de Luis XVI se yerga la testa de Napoleón Bonaparte, que el padrecito zar Romanov sea sustituido por el padrecito camarada Stalin. Es cuando advertimos que sobre el hilo ineluctable del tiempo que vuelve presente el futuro y pasado el presente, se diseñan figuras circulares, ruedas que giran sobre sí mismas, concluyendo donde empezaron. Mientras tanto, las fechas se nos vienen encima.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")