Si se hace un recuento de novelas y cuentos de ciencia-ficción escritos en los años sesenta y posteriores, una parte importante, probablemente la mayoría, puedan adscribirse a lo que se conoce como ciencia-ficción dura. Muchos lectores consideran esta modalidad como la más auténtica, la más representativa del género y aquélla con la que más disfrutan. No se puede discutir sobre los gustos de la gente, pero sí puede argüirse que los principales logros del género en los sesenta tenían poco que ver con los escenarios y protocolos propios de la ciencia-ficción dura de la Edad de Oro.
Esas obras destacadas, en cambio, proyectan una fascinación por los temas de la trascendencia y el mesianismo, y aunque estudian el tema de diferente manera y con distinto grado de acierto, las novelas de ciencia-ficción “blanda” más importantes de los sesenta y comienzos de los setenta han mantenido su popularidad, dejando atrás a no pocas aventuras espaciales. Ahí tenemos Dune (1965), de Frank Herbert; la saga de Jerry Cornelius (1968), de Michael Moorcock; Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1965), ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) o Ubik (1969), de Philip K. Dick; y la que a continuación comentaré, Forastero en tierra extraña, de Robert Anson Heinlein.
Fueron todos estos trabajos seminales de la ciencia-ficción que, además, disfrutaron de proyección más allá de los límites del género. Una obra en la misma línea, publicada años antes, que alcanzó su éxito masivo en los sesenta, fue El Señor de los Anillos (1951-1953), de J.R.R. Tolkien, una aventura sacramental que aborda cuestiones teológicas como la expiación, el mesías, el libre albedrío, el bien y el mal o el destino. El mismo aliento mesiánico impregna la película 2001: Una Odisea del Espacio (1968), de Stanley Kubrick.
Probablemente existen muchas explicaciones para esta persistente obsesión por la figura del mesías. Después de todo, los sesenta fueron la época en la que los Beatles se declararon iguales a Jesús en importancia o influencia; en la que florecieron religiones alternativas y cultos de lo más extravagantes; en la que muchos anunciaron el fin de los tiempos o la llegada de la Era de Acuario. Había cierto sentimiento de que la tecnología humana había alcanzado ya la imaginación apocalíptica de generaciones anteriores que habían profetizado el fin del mundo. Es cierto también que mucha de la ciencia-ficción de aquellos años absorbió y reflejó –en no pocas ocasiones de forma torpe y exageradamente angustiada‒ el temor a la aniquilación nuclear. Pero igualmente lo es que esa posibilidad no ha desaparecido en el siglo XXI (de hecho, nuestras armas son en la actualidad mucho más destructivas que entonces) y, sin embargo, no se ha producido un auge de la literatura mesiánica.
Es un error pensar que la Nueva Ola de la ciencia-ficción y su obsesión por los conceptos sofisticados y profundos y el énfasis que ponía en la prosa y la estructura narrativa, fuera un movimiento minoritario acogido sólo por una pequeña vanguardia. En los sesenta, la ciencia-ficción ya no era una literatura para una minoría de aficionados muy fieles sino que se había expandido más allá gracias a un puñado de obras señeras como las antedichas. Sea como fuere, ya al término de la década de los sesenta ese impulso febril por la búsqueda de trascendencia empezó a perder fuerza y, en lo que se refiere a la ciencia-ficción, se llegó a una especie de reconciliación entre los defensores más radicales del concepto y el estilismo de la Nueva Ola y los tradicionalistas que habían sacado al género de su gueto en los cincuenta, como Clarke, Asimov y Heinlein. Este último firmó a comienzos de los sesenta la mencionada Forastero en tierra extraña, una obra que puede considerarse bisagra entre ambas corrientes dentro del género, una novela que ejemplificaba perfectamente esa búsqueda de trascendencia y que se convirtió en un superventas en los campus universitarios, los círculos contraculturales e incluso el público generalista.
Fue, de hecho, el inicio de la etapa más madura de Heinlein, previa al ocaso que le sobrevendría ya en los ochenta, un periodo marcado por héroes más radicales y figuras paternales, pontificales y omniscientes con ánimo didáctico. Aquí es donde se encuadra Forastero en tierra extraña.
La primera expedición al planeta Marte desapareció sin dejar rastro. Cuando un cuarto de siglo después llega la segunda, descubren a un humano descendiente de dos miembros de aquélla: Valentine Michael Smith, que nació en Marte veinticinco años atrás, hijo de una pareja de los astronautas originales y que fue criado por los marcianos. La partida deja un pequeño grupo para que establezca una colonia estable y el resto regresan a la Tierra con Smith, un ser extraño, cuya visión del mundo y comportamiento nada tienen que ver con los humanos. De hecho, y como los marcianos son una especie muy desarrollada, Mike tiene una profunda comprensión de la estructura básica del universo que le permite manipularla limitada pero espectacularmente.
Debido a su filiación familiar y a su origen, Smith no sólo se convierte en una celebridad sino que resulta ser dueño de una auténtica fortuna que le pone en el punto de mira de múltiples facciones. Él es ajeno a esa red de intrigas. No puede comprenderlas porque su mente es marciana y todo en la Tierra le resulta extraño y confuso aun cuando aprende con rapidez
Un periodista especializado en escándalos, Ben Caxton, y una enfermera del hospital donde tienen retenido a Smith, Jill, le ayudan a escapar cuando comprenden que el gobierno está dispuesto a eliminarlo silenciosamente para acabar con los problemas que le genera. Hallan refugio en la casa de Jubal Harshaw, un anciano y acaudalado médico, abogado y escritor que vive rodeado de hermosas e inteligentes muchachas. Hedonista, experimentado y con una peculiar visión de la vida y el mundo, Jubal utiliza su inteligencia, astucia, recursos económicos e influencias políticas para asegurar la libertad de Smith. Luego, inicia su educación en las cuestiones humanas, primero bajo su tutela doméstica y luego dejándolo marchar para que viaje por Estados Unidos.
Jubal, entrado en años y kilos, y pagado de sí mismo, presume de tener un profundo conocimiento del mismo mundo al que ha renunciado para vivir aislado en una lujosa burbuja. Cínico y misántropo, encamina involuntariamente a su protegido Smith por el camino de la religión, lo que supondrá eventualmente su trágico final.
El deseo de Smith es el de unir a toda la Humanidad en una sola comunidad en armonía con el universo, pero comprende que la única forma de conseguirlo es utilizar los trucos y métodos de la religión populista. Así que crea una nueva moral regida por principios marcianos y funda una religión cuyo éxito le atraerá la animadversión de los poderosos.
Tropas del espacio (1959) había ganado un premio Hugo, pero también fue diana de muchos lectores que la interpretaron como una celebración del militarismo, una oda al fascismo político. Como ya comenté en el artículo dedicado a esa novela, este tipo de análisis superficiales fracasan a la hora de acercarse a la figura y obra de Heinlein. Sus ideas políticas, que podrían calificarse afines a la derecha americana, no eran de la variedad fascista sino libertaria. Esto queda claramente expuesto en su siguiente novela, también ganadora de un Premio Hugo: Forastero en tierra extraña, que fue en su momento todo un fenómeno editorial, convirtiendo a su autor en una especie de héroe de la contracultura de esa década (y todos sabemos cómo acabó aquello).
No fue, sin embargo, un éxito inmediato, y de hecho, cuando se publicó, las ventas no fueron particularmente buenas. Sin embargo, poco a poco fue cogiendo fuerza en los ambientes universitarios junto a otras obras como El Señor de las Moscas, Siddhartha o El Señor de los Anillos. Estudiantes y militantes de la contracultura la acogieron como auténtica Biblia de pensamiento al entender que estaba en completa sintonía con su propia visión del mundo, gracias a su extravagante iconoclastia y su prédica de los placeres de la vida comunal, el amor libre, el anarquismo y el individualismo feroz frente a las contradicciones y alienación de la vida moderna, la búsqueda de trascendencia y significado, la liberación de las frustraciones y cadenas del mundo moderno, la relación entre el espacio exterior e interior… Hoy, quizá siga siendo el libro de Heinlein más conocido, extraño y comentado, aunque, personalmente, no creo que sea el mejor.
Sin duda, parte del éxito que obtuvo y la razón por la que llegó a un público generalista es porque, excepto por su protagonista, un humano criado y educado por marcianos, Forastero en tierra extraña no es tanto ciencia-ficción como una fantasía satírica con un claro interés en el comentario social, la religión y la filosofía política.
Aunque comienza como un relato bastante convencional, con una premisa y un desarrollo cautivadores tal y como Heinlein sabía hacer, no tarda en apartarse de lo esperable para convertirse casi en un ensayo, en el que se exponen a través de profusos diálogos los puntos de vista del autor sobre diversos temas. Lo que hace Heinlein es actualizar el estereotipo del niño salvaje (cuyo máximo exponente en la ficción es Tarzán) convirtiéndolo en un extraterrestre y utilizarlo para analizar al ser humano a través de sus ojos, esto es, con distancia y perplejidad, llamando la atención sobre las contradicciones e injusticias de nuestra naturaleza y vida social que nosotros damos por sentadas por carecer de perspectiva.
Pero al mismo tiempo, Mike es, al menos en parte, humano, lo que le permite acabar comprendiéndonos, simpatizando con nuestra (su) especie, fundirse entre nosotros para luego tratar de cambiarnos pulsando los resortes precisos. Como dice enfáticamente Ben Caxton: “En realidad no necesitamos a Mike. Oh, no estoy intentando desprestigiarle; no me interprete mal. Pero usted podría haber sido el Hombre de Marte. O incluso yo. Mike es como el primer hombre que descubrió el fuego. El fuego estaba allí durante todo el tiempo… y una vez que él demostró que podía usarse, todo el mundo pudo utilizarlo… Al menos, cualquiera con el suficiente sentido común como para no quemarse los dedos (…) Mike es nuestro Prometeo… pero recuérdelo, Prometeo no era Dios. Mike no deja de subrayar eso. Usted es Dios, yo soy Dios, él es Dios… todo eso se asimila. Mike es un hombre, igual que todos nosotros, aunque sabe más cosas. Un hombre muy superior, de acuerdo; un hombre inferior, instruido en las cosas que saben los marcianos, podría haberse erigido en un dios de pacotilla. Mike está por encima de esa tentación. Es un Prometeo… pero eso es todo”.
Una muestra de lo mucho que la novela caló en la juventud de entonces es que dejó un vocablo para el habla común y que los fans adoptaron con entusiasmo: «Grokking”, traducido al castellano por el más convencional término de “Asimilar”. Y es que el significado que Heinlein le da en la novela es precisamente el de entender algo intuitivamente a través de la empatía. El conocimiento obtenido mediante la “asimilación” es superracional, absoluto y casi místico. Pero también elusivo.
Es ya muy avanzada la trama cuando Smith, una vez fundada su religión y después de haber efectuado muchos “milagros”, le dice a su novia: “Ahora asimilo a la gente, Jill. También asimilo el amor”. Sin embargo, hacia el final del libro, el concepto de asimilación, de comprensión y comunión se ha utilizado tanto que ha caído en la banalidad y en la retórica absurda. Cuando Jubal le pregunta si se considera Dios, Smith contesta con desvergonzada frescura: “Soy Dios. Tú eres Dios… y cualquier necio al que extirpo, es Dios también. Jubal, se dice que Dios observa a cada gorrión que cae. Y así es. Pero la forma más aproximada en que puede expresarse esta idea en nuestro idioma, es decir que Dios no puede evitar darse cuenta de la caída del gorrión porque el gorrión es Dios. Y cuando un gato atrapa a un gorrión, ambos son Dios, y realizan los pensamientos de Dios”.
No hay que ver en esto, en mi opinión, una interpretación literal. Forastero… es una novela, no un tratado teológico ni un texto sagrado. La forma en que aborda la religión es, en el fondo, una reformulación de las dudas y ansiedades que atormentaron a los pioneros de la ciencia-ficción allá por el siglo XVII. Por una parte, Smith ejerce de parodia de Cristo, predicando el bautismo marciano (“compartir el agua”) y defendiendo el canibalismo (los marcianos se comen a sus muertos. Jubal Harshaw recuerda a los lectores que el “canibalismo simbólico” juega un papel importante en la liturgia católica). Pero al mismo tiempo, el libro invierte el concepto de la encarnación cristiana y subraya la contradicción subyacente en la expiación. Una “asimilación” verdadera permite detectar “incorrección” (o el mal) en ciertas personas, lo que reduce la ética cristiana a un sistema binario (o correcto o incorrecto) de peligrosas consecuencias (lo incorrecto debe desaparecer). Y es que se nos dice que mucho tiempo atrás los marcianos “asimilaron” incorrección en un planeta entero y procedieron a destruirlo, dejando sus restos como lo que hoy llamamos Cinturón de Asteroides. El que igual destino pueda acontecer a la Tierra en función de lo que Smith vea y “asimile” aquí, es una amenaza que se plantea al principio y se resuelve –no muy satisfactoriamente‒ casi al final.
Conforme Heinlein fue madurando como autor, hizo de sus historias no una mera ficción destinada al entretenimiento efímero, sino plataformas para lo que verdaderamente le interesaba: exponer sus puntos de vista sobre una variedad de temas. Tengo la sensación de que no siempre está seguro de cuáles son sus auténticas convicciones por lo que utiliza a diferentes personajes como portavoces de distintas opiniones sobre una multiplicidad de cuestiones. No es que ocurran muchas cosas en “Forastero…”, pero sí se tocan muchos asuntos: las relaciones hombre/mujer; la religión organizada; el ateísmo; la política; la monogamia; la familia; el arte; la necesidad de encontrar un equilibrio entre la necesidad de instituciones públicas de gobierno que faciliten la coexistencia pacífica de los hombres y su tendencia a corromper a aquellos que entran en contacto con ellas; la ética y consecuencias de aislar a un ser humano de su cultura; las implicaciones de acoger en nuestra sociedad alienígenas más poderosos que los humanos…
Por desgracia, ninguno de estos temas tiene un desarrollo muy sólido a pesar de la excesiva verbosidad que los acompaña. Quizá fuera que en 1962, varios de esos temas ya se habían explorado con acierto en la ciencia-ficción, y Heinlein prefirió adentrarse en las arenas movedizas del comportamiento sexual y cómo éste es percibido por la sociedad. Un ejemplo de ello es cuando Jubal y Ben discuten sobre el rechazo de Smith a los códigos morales convencionalmente aceptado y Jubal llama a Smith “pobre muchacho”:
“—Jubal, se lo repito… no es ningún muchacho, es un hombre.
—¿Es un hombre? Me lo pregunto. Ese pobre sucedáneo marciano está diciendo, según su informe, que el sexo es una forma de ser felices juntos. Hasta aquí estoy de acuerdo con Mike: el sexo debería ser un medio hacia la felicidad. Lo peor acerca del sexo es que lo utilizamos para hacernos daño los unos a los otros. Jamás debería hacer daño; sólo debería traer felicidad o, por lo menos, placer. No hay ninguna buena razón por la cual debería ser menos que eso.
»El código dice: No desearás la mujer de tu prójimo. ¿Y el resultado? Castidad reluctante, adulterio, celos, amargas peleas familiares, golpes y a veces asesinatos, hogares deshechos y niños traumatizados… pequeñas insinuaciones furtivas en los bailes de los clubes de campo y lugares así, que degradan tanto a la mujer como al hombre, se consumen o no. ¿Se obedeció alguna vez esa prohibición? Me refiero al mandamiento de «no desear». Me lo pregunto. Si un hombre me jurara sobre un montón de sus propias Biblias que se había abstenido de desear la mujer de su prójimo porque el código se lo prohibía, me atrevería a suponer que es un tipo que se engaña a sí mismo, o un subnormal sexual. Cualquier hombre lo bastante viril como para procrear ha codiciado muchas, muchas mujeres, tanto si ha hecho algún avance al respecto como si no.
»Y ahora llega Mike y dice: No es necesario que desees a mi mujer. ¡Ámala! Su amor no conoce límites, todos lo tenemos todo por ganar, y nada que perder excepto el miedo y el pecado, el odio y los celos. Esta proposición es tan ingenua que resulta increíble”
En cualquier caso, la gran popularidad que cosecharon Forastero en tierra extraña, Dune o El Señor de los Anillos fue un fenómeno nuevo dentro de la ciencia-ficción. Está claro que el misticismo y la presentación de drogas psicotrópicas como llaves hacia la transformación en Dune le valieron no pocos defensores entre una juventud activa e idealista como ninguna otra en la Historia. En el caso de Forastero… fue tal la influencia que ejerció su mesiánico Smith, perseguido por los gobernantes, grandes empresarios y líderes religiosos de otras fes, que aparecieron movimientos religiosos inspirados en el descrito en la novela.
Heinlein siempre mantuvo a esos movimientos a distancia, recordando a sus seguidores que él era agnóstico y que su libro debía ser considerado como una sátira de la religión. Aun así, la iconoclastia (aparente, me atrevería a decir, tal y como luego expondré) que exhibe en sus ideas combinada con la ambigüedad de su moralidad convirtieron a Forastero en tierra extraña en una obra muy popular, tanto entre los aficionados de la ciencia-ficción como entre los hippies o los militantes de movimientos de vanguardia. Esa diversidad fue su fortaleza.
Forastero en tierra extraña es un libro complejo y denso al que no se puede negar su categoría de clásico del género. Junto a Dune, es uno de los libros de ciencia ficción bien aceptados por los gurús de la cultura literaria generalista. Pero a diferencia de la obra de Frank Herbert, para la que parece haber un consenso sobre su excelencia e importancia (el veneno suele reservarse para sus secuelas), las opiniones sobre los méritos de Forastero… están mucho más divididas, tanto como las que se vierten sobre el propio Heinlein. Quien odia este libro lo hace con tanta intensidad como pasión exhiben quienes lo reverencian como obra maestra. Como suele suceder, la verdad suele estar a mitad de camino entre las dos posturas.
Dado el impacto que tuvo en su momento y su aura de clásico imprescindible incluso dentro de la literatura generalista, Forastero… es la única novela que mucha gente ha leído de Heinlein, formándose, por tanto, una idea del autor equivocada: Heinlein es aburrido, pretencioso, un sabelotodo, sus personajes femeninos son cuestionables, estaba obsesionado por el sexo grupal… Sin embargo, estas críticas pueden aplicarse o bien solamente a esta obra o bien es en ella donde más chirriantes resultan.
Forastero en tierra extraña es un libro que no tiene por qué gustar a todo el mundo. Para empezar, creo que es excesivamente largo para la historia que cuenta. Más allá de un encadenamiento de escenas construidas alrededor de diálogos, no se puede decir que haya un argumento muy sólido. Se produce también un brusco cambio de tono y estilo. Al principio, parece que nos vamos a encontrar con una especie de thriller en el que los políticos conspiran contra Mike Smith, pero Jubal pronto desmonta sus planes y esa amenaza se disipa. A partir de ese momento, el libro nos narra brevemente los vagabundeos de Smith por Estados Unidos, descubriendo la riqueza humana y experimentando diversos trabajos para, finalmente, fundar una religión en la que todos los adeptos obtienen todo el sexo que desean, se liberan de los celos y el apego material, aprenden a hablar y pensar como un marciano y, en el proceso, desarrollan poderes telekinéticos y telepáticos.
Hay que decir, no obstante, que la versión que podemos leer hoy es la que podríamos llamar “integral” u original. La que se publicó en su momento (por cierto, dedicada entre otros a Philip José Farmer, escritor pionero en el tratamiento del sexo en la ciencia-ficción) fue recortada en 70.000 palabras para hacerla más “aceptable”, menos polémica y, por tanto, más vendible. Y, aun así, fue el libro de ciencia-ficción más largo publicado hasta la fecha.
Tras la muerte de Heinlein en 1988, su viuda Virginia, muy activa en gestionar y vigilar el legado de su marido, descubrió en su archivo una copia del manuscrito original, anterior al recorte exigido. En 1991, se editó esta versión integral, pero sin retirar de circulación la versión de 1961. Ahora bien, si se examinan ambas versiones, en la ampliada no vamos a encontrar escenas eliminadas que enriquezcan la historia o los personajes y que aporten profundidad al mensaje, En lo que sólo puede imaginarse como un doloroso esfuerzo, Heinlein consiguió cortar esas decenas de miles de palabras de su manuscrito eliminando pasajes de aquí allá, una frase en esta página, quizá un adverbio o un adjetivo en la siguiente… La historia y su mensaje, sin embargo, no sufrió cambio sustancial alguno.
En muchos aspectos, Forastero… es una novela indigesta, cuya inmensa reputación puede explicarse, al menos en parte, en el ansia que a comienzos de los sesenta tenían los aficionados de que su género favorito gozase del reconocimiento merecido, escapando del estigma de las space operas tontorronas. Así, estaban dispuestos a ensalzar cualquier novela que pareciera más “literaria” de lo habitual en la ciencia-ficción, aun cuando las aspiraciones estilísticas de Heinlein aquí tienen un sabor presuntuoso y casi involuntariamente cómico.
El propio autor, al arrancar aquella década, estaba molesto por las limitaciones que él mismo se había creado al establecerse como un reputado escritor de novelas de aventuras para adolescentes. Eran éstas, como he apuntado en otros artículos, buenos libros en su categoría y no hay vergüenza en ello si se hace bien. Pero Heinlein aspiraba a más y mejores cosas en el mundo literario.
Elegir la historia de un mesías “extraterrestre”, un “niño salvaje” arquetípico que descubre las virtudes y miserias de la especie humana le sirvió a Heinlein para crear una sátira política y religiosa no particularmente sutil. Afirmar que los movimientos religiosos populistas son poco más que un ejercicio de venta agresiva, que explota a los parias emocionales e intelectuales, no constituye una revelación nueva y trascendental. Pero al menos Heinlein sí lo hace con estilo.
Uno de los problemas fundamentales de la novela es que, sátira o no, no hay una sola escena que parezca realista. Son pasajes artificiosamente orquestados. No se trata de que la acción discurra en una versión alternativa de nuestro mundo real; es que ni siquiera en la versión que nos presenta Heinlein las cosas que ocurren y los personajes que las provocan parecen convincentes. Todo resulta demasiado sencillo. No sólo Jubal desmonta con relativa facilidad el intento de quitar a Smith de en medio y consigue recuperar con vida a Ben Caxton, sino que todas las barreras que se va encontrando Smith se derrumban con solo apoyar un dedo en ellas. Y es que el humano criado en Marte puede hacer desaparecer a voluntad tanto a gente como objetos, hacer cosas milagrosas con sus poderes mentales, tiene una riqueza inconmensurable, puede transformar su apariencia física, ralentizar su ritmo cardiaco, liberar la mente de su cuerpo, influir en las mentes de los demás, es un amante fabuloso… Y de repente, al final del libro (Atención: espóiler) se deja matar en un martirio mesiánico absurdo y sus seguidores se comen su cuerpo. También me parece decepcionante la forma en que Heinlein aparta de sopetón la amenaza de invasión-destrucción marciana que se había sugerido al principio, y que apuntaba a que Smith no era sino un agente quintacolumnista enviado para estudiarnos. Es como si esa subtrama hubiera estado pensada inicialmente para jugar un papel importante pero que, al final, el autor, absorbido por sus propias disquisiciones místico-políticas, decide rematar deprisa y corriendo. (Fin del espóiler).
Por otra parte, habrá quien, con razón, encontrará a todos los personajes insoportablemente petulantes. No sólo Jubal, cuyos interminables monólogos ocupan una parte desproporcionada de la narración. Incluso Mike el marciano se transforma en un engreído una vez se adapta y entiende los resortes de la mente y sociedad humanos. Ello deriva en largos diálogos con ánimo didáctico, que pueden resultar comprensiblemente aburridos, en los que unos y otros sermonean y pontifican acerca de cómo funciona el mundo.
Desde el punto de vista de la ciencia-ficción propiamente dicha, Heinlein se aparta del rigor con el que había abordado otras novelas en el pasado. Así, si Mike es humano, no estaría de más saber cómo exactamente es capaz de realizar esos trucos maravillosos que a todos dejan estupefactos y que incluye desintegrar personas o alterar la propia fisonomía. Se deja claro que fue educado por alienígenas pero parece evidente que haría falta algo más que eso para poder modificar la realidad física a voluntad. La forma en que sus acólitos se inician en esas fantásticas habilidades también resulta muy oscura. Se nos dice que basta con aprender el lenguaje marciano para “asimilar” el universo y poder manipularlo, pero ese es un argumento bastante pobre (que más adelante, por ejemplo, sería retomado y desarrollado con mayor profundidad por Ian Watson en Empotrados, 1973).
En cuanto a la sátira religiosa, a mi parecer sólo se consigue a medias. Smith descubre la religión a través del popular –e improbable‒ culto fosterita, cuyos ritos y celebraciones parecen espectáculos de Las Vegas. Smith se muestra intrigado al principio pero su ingenuidad no tarda en convertirse en decepción y cinismo cuando descubre las mentiras y ambiciones muy terrenales que se esconden tras la fachada de esa religión. Sin embargo, y como indiqué en el resumen del argumento, comprende que para alcanzar sus propios objetivos, la unión armoniosa de todo el planeta, tiene que utilizar las mismas mañas de vendedor que los predicadores populistas. La sátira social y religiosa que podría haberse derivado de aquí queda demasiado diluida por la falta de profundidad del propio Smith, la continua inserción de los discursos de Jubal y la ingenuidad infantil del mensaje “love is all you need”, ofrecido como una serie de encuentros sexuales a medio gas y narrados de forma bastante poco estimulante (al menos para un adulto).
Y ya puestos, hablemos de género y sexo, que es uno de los aspectos que más polvareda ha levantado en esta novela.
La actitud de Heinlein, en principio libertaria y meritocrática, debería defender la eliminación del doble rasero de medir, tanto sexual como profesional. Pero la sensación que transmite el libro es que los hombres siguen teniendo un papel dominante y patriarcal. Tanto Smith como Jubal forman a su alrededor una especie de harén de mujeres arrobadas por su protector y líder, muy inteligentes y capaces, sí, pero a la postre subordinadas a ellos. Se ha discutido mucho sobre lo subversiva que es la política sexual que Heinlein propone aquí, pero lo cierto es que tiene una actitud condescendiente hacia la mujer. En su mundo, las mujeres pueden ser superdotadas siempre y cuando recuerden cuál es su lugar, se preocupen por mantenerse siempre femeninas y se sometan a las órdenes y caprichos de su mentor.
Por otra parte, Heinlein nos sugiere repetidamente a lo largo del libro, y de forma más o menos explícita, que el sexo es algo que los hombres desean y las mujeres poseen. Cuando escribe sobre mujeres disfrutando del sexo, quiere decir que disfrutan con cualquiera y con todos los compañeros que elijan. Desde luego, hay pasajes que al lector moderno le van a hacer fruncir el ceño, como la pobre opinión que parece tener de los gays (“pobres invertidos”) o esa afirmación de Jill de que “en nueve de cada diez veces, si una chica es violada, en buena parte la culpa le corresponde a ella”. Esto, sin embargo, puede defenderse como posturas “primitivas” de ciertos personajes antes de su iluminación y conversión a la religión de Smith.
Sin embargo, hay detalles más sutiles y que tampoco podemos decir que sean muy progresistas, sino producto de las fantasías sexuales de un hombre maduro atrapado en una sociedad conservadora. Por ejemplo, todos los hombres son heterosexuales en todo momento, antes y después de convertirse a la religión de Smith. En cambio, cuando las mujeres se liberan de sus inhibiciones, están dispuestas a tener sexo todo con todo el mundo, hombres y mujeres, y en cualquier momento, como en una película pornográfica.
La costumbre esquimal de intercambiar esposas se presenta casi como la receta de la felicidad: “Pese a su curiosa cocina y sus lamentables posesiones, los esquimales han sido siempre considerados el pueblo más feliz de la Tierra. Jamás podremos estar seguros de por qué eran felices, pero sí podemos afirmar absolutamente que cualquier desdicha que sufrieran no estaba causada por los celos sexuales. Se prestaban sus esposas los unos a los otros, tanto por conveniencia como simplemente para divertirse, y eso no les hacía desgraciados. Uno se siente tentado a pensar: ¿quién es más lunático? ¿Mike y los esquimales, o el resto de nosotros? No podemos juzgar por el hecho de que usted y yo no tengamos estómago para practicar ese deporte de grupo”. La opinión de las mujeres o si tienen elección en esa costumbre, ni se plantea.
Y es que la fantasía sexual masculina de disfrutar del sexo con todas las mujeres que uno desee no puede hacerse realidad si se les deja decidir a ellas. Heinlein tenía razón en que las mujeres disfrutan del sexo, pero en la vida real son bastante más exigentes de lo que se nos dice en el libro. También –quizá en menor grado‒ los hombres. Y el sexo es, debe ser, un acto consensuado. Incluso en un paraíso como el que Smith aspira a construir en la Tierra, donde la gente no envejezca ni necesite dormir, habrá quien diga “No” a otras personas, y éstas se molestarán y enfadarán. Existirán fricciones, y por tanto, tendencia al desorden y la violencia.
La idea central de la novela ‒que los problemas de la Humanidad podrían resolverse practicando sexo promiscuo y grupal‒ era estúpida entonces y lo sigue siendo hoy. De alguna forma, Heinlein era como un adolescente tratando de definirse a sí mismo mediante nuevas ideas y experiencias pero sin ser todavía capaz de desprenderse de las creencias y enseñanzas impresas en su más profundo espíritu por el peso de las generaciones anteriores (algo que, por otra parte también definiría a la propia década de los sesenta).
¿Cómo no iba a gustar esto a los estudiantes de los sesenta?¿Cómo no iban a sentirse identificados con el protagonista? Smith es un hombre joven, inteligente, curioso y sensible. Es educado por un padre (Jubal) temperamental y sabio pero nunca pierde su optimismo, generosidad y compasión. Tiene poderes sobrehumanos que le permiten eliminar a sus enemigos con un simple acto de voluntad. Conforme avanza la historia, madura y descubre el sexo y gracias a su carisma y poderes, consigue todo el sexo que desea e inicia un culto en el que todos le adoran, atrae a más mujeres hermosas y las induce al sexo en grupo. Irresistible.
Ya mencioné que el editor obligó a Heinlein a purgar su manuscrito original para hacerlo más digerible y vendible, pero también le instó a eliminar pasajes potencialmente explosivos para la época en un género en el que tradicionalmente no se había hecho hincapié en el sexo. Es el caso de una escena que tiene lugar después de que Smith y Jill expliquen de forma un tanto velada a Ben, potencial recluta de su culto, los beneficios de su vida comunal:
«—Ben, no lo creerás hasta que lo haya hecho, pero Mike puede proporcionarte fortaleza… fortaleza física, no sólo apoyo moral. Yo sólo puedo prestarte un poco. Pero Mike puede hacerlo de veras.
—Jill puede hacer mucho —Mike la acarició—. ‘Hermanito’ es una torre de fortaleza para todo el mundo. Desde luego, anoche lo fue —le dirigió una sonrisa a Jill, luego cantó:
Jamás encontrarás una chica como Jill,
ni una entre mil millones.
De todas las chicas voluntariosas
¡la más voluntariosa es nuestra Gillian!
¿… no es cierto, Hermanito?
—Bah —repuso Jill, evidentemente complacida, al tiempo que cogía la mano de Mike y la apretaba—. Dawn es exactamente como yo… y bastante más voluntariosa”.
Lo que esconde toda esta aparente ternura (el eufemismo de ‘Hermanito’ no es precisamente sutil) se hace evidente en el pasaje eliminado de la versión de 1961, cuando Ben le explica a su mentor Jubal:
«—Jubal —dijo Caxton, muy serio—, no le hubiera contado esto en absoluto… si no fuera imprescindible para explicarle cómo me siento respecto a todo el asunto, y por qué estoy preocupado por ellos… por todos ellos, Duque y Mike y Jill, así como el resto de las víctimas de Mike. Aquella mañana yo mismo me había quedado medio convencido, y había llegado a pensar que todo estaba bien… extraño como un demonio en algunos aspectos, pero delicioso. El propio Mike me había fascinado; su nueva personalidad es absolutamente poderosa. Autoritario y a la vez persuasivo como un supervendedor, y muy convincente. Pero luego él… o los dos… me dejaron más bien azarado, así que aproveché aquella ocasión para levantarme del diván.
»Entonces me volví para mirarles… y no pude creer lo que veían mis ojos. No me había vuelto en otra dirección ni cinco segundos, y Mike se las había arreglado para librarse de todas sus ropas… y, Dios me ayude, lo estaban haciendo, mientras yo y otros tres o cuatro en la habitación mirábamos… ¡tan osadamente como unos monos en el zoo!
»Jubal, me impresioné tanto que casi vomité el desayuno”.
Ben sirve en este momento de portavoz de los lectores para los que la religión de Mike es motivo de profunda reprobación. Tanto en la opinión de este personaje como en el abundante y educado uso de eufemismos sexuales, Heinlein mantenía todavía el estatus de baluarte de la decencia, pero su mensaje esencialmente machista y al servicio de la autoestima masculina no se diferencia tanto del de las novelas de Gor escritas por John Norman: el destino genético de la mujer es servir a los deseos sexuales del hombre y someterse a su voluntad.
En cualquier caso, esa sobreabundancia y ensalzamiento del sexo no le hace ningún favor a la historia. Incluso los personajes secundarios pierden sus identidades –por poco que estuvieran bosquejadas‒ en el momento en que quedan absorbidos en el culto de Smith. Ben Caxton desaparece de escena hasta casi el final, y Jill, que al principio era algo así como la novia no oficial de Smith, una mujer fuerte y segura de sí misma, que sabe que es atractiva y que no tiene inconveniente en utilizarlo pero siempre sin dejar que nadie se aproveche de ella, a mitad de novela queda confinada al rol de mujer subordinada al hombre, sin muchas luces y objeto sexual.
Y luego está esa incontrolable inclinación de las mujeres de este libro a tener bebés. En aquella época las cosas ya empezaban a cambiar y los roles tradicionales de los géneros empezaban lentamente a erosionarse pero todavía nadie sabía muy bien qué iba a suceder cuando las mujeres tuvieran igual salario y oportunidades que los hombres y no hubieran de venderse en matrimonio para asegurarse un futuro. Es evidente que la especie humana necesita bebés para sobrevivir, pero es que en Forastero…, todas parecen desear un bebé sin aclarar muy bien las razones.
En general y a lo largo de su carrera, Heinlein escribió a los personajes femeninos bastante mejor que sus contemporáneos. Pero Forastero… no es un buen ejemplo de ello. Todas las mujeres son iguales: jóvenes, inteligentes y hermosas… intercambiables al fin y al cabo. Las que son más maduras (Patty, Allie, Ruth), en virtud de su aprendizaje con Mike acaban modificando su aspecto físico para ser más jóvenes y atractivas. Eso sí, el anciano Jubal no necesita rejuvenecer para atraer a las mujeres, le bastan su carisma e inteligencia. Sólo hay una mujer entrada en años en todo el libro: Alice Douglas, la horrible esposa del Secretario General, descrita como “esencialmente virginal”, que duerme separada de su marido y que se nos presenta como una arpía manipuladora obsesionada por la astrología. La única mujer que hubiera podido ser verdaderamente interesante aquí no llega a tomar parte directa en la acción: la madre de Mike, Mary Jane Lyle Smith, inventora del motor espacial que lleva su nombre y valiente exploradora.
Forastero en tierra extraña es un libro que, a la postre, no me resulta fácil recomendar sin reservas. Cuando lo leí por primera vez, siendo un adolescente, me impactó tanto como imagino hizo a las generaciones de jóvenes de los sesenta. Los lectores de ciencia-ficción acostumbrados a la escuela clásica del género, se encontraban con uno de sus maestros ofreciendo una obra iconoclasta que nada tenía que ver con lo que habían leído hasta ese momento. De ahí, el Hugo que le otorgaron los aficionados. No es difícil ver a Valentine Michael Smith como molde de iconos hippies como Timothy Leary o el Maharishi Mahesh Yogi.
El propio Smith podría haber adoptado como himno de su religión la canción “Come Together” de los Beatles. Se dice que algunos discípulos de Charles Manson eran grandes admiradores de esta novela, aunque su líder niega haberla leído jamás. El inconveniente de ser en tan gran medida un producto de su época es que cuando esta queda atrás, también lo hace aquél. Y así, revisada hoy, desde el punto de vista de un lector más experimentado, con un mayor bagaje vital y literario a mis espaldas, y habida cuenta de lo mucho que evolucionaría la ciencia-ficción desde mediados de los sesenta del siglo pasado, mi apreciación es menos entusiasta.
Los personajes principales, ya lo he dicho, me resultan demasiado pedantes. Los diálogos ocupan una parte desproporcionada de la novela hasta el punto de que uno empieza a dudar a veces si lo que tiene entre las manos no será un ensayo en vez de ficción; y 200.000 palabras parecen excesivas para transmitir un mensaje de amor, sexo y paz que los Beatles podían articular en tres minutos. Es una novela, en definitiva, que podría haber sido mucho más de lo que en realidad es y que, siendo audaz para su época, no está a la altura de su ambición.
La ciencia-ficción jugó un papel considerable en la redefinición del pensamiento y las costumbres en la década de los sesenta. Introdujo en la ficción fantástica los conceptos del pacifismo y los límites a la aplicación militar de la Ciencia, así como el disfrute del sexo libremente por parte de ambos sexos. También exploró el uso de las drogas y la forma en que todo lo anterior se fundía en los movimientos culturales vigentes.
La ciencia que se desarrolló durante la New Age de los sesenta cambió la sociedad, pero la ciencia-ficción actuó como catalizador de esos cambios gracias a libros como Forastero en tierra extraña. Publicado al comienzo de la Era de Acuario y el ascenso de la New Age, el libro de Heinlein allanó el camino para autores dispuestos a explorar una ciencia ficción más experimental y comprometida. Aunque quedó superada por bastantes de sus sucesores, sigue siendo un libro de relevancia histórica dentro del género y en su momento sirvió de inspiración y marco de debate sobre el papel del individuo dentro de la sociedad.
Después de todo, algunas de sus agudas observaciones sobre la forma en que interactúan sociedad, individuo y religión, no han quedado desfasadas, y desgraciadamente, siguen tan vigentes hoy como entonces.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.