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Cabalgando sobre un cometa

En noviembre de 2014, el módulo Philae de la misión Rosetta se posó sobre el cometa 67P/Churiumov-Guerasimenko. Gracias a ese logro científico, esta misión de la Agencia Espacial Europea (ESA) vino a cumplir un viejo sueño de la ciencia-ficción: la posibilidad de que un artefacto espacial pudiera cabalgar sobre un cuerpo celeste.

En realidad ‒no nos engañemos‒, muchos de quienes conocieron la noticia pensaron de inmediato en películas como Armageddon (1998), de Michael Bay, o en peripecias como las de Dan Dare, un héroe del cómic británico, creado por Frank Hampson, que ya acometió en 1959 un reto similar.

Ficciones como estas nos llevaban a imaginar una aventura cósmica más allá de lo razonable, marcada por el peligro y por la audacia. Lejos de esas fantasías, Paolo Ferri, jefe de operaciones de la misión en el centro ESOC de la ESA, se encargó de restar dramatismo a la hazaña en cuestión: “Philae está en la superficie y haciendo un trabajo maravilloso ‒declaró‒, trabajando muy bien y podemos decir que tenemos un módulo de aterrizaje muy feliz».

Sin embargo, la importancia de la misión Rossetta ‒que concluyó el 30 de septiembre de 2016‒ no era menor. El problema de agarrarse a la superficie de un cometa no es que sea relativamente pequeño. En la escala de un universo mecánico al gusto de Newton, conocer la masa del objeto en cuestión y la distancia a su centro es un buen asunto para que las trayectorias no fallen. El gran problema es que no tiene gravedad. La gran diferencia entre aterrizar en un planeta o un satélite y «acometizar» ‒digámoslo así‒ es que en los dos primeros casos la atracción gravitatoria es una ayuda impagable a la hora de posar un artefacto con tecnología terrícola.

Los cometas son cuerpos muy ligeros, los más ligeros que se conocen en el Sistema Solar. Están compuestos de diferentes hielos: agua helada, dióxido de carbono helado, metano helado y amoniaco helado. No hay masa para un tirón gravitatorio que facilite el acercamiento y permita cierto alivio cuando la nave se deje llevar de la mano del objeto; el aparato ha de realizar todo el esfuerzo.

En el caso de la unión entre Philae y Churiumov-Guerasimenko ‒descubierto en 1969‒, el módulo Philae tuvo que ajustarse por su cuenta y riesgo a la velocidad del pedrusco, la cual se va acelerando a medida que se aproxima al Sol. Tuvo asimismo que localizar el lugar adecuado para clavar sus ganchos sin peligro y, por último pero en ningún caso menos importante, apañárselas para girar en sintonía con el movimiento de rotación de la roca sin descompasarse.

Estos detalles supusieron diez años de estudios y siete horas de cuidadosa aproximación a razón de un metro por segundo. Pocos años antes de 2014, la hazaña de Philae habría sido imposible.

Imagen superior: vista del cometa 67P/Churiumov-Guerasimenko tomada por Rosetta el 22 de agosto de 2014 a una distancia de unos 62 km del cometa.

A partir de este logro, los científicos pudieron estudiar en vivo y en directo cómo se desintegra un cometa: cómo se escapan los gases y cómo pierde la poca masa que tiene. Pero hay algo más trascendental para la mente humana: el origen de los cometas está más allá del cinturón de Kuiper, un anillo de rocas que rodea al Sistema Solar a unas cuatro horas de la Tierra viajando a la velocidad de la luz y sin torcerse.

Churiumov-Guerasimenko tardó seis años y medio en completar su órbita entre Kuiper y el Sol. Y esta fue, gracias a la ingeniería y a la tecnología, la gran oportunidad para conocer qué hay, en realidad, allí fuera. Sin embargo, aunque los fuegos de artificio que supuso un alarde como este puedan despistarnos, el verdadero progreso humano no es, ni mucho menos, una cuestión de números y datos mecánicos, inútiles por sí solos. Hay un significado profundo ‒una trascendencia‒ del genuino conocimiento que nuestra mente, ingenua y egocéntrica, prefiere ignorar en demasiadas ocasiones. Y es que, por mucho que nos pese, la sabiduría es algo que muchas veces olvidamos cuando nos dejamos hipnotizar por los aspectos más superficiales de un logro técnológico tan portentoso como este.

Imagen superior: «Comet Landing» © Moh Z. Mukhtar.

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Rafael García del Valle

Rafael García del Valle es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. En sus artículos, nos ofrece el resultado de una tarea apasionante: investigar, al amparo de la literatura científica, los misterios de la inteligencia y del universo.