Tras Flash Gordon (1936) y Marte ataca a la Tierra (1938), en 1940 se estrenó el último serial dedicado al personaje de Alex Raymond, compuesto por doce episodios dirigidos por Ford Beebe y Ray Taylor y titulado inequívocamente Flash Gordon Conquers the Universe.
En la Tierra, estalla una epidemia conocida como Muerte Púrpura, una infección misteriosa y letal cuyo nombre se lo debe a las manchas de ese color que deja en las frentes de las víctimas.
Flash Gordon, Dale Arden y el doctor Zarkov descubren que está siendo causada por el polvo venenoso que una nave de Mongo dispersa en las capas superiores de la atmósfera. Inmediatamente, ponen rumbo a Mongo, donde se reúnen con su viejo aliado el príncipe Barin de Arboria.
Juntos, viajan hasta el reino helado de Frigia para extraer Polarita, un antídoto para la epidemia. Y, una vez más, deberán coartar los planes de conquista del emperador Ming.
Aunque los seriales de Flash Gordon destacaron siempre por encima de la media, esta tercera entrega puede ser considerada la menos interesante de todas. No hay muchas observaciones nuevas que se puedan hacer respecto a los dos seriales anteriores. Siempre dentro del escaso presupuesto con que contaban los diseñadores de producción, los escenarios están dispuestos con imaginación (destaca el salón imperial de Ming o el interior art déco del cohete) y el vestuario es variado y respetuoso con la estética del cómic de Raymond.
La historia, como era obligatorio, se dividía en segmentos culminados por emocionantes escenas que ponían al héroe en peligro mortal. Sobresalen los pasajes ambientados en Frigia, para los que se recurrió a películas de archivo sobre montañismo, avalanchas incluidas. Como en los anteriores casos, y aunque de forma esquemática, el serial evoca un sofisticado sentido del exotismo extraterrestre que ningún otro producto cinematográfico por entregas pudo igualar. En este sentido destacan las escenas de Frigia, así como aquellas en las que los protagonistas llegan a la Tierra de los Muertos, donde habitan los Hombres de Piedra, que tienen la extraña capacidad de fundirse unos con otros y transformarse en una masa rocosa.
El serial cojea cuando el presupuesto no alcanza a la imaginación: el amenazador lagarto gigante no es más que una lagartija aumentada fotográficamente y ni siquiera aparece en los mismos planos que los actores; Arboria está representada por un exterior que parece el jardín de una mansión de Beverly Hills; los campos de fuerza eléctricos de los robots no son más que ralladuras en el fotograma; los estilizados cohetes tienen un aspecto magnífico mientras se enfrentan en batalla, pero la ambición de la escena supera con mucho las posibilidades de los efectos especiales y no consigue mostrar en detalle el exterior de las naves más allá de ver a Flash pateando la puerta de una de ellas. Además, se reciclan una y otra vez las mismas tomas de las maquetas de Arboria o de cohetes despegando o aterrizando.
Así, el serial consigue mantener el nivel sólo intermitentemente. La mejor parte la encontramos al comienzo, en las escenas ambientadas en Frigia, pero a partir de ahí ya nunca alcanza el mismo interés.
Hay momentos mejores y peores, pero en general los últimos dos tercios se limitan a enlazar persecuciones y carreras por el palacio y Arboria punteados por los perceptivos climax que separaban los episodios.
Larry «Buster» Crabbe retoma el papel de su Flash pétreo. Charles Middleton encarna de nuevo a Ming, aunque esta vez su interpretación transmite claramente el cansancio que sentía. Ming, de hecho, moría inequívocamente al final de la aventura, lo que, en principio, dejaba clara la intención del estudio de cerrar definitivamente la carrera cinematográfica del héroe.
Frank Shannon regresa a su personaje del doctor Zarkov, pero la rubia Jean Rogers es sustituida por la castaña Carol Hughes sin que en ello encontremos diferencia alguna. Anne Gwynne, en el papel de Lady Sonja, constituye la refrescante novedad, interpretando su papel de seductora hasta donde los límites morales de la época permitían llegar.
«Buster» Crabbe protagonizaría también otro serial de ciencia-ficción para la Universal, Buck Rogers (1939). Pero no sería éste el único estudio que encontró en la versión más barata del género un pequeño filón. Republic, más conocido por sus westerns de bajo presupuesto, sacó un par de seriales de ciencia-ficción en la década de los treinta. Uno de ellos fue Reino submarino (1936), en el que la estrella Ray «Crash» Corrigan –interpretándose a sí mismo– viajaba a las profundidades oceánicas para investigar la causa de unos enormes terremotos; por el camino, descubre la Atlántida –gobernada nada menos que por los descendientes de los hunos, a cuyo frente se encuentra un trasunto de Ming, Unga Khan (Monte Blue)– e interviene en la típica guerra civil de las historias pulp de Mundos Perdidos.
El Imperio Fantasma, protagonizado por el vaquero cantante Gene Autry haciendo de sí mismo, ponía al cowboy en la interesante e insólita situación de encontrarse con que bajo su rancho hay un imperio perdido de humanos tecnológicamente avanzados. Es el primer –y con suerte el último– serial western/musical de ciencia-ficción.
A comienzos de la década cincuenta, con el ascenso de la televisión, el serial pasó a mejor vida en su versión cinematográfica. Pero en los cuatro años que mediaron entre 1936 y 1940, Flash Gordon pasó a encarnar a la perfección el espíritu de la aventura espacial. Fueron en no poca medida estas aventuras cinematográficas las que aseguraron su pervivencia –aunque intermitente y mayormente desafortunada– en el mundo de la pantalla, pequeña o grande.
Fue recuperado para una serie de televisión de corta duración en 1954 protagonizada por Steve Holland y denostada por los fans debido a su cortísimo presupuesto. El serial sirvió de inspiración directa al productor Dino de Laurentiis para su película de 1980 protagonizada por Sam Jones y de la que hablaremos en su momento.
De Laurentiis ya se había asociado poco antes con Filmation para producir una serie de dibujos animados de dieciséis episodios, The New Adventures of Flash Gordon, en 1979. Nuevas versiones animadas aparecerían en Defenders of the Earth (1986) –junto al Hombre Enmascarado y Mandrake el Mago– y Flash Gordon (1996) –aquí como adolescente–. Eric Johnson encarnó a Flash en una serie televisiva de acción real que se emitió entre 2007 y 2008, si bien se desviaba mucho de los tópicos ya familiares de los cómics y los seriales. Además, en los últimos años se ha venido hablando de un nuevo remake en forma de gran producción cinematográfica.
Volviendo a los años treinta, por mucho que Universal Pictures desplegara todo su músculo publicitario alabando la faceta espectacular de los seriales, lo cierto es que, aunque no cabe duda de que Flash Gordon sí remontó por encima de lo que solía ser la norma en este tipo de productos, en ningún caso alcanzó los niveles mínimos para ser considerado una buena historia. Los guiones eran tan chapuceros como los que Alex Raymond había ilustrado en el cómic, pero mientras que éste contaba con la elegancia y pericia gráfica de un dibujante genial, en la pantalla no se encontraba consuelo en los toscos efectos especiales y las torpes interpretaciones. Al fin y al cabo, entonces –como ahora– un público compuesto de chicos de 6 a 10 años no constituye una audiencia difícil ni particularmente crítica, y ésa es la razón de que aquellos seriales gozaran de una enorme popularidad.
Tras los fracasos cosechados por los principales estudios en el ámbito de las grandes superproducciones de ciencia-ficción, (recordemos Una fantasía del porvenir, 1930; o It’s Great To Be Alive, 1933) Flash Gordon fue el único verdadero representante del género en la gran pantalla durante los años treinta. La serie B ofreció multitud de científicos locos y monstruos de lo más diverso, pero si lo que querías ver eran pistolas láser y cohetes, Flash Gordon era tu héroe.
¿Debe incluirse en un canon de la ciencia–ficción una obra cuya única preocupación no es crear personajes creíbles o historias mínimamente verosímiles, sino fabricar un momento de suspense detrás de otro para hacer que los críos volvieran al cine la semana siguiente? En mi opinión sí, y la razón es esta: Flash Gordon, armado con su ingenuo maniqueísmo, inspiró el sentido de la aventura y la maravilla en toda una generación de muchachos, algunos de los cuales crecerían con aquellas exultantes imágenes en sus mentes y se convertirían no sólo en lectores del género, sino en cineastas y escritores. Es por eso por lo que este serial, hoy considerado una pieza kitsch, fue una de las obras visuales más importantes e influyentes de la ciencia-ficción.
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Flash Gordon, de Alex Raymond (1934-1943)
Flash Gordon (1936), de Frederick Stephani
Marte ataca a la Tierra (Flash Gordon’s Trip to Mars, 1938), de Ford Beebe y Robert F. Hill
Flash Gordon (1980), de Mike Hodges
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.