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El universo secreto de Remedios Varo

Cuando descubrí los cuadros de Remedios Varo mi primera pregunta fue ¿dónde adquirió todos sus conocimientos de magia? ¿Cómo sabía tanto de alquimia? Yo desconocía todo de su vida. Me iba enterando atropelladamente, según leía lo que me encontraba acá y allá.

Menos aún sabía de vanguardias artísticas ni de aquellos turbulentos años de entreguerras. Así que, en mi soberana ignorancia, tiré del único hilo que me sonaba de algo y que no era otro que la importancia de Barcelona en el desarrollo de movimiento ocultista decimonónico.

Por investigaciones anteriores yo conocía el papel protagonista que había tenido Barcelona en la impresión de casi todas las publicaciones mágicas que, en español, circularon durante los años finales del XIX y primeros del XX. Grimorios, libros de suertes, lunarios… obras de escasa o nula calidad historiográfica pero que hicieron las delicias de un público ávido de ellas. Así que empecé a buscar posibles conexiones entre ese ambiente ocultista y aquella joven pintora recién casada y establecida en el barrio de Gracia.

Y fue esa búsqueda al azar, sin referencia precisa alguna, la que iba a cambiar, por completo, mi visión del mundo. Algo que parece muy ampuloso, así dicho, pero que es tal y como ocurrió. Porque tecleando en el buscador tres simples palabras (Barcelona, ocultismo, decimonónico) empezó a salir todo un universo que nunca hubiera imaginado que existía. Un universo en el que, primero, apareció la sevillana Amalia Soler Domingo, cofundadora de la Sociedad Progresiva Femenina, primera red asociativa del feminismo español, creada a partir del Centro Espiritista “La Buena Nueva”, ubicado ¿dónde?, pues en el barrio de Gracia… las casualidades habían llegado para quedarse…

Aquella pintora vanguardista, nacida en Anglés (Girona) y formada en la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando, me llevó, de la mano, a las librepensadoras españolas del XIX. Masonas y espiritistas que, por primera vez, salían de las garras clericales, buscaban su propia libertad, fundaban revistas escritas únicamente por mujeres.

Aquella fue la primera enseñanza que recibí de Remedios. No ha sido la única. Por eso me gusta decir que ella y Leonora son mis maestras. Porque intentando desvelar sus huidizas figuras he ido descubriendo la existencia de otras mujeres, hasta entonces desconocidas para mí.

A fecha de hoy, y pronto se cumplirán tres años de aquel primer encuentro, sigo sin saber, a ciencia cierta, donde pudo leer y aprender Remedios todo el saber que derrocha en sus cuadros. Sé lo que han dicho otros y otras, lo que han presupuesto, de la misma manera que he presupuesto yo, porque Remedios fue hermética al respecto. Pero ese deseo mío por intentar desvelar un misterio que me parece fascinante me ha hecho descubrir a cientos de mujeres cuyas existencias nunca habría podido imaginar. Esa, y no otra, es la verdadera magia de este tránsito. Ese, y no otro, es el hilo invisible que me une con todas ellas.

El Malabarista

Estaba terminando de escribir el penúltimo capítulo de mi libro Evas alquímicas. A primera vista, nada en la biografía de Remedios Varo hablaba de conocimientos alquímicos. Los trabajos que me fui encontrando, en aquellos primeros días de búsquedas compulsivas, hablaban de universos mágicos y de saberes ancestrales, si, pero yo echaba en falta una voz experimentada, alguien que viera lo que yo estaba viendo.

Yo no sabía nada de historia del arte, yo sólo sabía que aquellos cuadros de Remedios me hablaban. Aquellos cuadros suyos ponían imagen a tantas lecturas mías de décadas. Lecturas que contaban historias de mujeres sabias, perdidas en la práctica de hornos y alambiques.

Decidí hacer una prueba. Tomé uno de aquellos cuadros, el titulado El Malabarista (1956). En la plaza de un pueblo, un personaje, el llamado Malabarista, abre su carromato, dispuesto a mostrar sus habilidades a una masa difusa y aborregada, homogénea en todo incluso en sus vestimentas. Junto al malabarista se observa una mesa, repleta de redomas; a sus pies, un trapo de tela, con cuatro montículos de sustancias anónimas, rodeando una vasija de mayores dimensiones. A las puertas del carromato asoma un león rojo y una silla, sobre la que observa, atenta, una lechuza. Dentro, medio cubierta por las cortinillas de dos ventanas ojivales, se vislumbra una figura femenina, la mujer del malabarista podría pensarse.

Hice una prueba con ese cuadro de Remedios. Se lo envié, adjunto, en un correo electrónico, a tres de mis más destacados corresponsales, tres expertos en historia de la ciencia. Un cuadro y una sola pregunta: «¿Qué ves?» Sólo uno de ellos veía lo mismo que yo. Los otros dos se mostraron favorablemente sorprendidos cuando les di mi versión: aquello era, ni más ni menos, que un profesor de secretos. Uno de tantos aquellos charlatanes que recorrían los pueblos y ciudades de la Europa moderna, vendiendo sus remedios secretos, preparados mediante técnicas propias de alquimistas. Charlatanes que llegaban a las plazas, montaban sus tenderetes y se subían a plataformas de madera, desde las que pregonaban las excelencias de sus invenciones, excelencias que escuchaban, atónitas, las gentes que a su alrededor se congregaban…

Nada en los cuadros de Remedios ocurre por azar. Ninguno de los elementos por ella dibujados está porque si. Todo tiene su significado. Al menos, para mí lo tenía. Después de décadas viendo grabados e ilustraciones alquímicas, observar los lienzos de Remedios era volver a tierras largamente transitadas. En aquel Malabarista variano, aquel profesor de secretos a mis ojos, hasta los animales tenían su razón de ser alquímica. Podía haber dibujado cualquiera, pero dibujó un león rojo, símbolo de la materia alquímica ya lista. Y aquellos pajarillos, que sobrevuelan el carromato, fiel reflejo de la materia volátil de los alquimistas. Y el propio carromato, ¿por qué me resultaba tan familiar aquel carromato? Tardé algunos días más en recordarlo… ¡claro! ¿cómo no me di cuenta antes? Aquellos carromatos varianos, presentes en no pocos cuadros suyos, eran copia casi literal del celebérrimo Collegium Fama Fraternitatis, la imagen con la que el alquimista alemán Daniel Mogling ilustró su manifiesto rosacruz, publicado en 1618. Los rosacruces, la secta mística nacida a comienzos del siglo XVII, una sociedad de fuerte componente alquímico, cuyos integrantes o hermanos tenían, como principal objetivo, difundir su ideología por el mundo. Unos ideales basados en el amor al prójimo y la reforma de la Iglesia, el Estado y la sociedad. Una suerte de colegio invisible, una iglesia interior que, entre otras muchas aspiraciones, pretendía la elaboración de una panacea capaz de curar todas las enfermedades.

Todo en Remedios me recordaba a alquimia. Sus cuadros me resultaban familiares. Como si ya los hubiera visto. Como si hubiese participado en su preparación. Como si reconociese las fuentes de las que manaba su información.

Felina Caprino Mandrágora

Remedios Varo no sólo es pintora. Su imaginación se desborda en sus cuadernos, manuscritos autógrafos llenos de anotaciones, con caligrafía legible y sin apenas enmiendas o tachaduras. Escritos de carácter privado, libres de ataduras, donde se manifiesta su libertad de creación.

En uno de dichos cuadernos se encuentra una de las manifestaciones más sorprendentes de la personalidad variana. Una suerte de trasunto de la pintora surrealista, bajo la apariencia de Felina Caprino Mandrágora.

Madame de Caprino, hechicera erudita que, mientras duerme, se transforma en cabra, retomando su corporeidad humana cuando despierta. “Madame de Caprino comienza a despertarse por los pies, como de costumbre, y pronto sólo le quedan de su estado nocturno de cabra unos vagos cuernecillos que desaparecen cuando se incorpora y se sienta en el borde del catre bostezando”.

Madame de Caprino, alter ego de Remedios, esa Remedios fascinada por las recetas mágicas, compuestas de ingredientes milagrosos que, mezclados mediante poderosas formulaciones alquímicas, producen toda suerte de efectos beneficiosos.

De la fértil imaginación de la Varo, hechicera contemporánea, surge Felina Caprino Mandrágora, fiel reflejo de tantas y tantas brujas celestinas que, siglo tras siglo, dejarán constancia de su arte a través de toda suerte de recetarios prodigiosos.

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Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).