Cualia.es

El terror de Richard Corben (1970-1978)

Tras disfrutar de una edad de oro en los cincuenta, el cómic de terror norteamericano, a tenor de la imposición del Comics Code Authority, hubo de reconvertirse forzosamente en fantasía, ciencia ficción o misterio, de tal forma que el género prácticamente desapareció de los quioscos (con la excepción de la editorial Dell, que se negó a que sus cómics llevaran el sello de aprobación de la censura). Fue entonces, a mediados de los sesenta, cuando Warren Cómics recuperó la antorcha del género y, respetando las líneas clásicas de sus antecesores, la llevó a nuevos territorios.

Su volátil fundador, Jim Warren se internó fuera del ámbito de las cursis revistas para hombres con Famous Monsters of Filmland (1958-1983), la primera dedicada a películas de terror y ciencia ficción. Su éxito le animó a unir fuerzas con el legendario creador de Mad, Harvey Kurtzman, para lanzar la publicación humorística Help! (1960), que mezclaba tiras de cómic –de por ejemplo y entre otros, el futuro adalid underground Robert Crumb– con la sátira inteligente. El editor artístico de la publicación era un todavía joven Terry Gilliam, antes de unirse a los Monty Python.

Help! no consiguió atraer a los suficientes lectores, pero el gusanillo del cómic ya había infectado a Warren, y en 1964 reunió a los mejores artistas de la antigua EC Comics para un nuevo proyecto, una revista de terror en blanco y negro de 48 páginas titulada Creepy. Al tener un formato de magazine y no de comic-book, pudo esquivar el sello censor del Comics Code Authority y mostrar violencia expresa y figuras femeninas con menos ropa de lo habitual.

Pero no fue eso –al menos no solamente– lo que cimentó su éxito. Archie Goodwin aportaba buenos guiones sin los pesados textos de los cómics de antaño, así como una sólida dirección editorial, Frank Frazetta firmó algunas portadas impactantes y en su interior podía encontrarse el arte de gente como Reed Crandall, Angelo Torres o Gray Morrow entre otros.

El éxito de Creepy fue inmediato y auspició el nacimiento de una revista gemela, Eerie (1965) y otra –de más corta vida– centrada en el género bélico, Blazing Combat (1965).

Las revistas de Warren se convirtieron de esta forma en las sucesoras espirituales de las que EC publicara quince años antes: Tales from the Crypt, The Vault of Horror y Haunt of Fear. Sin las cortapisas que la censura de la industria imponía a los comic-books de Marvel o DC, las publicaciones Warren fueron los estandartes de una sensibilidad adulta e independiente que esas dos importantes compañías, adalides en el campo de los superhéroes, no podían más que soñar.

Por desgracia, tras tres años excelentes, las restricciones presupuestarias derivadas de un descenso de las ventas impidieron que la mayoría de todos esos grandes nombres continuaran trabajando para la editorial, y durante el resto de la década la revista fue un pálido reflejo de su antigua y efímera gloria, viéndose obligada a recurrir a la reimpresión de material antiguo. Fue por entonces cuando Jim Warren y el editor de Famous Monsters, Forrest J. Ackerman, imaginaron a la seductora Vampirella como anfitriona de una nueva antología de terror que llevaba su nombre (1969).

Vampirella fue un éxito que devolvió el vigor a la editorial. Bajo la dirección de Bill Dubay, las revistas Warren recuperaron su brillantez original gracias a guiones inteligentes y sin tabúes y dibujos de un ejército de autores españoles, desde los impresionantes Sanjulián y Enrich en las portadas, a la espada y brujería art-nouveau de Esteban Maroto pasando por el erotismo de Pepe González o la rotundidad de José Ortiz. También atrajeron a luminarias del underground como Vaughn Bodé o Mark Todd y genios del comic-book como Steve Ditko, Gil Kane, Neal Adams o Alex Toth.

Bill Dubay propició la diversificación y especialización de las revistas de la casa. Creepy se concentró en el terror, Vampirella en los personajes femeninos y Eerie en los seriales.

En los setenta, la época comercialmente más fuerte de la editorial Warren, el catálogo aumento con The Rook (1979) protagonizado por un científico viajero temporal; 1984 (1978), dedicada a la ciencia ficción; o The Spirit (1974), que reimprimió las viejas historias de ese personaje creado por Will Eisner.

Uno de los pilares de la editorial, además de todos los mencionados, fue Richard Corben, sin duda uno de sus artistas más valorados por la crítica y menos apreciados por el público –al menos el americano–, así como autor de un dibujo inmediatamente reconocible, aunque difícil de definir. Nunca fue un buen promotor de su trabajo ni un hacha en marketing: de haberlo sido, y habida cuenta del talento que tenía, hubiera acabado en lo más alto y no ganándose la vida como ilustrador ocasional de tebeos ajenos para las grandes editoriales, renunciando al carácter experimental que le caracterizó en sus mejores años.

En la actualidad, Corben es una suerte de figura de culto, alguien a quien los pedantes y autoproclamados críticos citan para parecer más entendidos de lo que son. Pero lo cierto es que su reconocimiento popular en el mejor momento de su carrera, desde mediados de los setenta a principios de los ochenta, distó de ser lo que merecía, no sólo por su originalidad y capacidad técnica, sino por su flexibilidad. Era tan capaz de ilustrar una lujosa portada como de realizar una sencilla historieta en blanco y negro. Podía pasar con soltura de la caricatura underground al realismo, del terror a la ciencia ficción. Y siempre con un consistente y notable nivel artístico.

Richard Vance Corben (1940-2020), estudió arte en el Kansas City Art Institute, orientando su carrera inicialmente hacia la animación. En 1963, la realización artesanal de un corto le abrió las puertas del departamento de animación de Calvin Communications, una veterana productora local especializada en películas publicitarias y educativas. Mientras tanto, terminó su carrera universitaria y, tratando de evadirse de un empleo monótono y opuesto a cualquier ambición creativa (ilustraba manuales técnicos, animaba estadísticas…), empezó a involucrarse de forma cada vez más activa en el mundo del cómic underground, colaborando bajo diversos seudónimos en muchas cabeceras de efímera existencia. El proyecto de consolidación de su propia revista, Fantagor, terminó en fracaso económico tras solo cuatro números, lo que le animó a dejar los negocios a otros y volver a la animación rodando varios cortos con los que ganó premios internacionales.

Pero no abandonó el cómic, medio para el que siguió trabajando en revistas del circuito underground. Ahora bien, aunque sus historietas siempre fueron bien recibidas en aquellas publicaciones de factura tosca y mediocre nivel general, Corben nunca fue alguien particularmente representativo del ideario de ese movimiento. Lejos de ser un hippy, era un tipo normal y corriente, integrado en el sistema, casado con la novia de la infancia, empleado en una empresa importante, de temperamento sereno y equilibrado.

En lugar de cargar contra lo que los militantes antisistema de entonces consideraban los males de la sociedad, y recrearse en el sexo, la ecología más naif, el anticapitalismo y el consumo de drogas, le interesaban más la fantasía, el terror o la ciencia ficción.

Fue precisamente eso lo que llamo la atención de los editores de las revistas Warren, editorial para la que empezó a publicar en el número 36 de Creepy (noviembre de 1970). Durante diez años, Corben fue uno de los nombres más relevantes de la Warren, elevando el nivel de cualquier revista en la que apareciera su nombre a pesar de que –o quizá gracias a ello– su trabajo era completamente diferente a lo que podía verse normalmente en una publicación comercial.

La antología Creepy presenta Richard Corben (Dark Horse, 2012; Planeta DeAgostini, 2013) reúne en sus 350 páginas la totalidad de las historietas que el autor dibujó para la revista Creepy desde 1970 a 1978, sus portadas para esa cabecera y Eerie así como un excelente artículo de José Villarrubia, donde éste analiza el contenido temático de las historietas y la evolución del autor A él me remito para ahorrarme la agotadora tarea de reseñar cada una de las narraciones, nombrando sólo las que me parecen más relevantes o aquellas que pueden servir de ejemplo para lo que se exponga en ese punto del artículo.

La historieta corta es un formato al que los cómics norteamericanos no son muy afines desde que, sobre todo, Stan Lee creara en Marvel allá por los sesenta las narrativas que se extendían a lo largo de varios episodios, lo que permitía añadir complejidad y profundidad a las tramas. Los cómics de terror, en cambio, siempre han estado muy apegados al relato corto, lo que significaba que (con las consabidas excepciones) a menudo las historias se limitaban a ser meras anécdotas, muy sencillas, con un final sorpresa. Y es que es muy difícil crear algo original o sólido con semejantes limitaciones, y además de forma continua, para poder llenar todas las páginas de una revista mensual.

El relato corto fue recobrando cierta respetabilidad gracias al trabajo de creadores independientes que publicaban al margen de las grandes editoriales, si bien ellos lo utilizaban para propósitos muy alejados del género de terror.

Siendo sincero, las revistas Warren no fueron mucho mejores que sus antecesoras de la década de los cincuenta. A menudo no ofrecían mucho más que breves anécdotas rematadas por un final sorpresa, un formato calcado del que se había visto en EC o en series de televisión como La Dimensión Desconocida. Eso sí, el apartado artístico fue a menudo sobresaliente gracias al talento de gente como Jeff Jones, Alex Toth, Berni Wrightson, el ya mencionado Esteban Maroto y, por supuesto, Richard Corben. Casi siempre el dibujo era mucho mejor y más sofisticado que las historias que ilustraban, aunque ello no quiere decir que éstas no carecieran totalmente de interés. De hecho, algunas de las que se incluyen en este volumen se encuentran entre lo mejor del cómic norteamericano de los setenta y, habida cuenta de su diversidad y brevedad, el lector no corre el riesgo de aburrirse.

Las temáticas de las historietas, sin salir del terror, son enormemente variadas, y van desde la dark fantasy hasta el terror gótico, pasando por el horror más carnal y sangriento, la ciencia ficción, el satanismo y el Anticristo, el humor negro, la sátira social, el thriller de psicópatas, la angustia psicológica, los monstruos y fantasmas, las parodias de clásicos del terror o los cuentos navideños e incluso el surrealismo underground.

De acuerdo al espíritu de la editorial muchas de ellas tienen enfoques o finales humorísticos, como “Lycanklutz» (Creepy nº 56, 1973; Comix International nº 1, 1974;  Werewolf, 1984), en el que un viajante de la Europa Medieval ofrece a sus clientes asediados por hombres-lobo pulgas con dientes de plata. Las de hombres-lobo constituyen todo un subgénero dentro de esta etapa de Corben y las más importantes ya las comentamos en un artículo anterior.

Las adaptaciones de relatos de Edgar Allan Poe –de las que hablaremos en otro artículo– son asimismo excepcionales y gozan de un color que sigue luciendo espectacular incluso hoy, en plena era digital (“El cuervo”, Creepy nº 67, 1974; Comix International nº 2, 1975. «El retrato oval», Creepy nº 69, 1975; Eerie nº 86, 1977. «Sombra», Creepy nº 70, 1975; Eerie nº 86, 1977).

Las mejores, obviamente, son aquellas firmadas por escritores sólidos como Bruce Jones, Doug Moench o Jan Strnad. Jones, por ejemplo, firma el guión de “Hasta el cuello” (Creepy nº 83, 1976; Comix International nº 5, 1977), quizá la mejor de todo el volumen. Sus únicos defectos son la introducción y epílogo, pero el argumento en sí es una auténtica pesadilla perfectamente narrada.

Están también recogidos en el volumen un par de seriales de tres partes cada uno, “Niño” (Eerie nº 57-58-60, 1974; Comix International nº 1-3-4, 1975) y “En ti… Sin ti” (Eerie nº 77-79-87, 1976). El primero, escrito por Greg Potter y Budd Lewis, es una recreación del clásico de Mary Shelley: un monstruo inmortal, artificialmente creado y dotado de fuerza sobrehumana al que todo el mundo teme a pesar de su aspecto aniñado. Es una historia que bajo una premisa aparentemente cómica combina adecuadamente el terror, la fantasía y el drama.

El segundo es un notable y bastante complejo cuento sobre viajes y paradojas temporales mezclado con intrigas emocionales y dinosaurios (que más tarde sería reformulado por ambos autores en la miniserie Rip tiempo atrás).

Las historias de este volumen se presentan en orden cronológico de publicación (que no es necesariamente la de realización por parte del autor) lo que ayuda a seguir el desarrollo de Corben a lo largo de toda la década, desde sus inicios más crudos y feístas, influidos por el underground, hasta su deriva hacia un estilo más mainstream aunque no por ello menos personal. Desde sus primeras historias a lápiz y tinta a los experimentos con tramas y tonos grises, para terminar en el color. Aunque los argumentos de varias de las historias han envejecido mal, el dibujo siempre es brillante. Corben comete sobre todo al principio errores narrativos de bulto, pero eso es porque, a diferencia de la mayoría de sus colegas, no tenía miedo de experimentar con angulaciones extremas, planos inusuales y atrevidas e impactantes composiciones de página y viñeta, lo que hace de sus historietas toda una enciclopedia de los recursos narrativos y lenguaje del cómic. A veces se equivocaba, sí, pero las más de las veces sus páginas acababan en aciertos.

El estilo de Corben –que alguien ha descrito acertadamente como una febril combinación de Robert Crumb y Boris Vallejo– se amolda muy bien al terror. Sus figuras tienen a menudo un aspecto rotundo, bulboso, deforme, grotesco en definitiva; pero siempre están plasmadas con mucha atención al detalle y la iluminación, dotándolas de una cualidad casi tridimensional. Corben tiene facilidad para dibujar monstruos y escenas violentas en las que la expresión de horror de las víctimas no puede sino causar impacto en el lector. Y al mismo tiempo, contiene un toque cómico de histrionismo, de caricatura, que hizo que muchas de las historias que dibujó tuvieran un fondo de comedia o sátira, como “El mago Wagstaff” (Eerie nº 56, 1974; Comix International nº 3, 1976). Ahora bien, donde Corben realmente marcó la diferencia fue en el uso del color.

Al principio, las historias que realizó para Warren eran en blanco y negro, el formato habitual en la editorial, utilizando todas las técnicas disponibles para darle a sus páginas una textura diferente: aguadas, lapiceros, plumilla, tramados manuales o mecánicos…incluso la aplicación de aerógrafo sobre el dibujo ya terminado. Pero su sueño era poder trabajar en color, no en la forma en la que era habitualmente aplicado en los cómics por entonces, sino manipulando con aerógrafo los acetatos que se usaban en la imprenta y ocupándose personalmente de las separaciones de color. Así que pidió a Jim Warren que le dejara publicar una historia en ese formato, algo que no terminaba de ver claro el editor, ya que ello significaba más gastos para una compañía que apenas conseguía mantenerse a flote.

Al final, Corben se salió con la suya. Utilizando su amplia experiencia tanto en el campo de la animación como en el de la ilustración comercial, en los que se utilizaban procedimientos y técnicas diferentes a las habituales en el comic-book –industria en la que los dibujantes prácticamente nunca se encargaban de aplicar el color a sus propias páginas– y recurriendo a los medios con que contaba en la empresa en la que aún trabajaba (permaneció en Calvin Workshop hasta 1972, cuando se dio cuenta de que podía vivir exclusivamente de su talento artístico) produjo “Lycanklutz”, su primera historia en color.

Mientras que en el comic-book los colores eran planos y se trataban como mero relleno de las líneas, Corben consiguió un acabado casi fotográfico, con tal riqueza de gamas y texturas que las figuras parecían saltar fuera de la viñeta. Había conseguido que sus historietas parecieran salidas de una elegante revista de modas, y no de una publicación barata con una calidad mediocre de reproducción.

Su método demostró ser tan revolucionario que todas las revistas Warren incluyeron el color, aunque nadie fue capaz de imitarlo y, de hecho, el resultado de los esfuerzos de varios coloristas que trabajaron para la editorial en aquella época osciló entre lo mediocre y lo completamente olvidable. Y es que Corben cambió la forma en que se entendía el color en los cómics. Tanto es así que cuando un grupo de dibujantes franceses insatisfechos con el trabajo que realizaban en las revistas juveniles más veteranas de su país, decidieron fundar por su cuenta una revista de cómics de ciencia ficción para un público adulto, Métal Hurlant, contactaron con Corben y éste empezó a publicar en sus páginas Den (Heavy Metal nº 1-13, 1977-1978).

El trabajo de Richard Corben demostró a dibujantes de todo el mundo que era posible realizar cómics con un colorido rico y denso. Aunque pocos siguieron su laboriosa y compleja técnica, muchos otros se decidieron a aplicar ellos mismos el color a sus páginas, ya fuera con témperas u óleos. Hoy, cuando la mayoría de los cómics se colorean por ordenador, siguen siendo numerosos los profesionales que tratan de imitar las historias e ilustraciones de Corben para Warren o Métal Hurlant, si bien él lo hizo de forma completamente manual. Así de profunda es la deuda de la industria con Corben, aunque hoy nadie parezca recordarlo.

En cualquier caso, el color de algunas sus historias para Creepy tienen una impresionante fuerza expresiva: se utiliza con intencionalidad simbólica, resaltar determinados elementos de la historia o potenciar su atmósfera, como por ejemplo “Cámbiate… Ponte cómodo” (Creepy nº 58, 1973; Eerie nº 86, 1977), “El cuervo”, “Sombra”, “El creyente” (Creepy nº 77, 1976; Comix International nº 4, 1976), “Hasta el cuello”… En esos relatos, que contienen imágenes de calidad cuasi fotográficas, el lector tiene la sensación de que no se desperdicia ninguna viñeta, línea ni tono cromático. Hay otras, es cierto, en que el color resulta demasiado chillón o demasiado pálido, probablemente debido a que Corben se hallaba todavía experimentando con diferentes técnicas. Y tampoco hay que dejar en segundo plano sus historietas en blanco y negro, puesto que su espectacular uso del sombreado les aportaba un toque siniestro muy a tono con la vertiente más clásica del terror.

La línea de revistas de terror de Warren sufrió un golpe fatal a mediados de los setenta, cuando Marvel impulsó sus propias publicaciones del género en blanco y negro. Creepy y sus compañeras no pudieron sobrevivir a la competencia y a la dilución de la moda del terror a favor de otras temáticas. Para entonces, Corben ya estaba llamando la atención de otros mercados. Ya dijimos que su colaboración con la revista francesa Métal Hurlant a partir de 1977 le abrió las puertas del continente europeo. Cuando Warren clausuró sus cabeceras en los ochenta, el editor español Josep Toutain compró los derechos y empezó a publicar material de Corben en español. De hecho y gracias a él, el autor americano ha encontrado en España más reconocimiento y admiración que en su propio país, donde siempre fue mirado con cierta indiferencia por parte de los fans del cómic.

Este es un volumen imprescindible no sólo para los muchos fans que Corben tiene en el mundo hispanohablante, sino recomendable para cualquier amante del terror gráfico. Su talento artístico es tal que incluso las historias con guión más flojo –y hay unas cuantas– son, como mínimo, agradables de leer. Corben aún firmaría más y mejores obras en el futuro (Bloodstar, Las mil y una noches…), pero en estos cuentos breves ya encontramos a un maestro del cómic. Para aquellos que no conozcan a Corben o sólo hayan visto su trabajo más reciente y discreto para Marvel o DC, este libro representa una ventana a la obra de un innovador que durante casi dos décadas estuvo considerado uno de los mejores artistas de cómic del mundo.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".