Hace treinta años, en la mexicana Plaza del Zócalo, un amigo argentino señaló el paso del Subcomandante Marcos aclamado por la multitud, a su hija apenas adolescente, al tiempo que exclamaba: «Dentro de cincuenta años recordarás haber asistido al nacimiento de una leyenda, de un mito». Mi amigo está muerto y la niña será una señora a la cual he perdido el rastro. No obstante, si ha vuelto a ver a Marcos, siempre enmascarado y con ceñida gorra, en los medios que recuerdan aquel evento, es muy posible que la escena y el dicho hayan retornado en su memoria.
Curiosa ha sido la trayectoria de este personaje que se denominaba Subcomandante porque Comandante del Pueblo sólo podía serlo el pueblo mismo. El escritor mexicano Aurelio Asiaín solía mencionarlo con el apodo de Subcomediante. Más allá de lo satírico–político de esta ocurrencia, no está nada mal ver en Marcos a un actor del que nunca aprenderemos su rostro porque lo impiden sus personajes, en este caso el único personaje de un actor del que sólo hemos visto sus ojos. Añádanse los contornos literarios de su retrato, dado que contaba con una piña de escritores que redactaban sus proclamas, acompañadas por ráfagas de rock progresista o francamente revolucionario.
No es el único componente letrado de nuestro hombre. Héroes inventados por escritores también jugaron con el misterio de sus rostros: el Zorro, el Fantasma de la Ópera, el Hombre Invisible, el de la Máscara de Hierro, el comandante – otro Comandante – Vader y etcétera. Quien no tiene cara o la mantiene enmascarada puede ser cualquiera del que sólo, acaso, atisbemos sus ojos. Cualquiera es nadie, el capitán Nemo en las novelas de Julio Verne. La ventaja de Nadie es que, dada su inexistencia, nunca morirá. Marcos, seguramente, se ha apuntado a esta conclusión. Por ser Nadie estuvo en España donde trabajó para El Corte Inglés y alguna taberna. Debió servir, si no al Pueblo, al menos a algunos clientes.
El personaje, a su modo, fue el final feliz del guerrillerismo latinoamericano, en ocasiones exterminado en una masacre o convertido en narcotráfico. Marcos, que se sepa, nunca abandonó su ropaje virtuoso. Tampoco tuvo ningún efecto político, por lo cual no se arriesgó al fracaso y puede ser fotografiado, una vez más, en celebraciones, en cosas de mucha gente. Quizá, evocando a mi amigo, el sesgo de leyenda o mito le vaya grande. Digamos que fue una historieta de alto nivel gráfico y poético, musical y cinematográfico. De paso, recordemos que los paladines de cómic nunca envejecen. Tras la máscara, sus ojos, sagaces o melancólicos, brillan siempre como en sus verdes años.
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