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«El monstruo de metal» (1920), de Abraham Merritt

Escribí en un artículo anterior acerca de Abraham Merritt, un escritor pulp inmensamente popular en su momento pero cuyo nombre hoy ha quedado olvidado por buena parte de los aficionados al género.

A comienzos del siglo XX, Merritt, junto a Edgar Rice Burroughs, escribió una serie de novelas de fantasía y ciencia-ficción que resultaron ser muy influyentes. Hablamos ya de El estanque de la Luna (1918). El 7 de agosto de 1920 apareció en la revista Argosy All-Story Weekly la primera de ocho entregas de un relato titulado El emperador de metal.

La historia nos cuenta la expedición al Himalaya liderada por el Dr.Walter Goodwin, de la Asociación Internacional para la Ciencia, con la misión de encontrar especies raras de plantas (Goodwin había ya aparecido en la novela El estanque de la Luna, por lo que podríamos decir que lo que tenemos aquí es una especie de secuela aunque perfectamente puede leerse de forma independiente)

La narración se presenta como un testimonio auténtico, una relación de acontecimientos que el doctor Goodwin contó a Merritt. En este sentido, el autor sigue la convención establecida por Burroughs para sus aventuras en Barsoom, si bien impregna su novela con un tono ominoso y amenazador. El terrorífico relato que refiere Goodwin es casi demasiado fantástico como para ser creído, pero Merritt sabe que es su deber revelárselo al mundo y que todos sepan el horrible destino del que sus protagonistas han conseguido escapar y la posibilidad de que existan peligrosas criaturas ahí fuera.

Un extenso soliloquio del Dr. Goodwin nos expone una visión lovecraftiana del Universo: cosmos inaprensible, misterios inquietantes, inimaginables distancias interestelares, temibles seres que se deslizan entre nosotros, que nos llaman sutilmente… Un largo y algo pesado discurso que trata de preparar al lector para las siniestras maravillas que encontrarán en el Himalaya los personajes (que incluyen a los exploradores e investigadores: Dick Drake y los hermanos Martin y Ruth Ventnor). A medida que se internan en las montañas descubren extrañas luces, huellas gigantes de pisadas y una violenta civilización que resulta ser heredera de los persas de los tiempos de Darío y Jerjes y que ponen a los exploradores en una situación difícil de la que son rescatados por una misteriosa y radiante mujer surgida de la nada.

La mujer se presenta a sí misma como Norhala y demuestra tener unos grandes poderes cuando se enfrenta a los persas. Con su voz convoca a unos grandes objetos metálicos de formas cambiantes que obedecen su voluntad, creando barreras protectoras y adoptando el aspecto de un gran guerrero gigante. Este es el monstruo metálico del título, un antecesor lejano del T-1000 de Terminator 2 (1992). Su origen y misión, así como la explicación del resto de misterios que van saliendo al paso de los protagonistas –especialmente Norhala y la ciudad de seres metálicos que se esconde en uno de los profundos valles– forman el grueso del argumento.

Las criatura de metal de esta novela asombró en su momento a los lectores adolescentes que carecían de las duras conchas que décadas de historias de ciencia-ficción con robots han ido creando en nuestra capacidad de asombro. Para una generación que ha visto estallar artefactos nucleares, ha contemplado hambrunas y masacres por la televisión, maneja computadoras de última generación y lee con indiferencia las noticias de vehículos espaciales en Marte, los robots de Merritt no causan gran sensación. Es de justicia reconocer, no obstante, su influencia como fuente, directa o indirecta, de ideas para autores posteriores.(¡cuántos guerreros robóticos ha visto nacer desde entonces la ciencia-ficción!)

Considerado junto a El estanque de la Luna como el culmen de la obra de Abraham MerrittEl monstruo de metal era el menos romántico de todos sus relatos. Quizá fue eso lo que apreció el propio H.P. Lovecraft cuando declaró tener en alta estima este libro en particular. En una carta escrita en 1934 alababa la presentación que hacía Merritt de un ser alienígena e inhumano así como las situaciones que se planteaban. Pero, al mismo tiempo, opinaba que los personajes eran tópicos acartonados propios de la literatura pulp más mediocre. Lovecraft veía en muchas de las historias de Merritt los mismos defectos que en las narraciones de otro clásico, Robert E. Howard. Para el maestro de terror, la cuidadosa elaboración de una atmósfera de creciente tensión era lo principal y la introducción de cualquier tipo de sentimentalismo no causaba más que distracción, diluyendo el impacto final.

Mezclar sexo, aventura y terror nunca fue un problema para Merritt y lo cierto es que le fue muy bien. A comienzos de los años treinta, ocupaba el sillón de editor del prestigioso Atlantic Monthly y su ficción se vendía tan bien que sus ingresos anuales tenían seis cifras. Y, sin embargo, hoy su nombre se ha visto relegado entre los amantes del género fantástico mientras que el de H.P. Lovecraft se ha agigantado y mitificado. Su crepúsculo, no obstante, estuvo lejos de ser rápido: desde 1918 hasta 1978 apenas pasó un año sin que una u otra de sus obras se reeditara; sesenta años que, sorprendentemente, lo pone casi al mismo nivel de Tolkien en cuanto a apreciación de su obra se refiere.

Novela que, a mi parecer, nunca debió haber pasado de su condición de relato corto es recomendable para amantes incondicionales de la ciencia-ficción pulp clásica. Aquellos a los que no hagan tanta gracia los signos de exclamación frecuentes y que no digieran bien el estilo gramatical arcaico y recargado construido alrededor de personajes sin más interés que el de servir de motor de una historia llena de revelaciones y aventuras, será mejor que busquen alguna otra cosa en la estantería.

Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".