Rudyard Kiplig publicó Kim en 1901. Se trata de una magnífica novela de aventuras y de propaganda política. El núcleo de la trama gira alrededor del Gran Juego: la pugna que mantuvieron el Imperio Británico y el Ruso desde la mitad del siglo XIX hasta, prácticamente, la Segunda Guerra Mundial.
El objetivo del Gran Juego, según la afortunada expresión del historiador Peter Frankopan, era el control del corazón del mundo: la zona que comprende Asia Central y el Oriente Medio hasta la India.
Imagen superior: Rudyard Kipling.
La Segunda Guerra Anglo-Afgana (1878-1880) fue uno de los episodios de esa larga lucha. Curiosamente, en ella participó John Watson, el ayudante de Sherlock Holmes. Al ganarla, los británicos se hicieron con el control de la zona en un momento de expansión de los rusos en el Asia Central. Otra casualidad: Miguel Strogoff, de Julio Verne, se publica en 1876.
Imagen superior: fotografía tomada por John Burke, el 26 de mayo de 1879, en Gandamak (Afganistán), donde se firmó el Tratado que puso fin a la Segunda Guerra Anglo-Afgana. Sentados de izquierda a derecha, los oficiales británicos Mr. Jenkyns y Pierre Louis Napoleon Cavagnari, Mohammed Yaqub Khan ‒emir de Afganistán entre febrero y octubre de 1879‒, el general Daoud Shah y Habibullah Mustafi.
En 1904 comenzó la Guerra Ruso-Japonesa con el ataque nipón a la fortaleza rusa de Port Arthur, al sur de Manchuria, en el Mar Amarillo. La contienda se desarrolló a favor de los japoneses y culminó con la derrota rusa en la batalla naval de Tsushima. Los japoneses habían suscrito con los británicos un tratado de alianza en 1902. Precisamente por ello, al almirante Zinovi Petróvich Rozhéstvenski, derrotado en Tsushima, se le negó el aprovisionamiento en bases británicas durante su azaroso viaje desde el Báltico al Lejano Oriente.
Imagen superior: tropas japonesas en Port Arthur, 1905.
El siguiente episodio de este desafío se plasma en la creación en 1909 de la Anglo-Persian Oil Company (antecedente de la futura BP). Poco antes de la Primera Guerra Mundial, el Almirantazgo británico, dirigido por Winston Churchill y Lord Fisher, se hizo con el control de la compañía, que resultaba crucial para que los nuevos buques de guerra no dependieran de fuentes de suministro externas, en concreto norteamericanas (Standard Oil) y holandesas (Royal Dutch Shell).
Imagen superior: Winston Churchill, Primer Lord del Almirantazgo, 1911.
La Primera Guerra Mundial no fue solamente una lucha contra Alemania, el Imperio Austro-húngaro y el Imperio Turco. Para los británicos era un asunto crucial el Oriente Medio. De hecho, se frotaron las manos con la Revolución soviética, pensando que el caos subsiguiente debilitaría la amenaza rusa.
Después de la guerra, los ingleses ocuparon Persia sin que el rey Ahmad Shah Qayar pudiera oponer resistencia. En 1925, tras un golpe militar, Reza Jan ascendió al poder como nuevo Sah. Diez años después, Persia cambió su nombre por Irán, y Reza Jan prolongó su mandato ‒ahora como Sah de Irán‒ hasta 1941. Pese a que en un principio el nuevo monarca promovió un litigio para que la concesión de la Anglo-Persian Oil Company fuese más propicia para los intereses de su país, las negociaciones no dieron resultado. De forma inesperada, cuando el asunto llegó a la Corte de La Haya, el Sah acabó cediendo a las demandas inglesas.
En la década de los veinte, los británicos fomentaron la instalación de judíos en Palestina. La cuestión clave para ellos era proteger los pozos petrolíferos persas y el oleoducto que llegaba hasta Haifa.
Imagen superior: con el fin de controlar el canal de Suez y el Golfo Pérsico, y asimismo para contener las ambiciones rusas en la zona, el Reino Unido hizo todo lo posible para el dominio de Irak. En 1920, la Sociedad de Naciones premió ese empeño británico entregándole el control de dicho territorio, formalizado en el Mandato británico de Mesopotamia. Aunque los nacionalistas iraquíes emprendieron un levantamiento, los ingleses designaron rey de Irak a Fáysal ibn Husáyn, que aparece en esta foto de 1933, a la izquierda de su hermano, el rey Abd Allah I de Jordania. En realidad, Transjordania también era un feudo británico, pues venía a ser el corredor que conectaba Irak y Palestina, dos territorios esenciales para el control inglés de la zona.
El Imperio británico desapareció, y le terminó pasando el testigo a la CIA. Cuando en 1951 el primer ministro Mohammad Mosaddeq nacionalizó el petróleo en Irán, Estados Unidos y el Reino Unido gestaron un golpe de estado que, dos años después, coordinó la CIA con la cooperación del MI6. El resultado de aquel golpe fue el establecimiento de una dictadura monárquica, gobernada por el sha Mohammad Reza Pahlavi.
En realidad, el Gran Juego continúa. Tal y como uno de los personajes de la novela de Kipling, Harry Chunder Mookherjee, le dice a Kim O‘Hara: “Cuando todo el mundo haya muerto terminará el Gran Juego. No antes.”
Imagen de la cabecera: «Las tropas rusas toman Samarcanda en 1868», de Nikolai Karazin.
Copyright del artículo © Joaquín Sanz Gavín. Reservados todos los derechos.