Jean Giraud es uno de los gigantes del cómic mundial, un artista inquieto, que nunca se acomodó y que siempre, hasta su muerte en 2012, buscó cómo ir un paso más allá. A comienzos de los setenta afirmó: “Incluso cuando alcanzas un cierto nivel de éxito, aún existe ese deseo de romper las reglas establecidas y ser un poco delincuente”.
Por aquel entonces, con treinta y pocos años, había alcanzado la fama gracias a su personaje más emblemático, Blueberry, un western escrito por Jean-Michel Charlier y que firmaba como Gir. Tras una década ilustrando las peripecias del indisciplinado teniente de caballería, Giraud sentía la necesidad de hacer algo nuevo e, inspirado por el cómic underground norteamericano, el auge de la contracultura en el mundo artístico occidental y la efervescencia creativa que se respiraba en el cómic francés de la época, esa inquietud produjo una dislocación de su personalidad artística.
Blueberry siguió siendo su serie más rentable, un cómic impecablemente clásico nacido en el que durante mucho tiempo había sido el baluarte del tebeo francés de aventuras a la vieja usanza: Pilote. Pero para dar salida a sus impulsos más extravagantes como autor en solitario, Giraud creó un estilo diferente bajo el seudónimo de Moebius. Haciendo gala de una línea pulida, bella, precisa y elegante, un ansia de continua experimentación y cambios radicales de estilo, sus trabajos en el campo del cómic fantacientífico ofrecían una impredecible mezcla de lo oscuro, lo erótico, lo ridículo, lo intelectual, lo obsceno, lo mordaz, lo cómico y lo filosófico en innumerables y aleatorias combinaciones. Su energía y su desbocada imaginación le llevaron no a construir una obra ordenada y coherente sino un multiverso caótico forjado a fuerza de incontrolables espasmos creativos. El mejor ejemplo de ello es El Garaje Hermético, publicado en 34 entregas de corta extensión en las páginas de la revista Métal Hurlant (de la que había sido cofundador) entre 1976 y 1979.
Es difícil comentar esta obra, dado que no tiene un argumento coherente y que fue en buena medida fruto de la improvisación. Van apareciendo personajes de forma brusca y está claro que el autor no recordaba lo que había hecho para la plancha anterior cuando abordaba la siguiente y que no tenía un plan definido para la serie. Es, por tanto, un ejercicio de creatividad totalmente libre y ajeno a reglas e imposiciones, que era en buena medida lo que en ese momento se buscaba en el cómic vanguardista francés. Aún así, hay algunos personajes e hilos que pueden glosarse de forma genérica.
El mundo de El Garaje Hermético es un gigantesco asteroide artificial que orbita la constelación de Leo y en cuyo interior se agrupan varios niveles o mundos independientes: el inconsciente, el consciente y el superconsciente. Su creador y gobernante es una figura cuasidivina a la que los habitantes de los diferentes mundos se refieren como Mayor Gruber, que tiene una fisonomía cambiante según avanza la historia, pero cuyas características básicas son las de un hombre espigado, con fino bigote y ataviado con un antiguo uniforme colonial, salacot incluido.
La trama implica a un mecánico que accidentalmente destruye una importante nave y huye para evitar el castigo de su jefe. Este error desata una caza del hombre que reúne a diversos personajes de los tres niveles y que obliga al Mayor Gruber a implicarse personalmente e investigar el estado de su propia creación buscando posibles saboteadores. Hay mundos que se manifiestan en otros mundos; personajes que cambian de nombre, de personalidad y hasta de sexo; ciudades de arquitecturas, urbanismos y población extrañísimos; escenas sin sentido; diálogos surrealistas… un cóctel que vuela por los aires cualquier intento de tomarse el cómic en serio al tiempo que homenajea sus raíces como aventura fantástica.
De una manera muy libre y metafórica, El Garaje Hermético es un cómic hijo de los sesenta en tanto en cuanto explora los conceptos del espacio interior y la percepción de la realidad, temas muy queridos por la Nueva Ola de la Ciencia Ficción literaria que todavía por aquellos años gozaba de cierto predicamento. “Hermético” hace referencia tanto a la idea de un mundo contenido y sellado dentro de otro como a las enseñanzas religiosas de ciertos místicos y sociedades secretas de carácter esotérico, como la británica Orden Hermética de la Golden Dawn.
El Garaje Hermético comenzó como algo muy sencillo: dos páginas dibujadas por diversión y archivadas después, sin planes no ya para continuarlas sino siquiera publicarlas. Meses después, Jean-Pierre Dionet, a la sazón redactor jefe de Métal Hurlant, vió las páginas, se las llevó y las publicó en la revista. Para sorpresa de Moebius, recibió el encargo de continuarlas, algo que hizo sin mirar ni recordar lo que había hecho en aquella primera entrega. Y con el mismo espíritu siguió adelante, mes tras mes, a caballo entre desafío autoimpuesto y la confianza en sus habilidades, escribiendo y dibujando sobre la marcha, improvisando como un músico de jazz en el escenario, tratando de salir –o no– de los apuros argumentales en los que él mismo se metía. Cada mes introducía nuevos y abruptos giros que destruían la coherencia de la historia y le presentaban nuevos problemas para los que tenía que inventar soluciones al mes siguiente, momento en el que, naturalmente, volvía a complicarse la vida arruinando esa coherencia efímera que parecía haber conseguido y planteándose a sí mismo un nuevo reto. Como más adelante explicaría, este estado de “inseguridad permanente” le producía un “gozo absoluto”. Más allá de sorprenderse a sí mismo continuamente, también deseaba arrinconar su “centro de decisiones” racional y dejar que su mano fuera “autónoma” en el proceso de creación.
Aunque Jean Giraud-Moebius ha sido uno de los autores más influyentes de la historia del medio, no resulta tan fácil detectar cuáles han sido sus propias referencias (al menos en su etapa Moebius; el maestro y pauta de su juventud fue el gran Jijé). Hay versiones y homenajes a muchas de sus aventuras preferidas del pasado, desde los superhéroes americanos a las andanzas de Jerry Cornelius, el personaje creado por el británico Michael Moorcock, pasando por los westerns. Alguna viñeta de apertura recuerda a las composiciones y tipografías utilizadas por Will Eisner en Spirit, pero en general el estilo de Moebius es tan personal y característico y surge de forma tan fluida que es difícil encontrarle claros ascendientes.
Las drogas y la exploración de diferentes estados mentales y percepciones de la realidad forma parte sin duda de su aproximación gráfica y narrativa. A menudo mencionaba Giraud el año que pasó en el desierto de México experimentando con alucinógenos. Aquella vivencia, afirmaba, había derribado muros y estructuras mentales y liberado una energía creativa que no haría sino cobrar fuerza a partir de ese momento. El consumo de estas sustancias fue para Giraud una forma de transmitir su personalidad e imaginación. Siempre consideró su faceta de Moebius como un explorador de los mundos onírico y subconsciente, algo que halló expresión en cómics como El Garaje Hermético pero también en El Incal y otras historias. En ellos, los personajes evolucionan por entornos que parecen sacados de un sueño (llanuras vacías, horizontes lejanísimos, desiertos punteados de extrañas rocas) y que reflejan estados mentales. Estos trabajos, derivados en no poca medida de sus viajes psicodélicos, pronto se convirtieron en los más reconocibles y alabados de su trayectoria. A los 65 años decidió dejar las drogas y, como consecuencia, su producción tomó un nuevo rumbo en Inside Moebius, en el que se enfrenta al proceso creativo de una forma más madura pero no menos surrealista, situándose él mismo en las historias y conversando con sus creaciones.
El dibujo de Moebius es asombroso, tanto en las viñetas casi esquemáticas y con grandes espacios vacíos como en las que adopta el hiperrealismo y realiza un minucioso trabajo de sombreado imitando la técnica de grabado, pasando luego al puntillismo o jugando con masas de negro. Curva, enmarca y moldea las planchas creando formas, profundidad y texturas. Incluso las rocas y las nubes que salpican los fondos tienen una elegancia hipnótica. Hasta aquellos no particularmente aficionados a los géneros por los que él transita (ciencia ficción, westerns, fantasía) no podrán evitar sentirse fascinados por su talento gráfico.
Moebius podía cambiar de estilo sin solución de continuidad, prácticamente de una viñeta a la siguiente, alterando el grado de detalle, la línea o la perspectiva para construir nuevas atmósferas o reflejar estados psicológicos. Con ello crea una mezcla esquizoide, voluble e impredecible de imágenes que pasan de lo caricaturesco a lo realista pasando por lo espontáneo sin perder precisión y elegancia. Cuando trabajaba bajo su identidad de Gir en Blueberry, sus páginas eran producto de una cuidadosa planificación y unos meticulosos dibujo y entintado. Pero sus trabajos con la firma de Moebius rara vez pasaban por un estado preparatorio y los dibujaba directamente en tinta sobre el papel, sin red de seguridad y sobre la marcha; algo que sólo un artista de inmenso talento y seguridad en sí mismo podría siquiera plantearse si esas páginas iban directamente destinadas a la publicación. Por otra parte, los aficionados aún debaten sobre qué edición es mejor: si la primera, en blanco y negro; o las subsiguientes, en color. Sea como sea, el coloreado –en el que participó también Moebius– es principalmente de tono pastel y el dibujo tiene tanta fuerza que en ningún momento queda desplazado por aquél. Además, bastantes planchas se benefician de la paleta de verdes suaves, azules y malvas a la hora de crear una agradable atmósfera de atardecer alienígena; o, por el contrario, en otras ocasiones el uso de tonos más intensos aumenta el contraste de las masas de blanco y negro
El Garaje Hermético fue, como he dicho, publicado por la revista Métal Hurlant entre 1976 y 1979. En este último año, la editorial madre de la publicación, Humanoides Asociados, lanza un álbum, Mayor Fatal, que recopila todas esas planchas añadiendo otras que habían aparecido en France-Soir y Fluide Glacial. El mismo universo sirvió de base para otros dos álbumes en 1995 y 2008 respectivamente (El hombre de Ciguri y El cazador cazado). Existen también varias historias cortas protagonizadas por el Mayor Gruber (algunas de las cuales se incluyen en los álbumes Escala en Pharagonescia, de 1989, y Las vacaciones del Mayor, de 1990), pero ninguno de estos trabajos recuperan la frescura y alocada inventiva desplegadas en la primera obra.
Como curiosidad podemos mencionar que Marvel publicó en Estados Unidos –mercado tradicionalmente impenetrable a la producción europea– y bajo el sello Epic varias novelas gráficas con aventuras del teniente Blueberry y también El Garaje Hermético (1987). Me pregunto qué deberían pensar los lectores americanos, acostumbrados principalmente a una dieta de superhéroes con toques ocasionales de ciencia ficción y fantasía, cuando vieron estas páginas, totalmente ajenas a su visión del cómic.
El guionista francés Jean-Marc Lofficier y el dibujante americano Eric Shanower publicaron en la línea Epic una suerte de spin-off, The Elsewhere Prince , miniserie de 6 episodios (mayo-octubre de 1990), que tomaba conceptos y personajes del universo de El Garaje Hermético para elaborar lo que básicamente era una historia de fantasía heroica bastante convencional, con aderezo de ciencia ficción, y que podía resultar mayormente incomprensible para quien no estuviera familiarizado con ese particular mundo. Shanower no tiene el talento de Moebius pero su línea –que más recuerda en varias planchas a, por ejemplo, José Luis García-López– es elegante y efectiva, con un toque europeo que no descolocaba demasiado el producto respecto a su inmediato referente. Una segunda miniserie, esta vez de cuatro números (octubre de 1992-enero de 1993), titulada Onyx Overlord y con mayor peso de la ciencia ficción, contaba con el mismo guionista, pero el dibujante en esta ocasión era Jerry Bingham, un artista con un estilo netamente norteamericano que, pese a sus evidentes esfuerzos, no estuvo a la altura ni de Moebius ni de Shanower.
El Garaje Hermético es una obra que puede hacerse difícil de leer si se aborda con expectativas de encontrar un cómic al uso. Ya he dicho que no hay un nexo coherente ni personajes que evolucionen en ninguna dirección. La misma improvisación que puede resultar refrescante desde un punto de vista narrativo y estético da lugar a segmentos argumentalmente muy flojos, contradictorios y sin recorrido cuando no totalmente incomprensibles. Hay muchos callejones sin salida, cosas que no se explican y confusas versiones alternativas de los mismos personajes y realidades. Pero para muchos lectores, la fluidez, originalidad, ambición y apabullante belleza gráfica de El Garaje Hermético compensará sobradamente aquellos inconvenientes. No hay que buscar aquí trama ni personajes, sino sólo dejarse llevar por la sucesión de imágenes que nos transporta a un universo muy particular, a mitad de camino entre la ciencia ficción y el sueño.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.