El Eternauta 1969 es la versión que Héctor Germán Oesterheld reescribió, más de una década después, del legendario cómic que firmó junto al dibujante Francisco Solano López en 1957. Esta vez, lo hizo con Alberto Breccia, y el resultado se aleja del relato pulp para convertirse en un manifiesto visual cargado de tensión política, ambición formal y crítica soterrada.
Ahora vuelve en una versión restaurada que, gracias a Reservoir Books, recupera toda su fuerza visual y narrativa. Más que una simple recuperación editorial, este lanzamiento devuelve a la luz una pieza clave de la memoria cultural argentina.
Publicado en su momento en Gente ‒la revista equivocada‒ y cancelado antes de tiempo, El Eternauta 1969 fue siempre una obra incómoda.
Algunas creaciones llegan demasiado pronto, como profecías mal digeridas. Y sin embargo, en este caso hablamos de uno de los experimentos más audaces del cómic en español.

Una invasión alienígena en Buenos Aires
Puede que El Eternauta sea la historieta de ciencia ficción mejor estudiada del cómic hispanoamericano. En 1957, nació como una obra remotamente inspirada en La guerra de los mundos. El protagonista, Juan Salvo, un hombre común, lucha junto a sus amigos contra una invasión extraterrestre que, en las primeras páginas, desciende desde los cielos en forma de nevada letal.
El guionista, Héctor Germán Oesterheld, construyó un «héroe colectivo», una especie de respuesta rioplatense al individualismo propio de los superhéroes anglosajones.
Como decía Oscar Steimberg en la recordada Historia de los cómics que Toutain publicó en los ochenta, los guiones de Oesterheld fueron algo así «como si León Tolstói hubiera aceptado trasladarse a otro tiempo y otro género, el de la ciencia ficción. Tolstoi, y no Julio Verne, porque el pacifismo y el humanismo son, en Oesterheld, más importantes que la aventura».
En 1957, el guionista argentinohabía comenzado a editar dos cabeceras míticas con la Editorial Frontera: Hora Cero y Frontera. Carlos Trillo recuerda que un 70 por ciento de los contenidos de aquellas revistas fueron escritos por Oesterheld. «Es imposible escribir buenas historias sin saber escribir buenas historias ‒dice Trillo‒. En este sentido, Oesterheld es el gran escritor de aventuras argentino. En su literatura, en sus historietas están los grandes temas que acosan al hombre desde siempre: el amor, el coraje, la lealtad, la muerte y el tiempo».
Esto último es algo que se advierte en obras tan poderosas como Ernie Pike, que Oesterheld inició junto al italiano Hugo Pratt, y que luego prolongó junto a Breccia, su colaborador en Sherlock Time (1958-1959) y la imponente Mort Cinder (1962-1964), y también con el ya mencionado Solano López, dibujante de la primera etapa de El Eternauta (1955-1957).
Crónica de una mutación
En 1969, algo cambió. El Eternauta volvió a la vida de Oesterheld, aunque no como un regreso tranquilo, sino como un auténtico estallido creativo. Aunque Solano López había marcado la estética de la obra original, en este segundo avatar de El Eternauta se ocupó de la parte visual Alberto Breccia, un maestro del claroscuro cuyo trazo desafió las formas tradicionales del medio.
El resultado fue una relectura originalísima y, sobre todo, adelantada a su tiempo. No era un simple remake, sino un conjuro gráfico contra el miedo y el olvido.
La historia de El Eternauta 1969, en líneas generales, retoma los elementos centrales de la versión publicada los cincuenta en Hora Cero Semanal: una invasión extraterrestre, una nevada mortal, un grupo de supervivientes atrincherados en un Buenos Aires fantasmagórico… Y un protagonista, Juan Salvo, que narra los hechos como si los contara en una ronda silenciosa poco antes del apocalipsis.
Pero, como les dije, la mirada de Oesterheld ya no era la misma. A mediados de los años 60, el guionista había abandonado el tono aventurero que lo caracterizó en un primer momento. Su escritura empezó a oscilar hacia lo simbólico, hacia lo alegórico y también hacia la militancia ideológica y el compromiso.
Bajo la dictadura de Juan Carlos Onganía, su pensamiento político se radicalizó. Esto último es algo que le llevaría, en 1971, a ingresar en los Montoneros, un movimiento guerrillero peronista que surgió en el contexto represivo que vivía Argentina.
Desde la clandestinidad, Oesterheld siguió escribiendo cómics, mientras el país se sumía en la noche más larga. El 27 de abril de 1977 fue secuestrado en La Plata por las fuerzas de la dictadura. Ya habían desaparecido sus cuatro hijas —todas muy jóvenes, dos de ellas embarazadas— y tres de sus yernos. Finalmente, Oesterheld se convirtió en uno más entre los miles de argentinos que nunca volvieron a sus hogares.
Imagen superior: el 30 de abril de 2025, bajo la dirección de Bruno Stagnaro, ‘El Eternauta’, llegó a las pantallas de Netflix.
Un dibujante de otra galaxia
En mayo de 1969, Oesterheld recuperó El Eternauta para actualizarlo, pero también para desarmarlo y ajustarlo a lo que él mismo estaba experimentando. Poco más o menos, como si un moderno Conrad decidiera reescribir El corazón de las tinieblas después de conocer Vietnam.
En este sentido, El Eternauta 1969 no es un simple manifiesto político, aunque se haya leído así en ocasiones. Es, más bien, un intento de reinterpretar la idea del héroe —colectivo en su origen— desde una óptica más amarga e inquietante.
La invasión alienígena ya no es un misterio que se revela poco a poco. Desde el inicio, es una certeza opresiva. Casi tanto como lo era la propia Argentina en aquel momento.
La historia se vuelve más concentrada, más sombría. Y con ello, el dibujo también se transforma. En este sentido, el gran protagonista de esta versión no es tanto el guion como el estilo de Alberto Breccia, un creador excepcional, cuya influencia se expandió por todo el cómic escrito en español.
En El Eternauta 1969 Breccia no se limita solo a dibujar. Como un artista abstracto, deforma, mancha, raya con cuchillas de afeitar, diluye la tinta con inteligencia, a tal punto que algunas páginas parecen extraídas de una exposición vanguardista.
Aquí la atmósfera visual recuerda tanto a Goya como al expresionismo alemán. Es difícil encontrar precedentes en el cómic occidental que se hayan atrevido tanto.
El fin de la serie
Publicada en la revista Gente, que por entonces se dedicaba a la jet-set y la farándula artística, El Eternauta 1969 fue un experimento de alto voltaje. Un cómic en un lugar donde nadie, empezando por el equipo editorial de Gente y siguiendo por sus lectores, esperaba semejante bomba creativa.
En una entrevista tardía, Breccia confesó que se le pidió hacer la obra «más clara, más comercial». Su respuesta fue tajante: «Yo dibujo así. Si no les gusta, levanten la historieta». Y así fue. El Eternauta 1969 fue cancelado sin miramientos tras 17 entregas.
La audiencia mayoritaria de Gente, acaso acostumbrada al trazo claro de Solano López, no supo digerir la modernidad de Breccia. Y quizás tampoco estaba lista para que esta historieta les dijera, entre líneas, que el enemigo no venía del espacio exterior, sino de las altas instancias del poder.
Por establecer un paralelismo, leer El Eternauta 1969 en las páginas de Gente era como descubrir un filme de Andrei Tarkovski en medio de la programación de una cadena generalista.
Presionado por la revista, Oesterheld compactó los últimos episodios, y el cierre —narrativamente acelerado— dejó una sensación de obra inconclusa. Años más tarde, Breccia sería aún más crítico: «El Eternauta tiene textos y textos, demasiados… No es una cosa lograda».
Sin embargo, lo que en su momento fue visto como un defecto, hoy se percibe como parte del aura inquietante que rodea a esta versión.
Una lectura nueva para un lector que ha cambiado
Tanto la edición restaurada en 2020 por Fantagraphics como la publicada ahora por Reservoir Books permiten ver, por fin, lo que antes solo se intuía: la profundidad visual, las capas de tinta, las texturas, las sombras… En una época donde lo experimental ha ganado un lugar de respeto dentro del cómic, la propuesta de Breccia se lee no solo como audaz, sino como visionaria.
Lo interesante es que esta obra, en apariencia muy anclada en su contexto, logra ahora conectarse con otro tipo de sensibilidad: la del lector que busca en la historieta no solo narración o entretenimiento, sino arte visual en estado puro.
El valor de mirar dos veces
Si la versión original de El Eternauta puede ser considerada la gran novela gráfica argentina, El Eternauta 1969 es su reverso intelectual. No tiene el ritmo clásico ni el trazo limpio de Solano López. No busca el consenso ni la claridad. Pero tiene algo que escasea en muchos cómics: una visión artística contundente, irrepetible, capaz de intrigar y de cautivar.
Por otro lado, es una obra que exige pausa, que pide ser mirada y remirada. Porque hay historietas que solo se leen una vez. Y otras que, como esta, permanecen en la memoria mucho después de hayamos terminado la última página.
Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.
Copyright de las imágenes © Reservoir Books. Reservados todos los derechos.