Hay vida en la literatura de terror durante y después de Stephen King.
La texana Lisa Tuttle es una de las escritoras actuales más importantes de la fantasía estadounidense. Para su promoción internacional nunca sobra decir que coescribió una novela con George R.R. Martin (Windhaven, en 1981), pero lo cierto es que su bibliografía se aguanta por sí sola, con una ristra de premios y nominaciones de lo más solvente: el John W. Campbell Award, el de la británica BSFA, o el International Horror Guild Award. Su sesgo feminista no es una etiqueta gratuita: además de ficción sobrenatural, ha escrito ensayos titulados Encyclopedia of Feminism y Heroines.
Nido de pesadillas. Así se titula esta compilación de relatos de Tuttle que apareciera originariamente en los USA en 1986 y que la editorial española Fabulas de Albión editó en castellano con traducción de Marian Womack. Se trata de trece extraordinarios cuentos que escarban en las vidas cotidianas de las personas sin desviarse al mismo tiempo de los rieles del más genuino horror.
La mayoría de las historias están protagonizadas por chicas o mujeres enfrentadas a un dilema importante en sus vidas, casi siempre relacionado con una decepción vital: en varias ocasiones se trata de un desengaño amoroso, el inicio de una etapa en solitario, pero también la asunción de la rutina de pareja o la imposibilidad de retorno a un pasado más deseable que el duro presente.
Muchos de los cuentos entroncan con referencias clásicas del género: ritos celtas, leyendas indias, convenciones góticas e incluso referencias precolombinas… pero aplicado siempre a estados psicológicos y vivenciales de mujeres de nuestros tiempos. Como explica el especialista Jesús Palacios en su prólogo, la autora “se decantó por la sutileza atmosférica, la metáfora psicosocial y esa delicadeza terrible al describir lo siniestro que ha caracterizado a lo largo del tiempo a las mejores escritoras del género ‒pienso en Emily Brontë, Margaret Oliphant, Edith Wharton y, sobre todo, en Jean Rhys y Joan Lindsay‒, nunca igualada por sus homólogos masculinos”.
Prácticamente todos los cuentos tienen su jugo para los fans del terror y también todos funcionan como fantásticas metáforas de algo que late en el fondo de nuestros temores y experiencias rutinarias. Especialmente hermoso y climático es ese Recorriendo el laberinto en que, durante unas vacaciones inglesas, una viuda reciente está a punto de emprender un ritual pagano para reencontrarse con el espectro de su esposo, dentro de la iconografía rural británica que tan buen resultado da siempre en la invocación a los miedos profundos, y que recuerda muchísimo a obras como la serie Children of the Stone que involucraba el mítico complejo megalítico de piedra Stonehenge y que tanto terror nos provocó a los niños que la vimos a inicios de los años 80. Cuando te necesita un amigo también resulta una propuesta hermosa, a vueltas con el mito de los “amigos imaginarios”, solo que esta vez la protagonista no sabe si ella desempeña el papel de persona que imagina o amiga imaginada…
Pero si hay una pieza que ha despertado ecos notables en mi propio interior, se trata de Volando a Bizancio, una premisa perfecta por lo aplicable a la vida de casi todo escritor: imaginen que somos una autora de provincias, que gracias a la fama proporcionada por un primer libro publicado hemos logrado salir de un pueblo con una atmósfera asfixiante, de un hogar y familia opresivos y de una vida de nerd horrorosa…
Y justo cuando ya creíamos haber dejado atrás todo ese pasado anodino y vulgar, nos llaman para ser la estrella invitada a una convención literaria en un pueblo muy similar al descrito en nuestra obra de fantasía (y que no es sino una metáfora del pueblo horroroso del que hemos huido). Y una vez en esa feria literaria, nos damos cuenta de que todos los elementos conjuran para replicar la situación claustrofóbica contra la que tanto luchamos por superar: la gente vuelve a tratarnos como si fuéramos basura y blanco de acoso; nuestro lugar de residencia se parece sospechosamente a la casa ruinosa donde nos criamos; incluso nuestra apariencia física abandona la precaria sofisticación de la metrópolis y poco a poco retornan los defectos y complejos de la joven gris que terminará sus días en el polvoriento anonimato de esa localidad atroz…
Sin duda, Volando a Bizancio es un relato especialmente indicado para los fans de las ferias de literatura fantástica y para todos los que un día abrazamos los libros como un medio de huida de nuestra horrible realidad.
A través de sus protagonistas femeninas en constante búsqueda de un entorno idóneo y enfrentadas a reveses perversos, Nido de pesadillas pulsará un montón de alarmantes emociones semiocultas en los pliegues de nuestro inconsciente.
Y descubrir eso, que solamente están semiocultas, es lo que genera el verdadero terror, lo que amenaza con convertir ese nido de pesadillas en criadero de realidades.
Estuve firmando libros al lado de ella en el Festival Celsius 232 sin saber de quién se trataba, así que la curiosidad me llevó a comprar su obra… ¡y no me arrepiento!
Copyright del artículo © Hernán Migoya. Publicado previamente en Utero.Pe con licencia CC.