La noticia de que Man había vuelto a quedar finalista del Premio Internacional Manga [en 2008] fue recogida por casi todas las webs españolas especializadas en cómic. Me alegré y me hizo gracia comprobar que en muchas de esas webs era la primera vez que se mencionaba esta nueva obra suya reconocida en Japón… y eso que la serie, Saltando al vacío, ya llevaba por entonces la friolera ‒en este país‒ de tres volúmenes disponibles en el mercado.
Vale, vale, todos tienen derecho a escribir de lo que deseen, incluso si son críticos profesionales de historieta: bastante tienen algunos, que ni siquiera cobran por ello. Muchos blogueros francotiradores, en cambio, sí habían reseñado la obra por iniciativa propia y pagando su ejemplar.
Pero, ¿y si Saltando al vacío hubiera sido una serie estadounidense? Dios mío, la de reseñas (españolas) que habría merecido antes de ningún premio ni accésit ni mención… ni calidad, probablemente.
O peor aún: ¿y si hubiera sido un cómic autobiográfico ‒y autocomplaciente‒, de autor preferiblemente memo y deseablemente usaca, publicado en formato Novela Gráfica con tirada numerada no superior a 600 ejemplares?
Entonces ya ni lo quiero pensar… las reseñas inundarían los medios de comunicación.
Yo sólo hablo de “baja cultura” si procede de los USA
Cuando tenía 15 o 16 años, asistí a una charla de Manuel Vázquez Montalbán en la Biblioteca pública de mi pueblo. En el turno de preguntas, le consulté a qué se debía que tantos intelectuales como él despotricaran con tal virulenta asiduidad contra la idiosincrasia de los Estados Unidos, despreciando dicha nación tanto políticamente como –y ahí yo ya no entendía nada‒ con base en su supuesto bajo nivel cultural (???), para a continuación mostrarse tan fascinados con cada pequeña muestra de creatividad yanqui: vamos, que del jazz a John Wayne (Alfredo Mayo a su lado, un maquis), pareciera que los mitos que los de su generación veneraban fueran todos de procedencia estadounidense. Él, muy amable y ambiguamente, me contestó algo así como que aquél era un país muy grande y que tenía también sus cosas buenas.
Desde entonces, me he topado con millares de jóvenes urbanitas que aseguran detestar los Estados Unidos… pero no pueden ocultar un sádico placer cada vez que descargan (y sobre todo cada vez que vocean haber descargado) la última serie de moda en los USA… y un nada disimulado desdén hacia la producción nacional. A todos nos atrae más el Imperio. Y por mucho que nos disfracemos de anti-imperialistas, seguimos cumpliendo con nuestra cuota inodora de provincianos snobs.
A la crítica profesional le pasa lo mismo, pero a lo bestia. El crítico en general es clasista por naturaleza: cuanto más se aleja de los gustos de la masa (de la masa de aquí, no de la del país de referencia cultural, que lleva un siglo siendo EEUU), más especial se siente. Está claro que para la mayoría, elogiar artistas minoritarios o extranjeros supone una manera de fomentar su propio elitismo, y a ello se entregan demasiados profesionales, en cuerpo y alma.
Por ese lado, los autores patrios ya nos sentimos un poco (al menos, un poco) abandonados.
Alguien escribirá una tesis universitaria sobre nosotros
Por otro lado, en España se suele demostrar el aprecio institucional por la cultura premiando casi siempre el cultivo artístico más realista y minusvalorando la fantasía, vertiente anglosajona por excelencia.
¿Alguien recuerda autores clásicos de ciencia ficción españoles? Yo recuerdo haber leído una antología sobre autores de ciencia ficción de los años 20. Casi nadie guarda memoria de ellos, ciertamente nadie que no sea un estudioso del tema: pertenecen a la categoría más ínfima del pulp español, o sea, de la cultura popular, que ningún Tarantino patrio está dispuesto a recuperar, porque nadie le reiría la gracia… a no ser que se tratara del propio Tarantino, of course.
En España el llamado “compromiso social” del autor es una suerte de Santo Grial que lo justifica todo. Justifica la mayor bazofia artística, en cualquier medio. Ello provoca un fanático apego al género “realista” (aunque muchas veces llamemos realismo a lo que no deja de ser puro y duro melodrama de lo más fantasioso: el maniqueo cliché de los ricos malos y los pobres buenos sigue configurando nuestra convención más simplona y eficaz para obtener la gracia del poder), modalidad que suele resultar por ende aburrida y, en muchos casos, una estafa de planteamientos: haciendo cine, por ejemplo, he descubierto que aquí muchos camaradas de profesión denominan realismo a las convenciones narrativas de los telefilmes… sí, estadounidenses.
Vamos, que es muy discutible el cacareado realismo del ‒como se empieza a conocer mundialmente en lengua castellana‒ “dramón español”, variedad exportable de género cañí muchas veces tan poco verista como la acción o el terror estadounidenses, y del que generamos en cadena numerosos “botones de muestra” tanto en cine, como en literatura, como en cómic.
Mientras, artistas españoles que han cultivado en cine, literatura, cómic y otros medios afines eso que antes se llamaba escapismo, son ahora notas a pie de página, excepciones exóticas, que dejan a la intemperie la escasa enjundia de nuestra industria, la pobreza de nuestros medios, la precariedad de nuestra entidad cultural… y, en el fondo, nuestro profundo desprecio por lo popular. Al menos, por lo popular nuestro.
El caso del cómic
Hagamos balance.
Tenemos por un lado un estamento cultural, el de la crítica, que por lo general ‒y muchas veces inconscientemente‒ beneficia con su atención ‒aunque sea mediante reseñas negativas‒ todo aquello que, o procede de Estados Unidos (colonización por pasiva, involuntaria: el colonialismo que da prestigio en la clase nativa privilegiada: el zulú que enseña su botella de Coca-Cola a los otros zulús más pobres, vamos); o está fuertemente arraigado en la denominada “obra de autor”, así como en el género mal llamado realista, habitualmente (melo)dramático; o ha triunfado allende nuestras fronteras.
En el panorama del cómic español, obtenemos entonces una de las paradojas más alucinantes e inexplicables del planeta animal y humano: los autores de géneros populares, los que han mamado formas de narrativa mainstream para contar historias de evasión propias, para contribuir a edificar una mitología épico-simbólica arraigada en nuestra sociedad… ¡no tienen quien escriba de ellos!
El cómic comercial no encuentra en nuestros pagos quien lo analice.
Resulta un enigma apasionante: llevamos años y años acompañados de autores de la talla de Quim Bou, Sergio Bleda, Javier Rodríguez, Rubén del Rincón, Santiago Arcas, Kenny Ruiz, ¡Daniel Acuña antes de su estrellato USA! o el propio Man, y la tira más… por no hablar de artistas de generaciones anteriores, como el caso de Iron, Perro o Fonteriz o aún más atrás, el de Alfonso Font… todos ellos invirtiendo su mucho talento en crear tebeos pertenecientes a géneros considerados tradicionalmente comerciales. E, incoherencias del Spain is different , cada vez que estos (ya no sé si tan) jóvenes artistas lanzan una nueva obra, les responde el silencio mediático más absoluto. Nadie ‒nadie en la prensa establecida, ciertamente‒ escribe sobre ellos. Y, claro, la mayor parte del público ni se entera de su existencia. Chissssssst…
Si quieren que se escriba sobre ellos, están obligados a cambiar la temática de sus obras (podría citar más de un caso, y de dos, de autor con abundante título fantástico en su haber que no empieza a ser citado/reseñado/loado por la ortodoxia crítica hasta que no introduce un elemento realista/social/comprometido en su trabajo) o a triunfar en el extranjero: el triunfo en el extranjero acalla muchas reticencias, incluso mejora la calidad del autor con una eficacia asombrosa.
¿Cuál es la conclusión, queridos lectores?
La conclusión es: los géneros comerciales no tienen futuro en España.
A no ser que provengas de un país más civilizado que el nuestro o ese país te dé su bendición.
Entonces, adiós indiferencia. Adiós ostracismo. Incluso adiós cuestionamiento, de haberlo habido.
Amén.
La maldición de la Novela Gráfica
Y ahora, encima, a nuestra querida Zululandia ha llegado la moda, proveniente de nuestro Imperio tan odiado, de la Novela Gráfica.
El perjuicio creado por el formato Novela Gráfica es, por supuesto, inferior a sus virtudes y beneficios, en términos de difusión del medio, sobre todo a largo plazo: pero son beneficios granjeados sobre conceptos falsos, y esa particularidad no deja de producir daños colaterales inmediatos… así como la marginación de todo tipo de historieta que no responda a las expectativas asociadas a la Novela Gráfica.
De repente, el cómic ya no es un medio para niños: gracias, no lo sabíamos. De hecho, el cómic es ahora tan para lectores adultos (¿o tendremos que vernos obligados a imponer, como se impone todo, ese necio término, imposible de comprobar, que nos etiquete automáticamente como lectores “maduros”?) que ya ni se denomina cómic: ahora es novela gráfica.
Por salir del gueto de la marginación, nos van a meter en otro gueto: el del elitismo. (Will, ya te vale… ¡acomplejao!).
Porque la gente, parece pensar parte de nuestra crème periodística, es tan limitada (eso sí: la pobre) que jamás podría tomarse en serio un medio llamado cómic… como antes no se tomaba en serio un medio llamado historieta. Si antaño hacía falta un anglicismo para que los españolitos aceptaran la categoría de este medio y sus posibilidades expresivas, hogaño necesitamos una denominación compuesta con resonancias literarias…
Precisamente lo que siempre me atrajo del mundo del cómic es que su mal endémico, la falta de atención de los medios masivos, nos proporcionaba como mínimo una libertad de acción, tanto artística como personal, que no tenían ya las demás artes (excepto la poesía, faltaría más). Habiendo también escrito literatura y dirigido cine, y habiéndome codeado con nombres de sendos medios, a fin de cuentas siempre me ha gustado mucho más la actitud general del gremio historietístico: no se dejaba llevar tanto por su ego, ni por el dinero, ni por la pose.
Y eso básicamente porque se trataba de un oficio donde apenas se podía aspirar al reconocimiento, donde ser posero no te llevaba muy lejos… y del que, desde luego, no podías esperar mucho billete… excepto como editor (pero ahora esto no va de eso ).
Reconocimiento y billete… todos queremos más proyección y dinero, desde luego. De acuerdo, es urgente una profesionalización absoluta del autor de cómics: y la mayor difusión de nuestro oficio ayuda a ello. Y esa difusión se ha intensificado gracias al “invento” de la Novela Gráfica. Pero espero que no sea al precio de la estigmatización de unos en favor de otros.
Porque el practicante del cómic de autor ‒otro rimbombante concepto que se las trae‒, léase pergeñador del común de Novelas Gráficas, tiene garantizada esa mayor difusión.
Y la posibilidad de ganar el Premio Nacional de la Historieta , de paso.
El gran desierto
Soplan buenos tiempos, pues, para que todos los autores españoles nos pongamos a hacer cómics de “compromiso social”, “realismo solidario”, “espíritu crítico” y todas esas chuminadas con mamarracho marchamo de intenciones y aplicación cívica cuyo uso común e indiscriminado exacerba el poder para controlar la cultura de su sociedad, para mantener falsas realidades de simpatías populistas que siempre le sitúe en el terreno de los “buenos”, para que no se les desmande nadie de las simplonas consignas inoculadas… y a ello se aplican con alegre y desvergonzado ímpetu muchos autores que se quieren arrimar a dicho poder.
Qué gran victoria: el cristianismo más básico, bobalicón y papanatas subyace debajo de casi todo el intelectualismo laico español contemporáneo.
Pero el autor al que le gusta el tebeo de evasión pura, el entretenimiento sin coartada frente a la intelligentzia absolutoria, lo tiene bien crudo. Sus cómics no van a ser leídos por casi ningún especialista profesional. No va a conseguir ningún feedback que no sea, con suerte, meramente uno de fines divulgativos. Ningún crítico va a decir lo que le parece su última obra. Si cree que es buena o mala o una maravilla o una bazofia.
Nada.
El silencio casi absoluto.
En España los críticos no analizan cómics de género… a no ser que sean cómics gringos.
¿Cuántas reseñas con empaque han aparecido en la prensa profesional de Saltando al vacío? ¿De Lolita HR? ¿De Mesalina ? ¿Incluso de Las nuevas aventuras de Esther? ¿Cuántos análisis serios se hacen de la historieta de vocación popular en este país? Y eso limitándome a títulos de Ediciones Glénat.
No pretendo polemizar (¿polemizar en el mundo del cómic? ¡Líbreme Dios!) ni cuestionar la profesionalidad de los críticos y divulgadores españoles existentes: conozco a unos cuantos y sé las precarias y en bastantes casos valientes condiciones en que, durante años y años, han debido realizar su trabajo. Para muchos, escribir de cómic se terminó transformando en una labor de proporciones casi misioneras, debido al desierto mediático en que, en ese ámbito, nos hemos movido tanto tiempo. Sólo transmito la sensación de desamparo absoluto, en lo bueno y en lo malo, que nos embarga a muchos autores de cómic. De un tipo de cómic concreto.
¿Dónde están los críticos que saben de cultura popular?
“El músculo duerme”, como decía el tango… veinte años de semivacío teórico respecto al cómic de género español. Veinte años de desbandada, de ¡sálvese quien pueda!, de lo dejo y me hago diseñador o ilustrador o tatuador, de me voy pa’ Alemania, Pepo… Bueno, ahora es pa’ Estados Unidos. Y pa’ Francia. Y que dure, porque lo que es aquí…
Ser autor de cómics comerciales en España es como ser el más maldito de los escritores malditos, condenado a crear indescifrables obras minoritarias que nadie, nunca, se interesará en dilucidar o diseccionar por escrito.
Ser autor de cómics comerciales en España es como ser el autor más underground de los underground … pero sin su presunción de honestidad.
Es como haberse vendido a la nada.
Es la garantía de un retiro anticipado.
Y de una “curiosa y necesaria” recopilación póstuma.
Felicidades, Man: tu obra se mereció con creces esa distinción del Ministerio de Exteriores del Japón.
Vas por el buen camino: quizás a partir de ahora empiecen a escribir sobre tu obra (y a premiarla) también aquí.
Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.