La idea de un desastre natural a gran escala que envíe a la civilización humana de vuelta a la prehistoria perdonando sólo a un puñado de supervivientes, es antigua. Ya vimos un temprano ejemplo en El último hombre (1826), de Mary Shelley, aunque en esa ocasión la raza humana quedaba totalmente extinta a excepción del atormentado individuo del título.
Más tarde se introduciría el concepto de comunidad humana superviviente, central en el resto de literatura de este subgénero. Sin embargo, había algo que permanecía constante en todas aquellas obras: la catástrofe era de origen natural. Podía ser un virus (El último hombre, La plaga escarlata), inundaciones (After London, El segundo diluvio), nubes tóxicas (La nube púrpura, The Poison Belt), el paso de cometas (En los días del cometa), el impacto de meteoritos (Tinieblas y amanecer) o incluso mundos enteros (Cuando chocan los mundos) o bacterias que aniquilan la vegetación (El millón de Nordenholt).
No sería hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando los escritores comenzaron a ver más razonable que la destrucción de la especie humana fuera debida a su propia estupidez y no a algún cataclismo natural aleatorio. Aparecerá entonces toda una nueva línea de novelas postapocalípticas de la que nos ocuparemos en su momento. Pero hubo algunas excepciones adelantadas a su tiempo, como es el caso que nos ocupa.
El colapso del homo sapiens nos sirve para ejemplificar esta corriente temática y temporal dentro de la ciencia-ficción: un viajero temporal se desplaza a la Inglaterra de doscientos años en el futuro para encontrar que la civilización ha quedado reducida a la nada por salvajes guerras. ¿Y contra quién se libraron aquellas hostilidades aniquiladoras?
Una vez más, la literatura se convierte en espejo de los prejuicios y temores de la época. La xenofobia siempre fue uno de los ingredientes preferidos de los autores de este subgénero. Hemos visto ya múltiples ejemplos en este espacio. Ingleses y americanos imaginaban a sus países víctimas de la invasión de todo tipo de extranjeros (los alemanes eran la elección más frecuente). El Ángel de la Revolución (1893) o El peligro amarillo (1898) fueron sólo dos de los más extravagantes. En El colapso del homo sapiens los responsables del desastre no son otros que los socialistas y los negros. Sea como fuere, los escasos supervivientes viven en los bosques, ajenos totalmente a que hubo un tiempo en el que la ciencia y la tecnología existieron.
Hoy solo conseguible a través del mercado de segunda mano –y no en español, por supuesto–, El colapso del homo sapiens reúne ejemplarmente todos los tópicos del subgénero en una de las más amargas novelas que se publicaron en Inglaterra en el periodo de entreguerras.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.