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Como lector antiguo, viejo y apasionado –léase: crédulo y obsesivo– me intereso por las estadísticas de lectura. Sobre todo, por los esfuerzos de los descifradores de encuestas que tratan de trazar el retrato del Lector Medio Hispanoparlante de Este Continente y del Otro. No hay caso. No sale o si sale, confirma los prejuicios impresionistas de los aficionados a viajar en metro, el suscrito entre ellos.

Desconfío de esas encuestas por una razón sencilla que acaso roce la simpleza: leer es un acto esencialmente individual y privado. No es como ir a votar o pagar impuestos. Es crear un coágulo de tiempo y partir hacia un espacio imaginario, ambos personalísimos. No es llenar un número en una estadística, donde se confunden los libros vendidos con los libros leídos.

Un libro de lectura escolar o que se regala por Navidades no es comparable al que se adquiere por voluntad de lectura. En todas las casas hay colecciones de venerables clásicos que valen por sus tejuelos. Recuerdo amablemente unos datos de los años sesenta del siglo pasado, según los cuales los libros más vendidos del mundo eran la Biblia y las obras completas de Lenin.

Sí se podrían generalizar las preferencias dominantes si se quitasen, justamente, las ventas institucionales. En ese caso sí me atrevo a imaginar la serie de los lectores, es decir: los lectores producidos en serie. Por un lado, está el dominio del género sobre la obra. El lector de género es el que quiere saber de antemano lo que va a leer como si ya lo hubiera leído. Quiere saber si la cosa va de policiaca, de misterio, de guerra, de cama, de historia antigua (de hace más de cincuenta años, aunque sea por un día). Como derivado, el autor local de episodios nacionales, capaz de redactar novelas con un anticipado contenido periodístico o de tradición oral. Por ejemplo: ¿quién no ha oído hablar en España de una cosa llamada guerra civil española, aunque confunda a Francisco Franco con el actor James Franco?

Antiguo, viejo, obsesivo y crédulo lector, prefiero otra cosa: el libro capaz de sorprenderme aunque lo esté releyendo por quinta vez. Y, como decía Valéry, que se me resista, que me incite a elaborarlo. Y que no me deje afuera, en el umbral del aburrimiento.

Imagen superior: Pixabay.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")

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