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El catálogo científico de la vida. Una conversación con Quentin Wheeler

A la hora de hablar sobre biodiversidad y reflexionar sobre su protección, hay pocas figuras tan destacadas como Quentin Wheeler. Entomólogo, taxónomo y columnista de prensa, Wheeler suma dos cualidades imprescindibles en este ámbito: un gran prestigio científico y un claro talento para la divulgación.

Como director y fundador del Instituto Internacional para la Exploración de Especies (IISE), promueve una iniciativa anual, la lista de las especies Top 10, seleccionadas entre las cerca de 18.000 que son descubiertas cada año. Pero su experiencia investigadora y académica va mucho más allá. Wheeler ha sido presidente de la Escuela Superior de Ciencias Forestales y Ambientales de la Universidad Estatal de Nueva York en Siracusa (SUNY-ESF). Asimismo, fue profesor en la Universidad de Cornell y en la Universidad Estatal de Arizona, conservador y jefe de Entomología en el Museo de Historia Natural de Londres y director de la División de Biología Ambiental de la Fundación Nacional de las Ciencias de Estados Unidos (NSF).

Tres especies de escarabajos fueron nombrados en su honor: Tonerus wheeleriEleodes wheeleri y Agathisium wheeleri.

En su libro What on Earth? 100 of Our Planet’s Most Amazing New Species (Penguin Books, 2013), coescrito por Sara Pennak, el profesor Wheeler desarrolla, a través de un exuberante catálogo de las especies recientemente descubiertas, los temas sobre los que hoy conversaremos: el trabajo de los taxónomos, ocupados en descubrir y nombrar las especies que comparten el planeta, las oportunidades que plantea la biomimesis ‒es decir, el desarrollo de tecnologías y soluciones inspiradas en la naturaleza‒, el empeoramiento de la crisis ambiental, y por encima de todo ello, los desafíos que debemos afrontar para no perder la prodigiosa biodiversidad que nos rodea.

¿En qué medida es malo el estado actual de nuestra biodiversidad?

Es extremadamente malo. Aunque para ser justos, las tasas de deforestación se han desacelerado con respecto a algunas proyecciones anteriores, y hay un reconocimiento mucho más amplio entre el público de que la biodiversidad está en problemas y debe ser conservada. Estos son signos de esperanza.

Si bien el número exacto de especies que se extinguen se desconoce ‒en gran medida porque, para empezar, no sabemos cuántas especies existen‒, se estima que ese numero supera las 20.000 extinciones al año. Algunos dirán que el número es mucho mayor. La preocupación, por supuesto, no se refiere simplemente al número de especies que se pierden, sino a qué especies se están perdiendo. Eso también es imposible de conocer sin un inventario.

¿Por qué es tan importante completar ese inventario de las especies que nuestro planeta? Y en este sentido, ¿cuál es papel que desempeñan los taxónomos en la protección de la biodiversidad?

Hay varias razones por las que completar un inventario de las especies de la Tierra es importante y urgente… La respuesta breve es que no podemos salvar de una forma eficiente o efectiva algo cuya existencia desconocemos. Desde luego, podemos dejar de lado las huellas sobre el terreno y monitorear especies seleccionadas, como depredadores superiores y árboles dominantes, pero eso nos dice poco sobre las otras miles de especies y sobre lo bien que se desenvuelven. En realidad, desconocemos los efectos que acarreará la eliminación de este o aquel hongo o insecto de un hábitat determinado, ni qué provocará la introducción de especies invasoras, y sin embargo, estamos haciendo ambas cosas a un ritmo alarmante.

Esto sugiere la primera de varias razones para completar un inventario: crear una referencia de las especies que conforman cada ecosistema y que constituyen colectivamente la biosfera. Sin esa referencia, somos incapaces de detectar especies invasoras, medir la tasa de extinción, o permitir a los ecólogos estudiar las funciones de los ecosistemas en profundidad. Y sin una referencia, no podemos establecer los objetivos idóneos de conservación, y tampoco medir nuestros éxitos y fracasos al encaminarnos hacia ese objetivo.

Mi vida, como nos sucede a todos, depende de los servicios ecosistémicos (1), y esos servicios dependen de las redes correctas de especies que funcionan como ecosistemas. No obstante, hay otras dos razones que me apasionan acerca de ese inventario.

La primera: reconstruir la historia de la vida en la Tierra. Mientras que los astrónomos continúan descubriendo planetas similares al nuestro, con toda probabilidad la Tierra es el único en el que podremos explorar el origen y la historia de un mundo biológicamente diverso. Como entomólogo, siento una curiosidad personal por entender la historia que explica la impresionante diversidad de los insectos, de los que conocemos millones de variedades. Y como humano, tengo la curiosidad de entender también lo que nos hace humanos.

¿Por qué somos como somos? La respuesta, quizá de forma sorprendente, radica en el estudio de otras especies. Todo lo que nos halaga como algo exclusivo de la humanidad es, en realidad, una modificación de atributos que ya existían en el linaje ancestral de los primates. Nuestro cerebro grande, nuestra verticalidad, y así sucesivamente, son versiones modificadas de rasgos ancestrales. Y los rasgos supuestamente únicos de los mamíferos también parten de modificaciones de cuadrúpedos aún más antiguos, y así sucesivamente, retrocediendo hasta las especies unicelulares primigenias… Nunca podremos comprender por qué somos como somos sin un inventario de todas las formas de vida, y sin esa reconstrucción de la historia de las transformaciones que hemos heredado.

La segunda razón para inventariar es la biomimesis. Las especies se han ido adaptando en su lucha por la existencia desde que la vida surgió en la Tierra. Esto representa 3.800 millones de años de experimentación, de prueba y error, que ha propiciado cientos de millones de pistas para estructuras, diseños, materiales y procesos mejorados, más eficientes y más sostenibles.

Es algo muy prometedor: emular dispositivos y recursos fijándonos en la naturaleza…

Sólo necesitamos descubrir especies y observarlas para abrir un amplio archivo de ideas ya probadas con el fin de hacer las cosas de manera diferente y mejor. Debido a que pocas especies dejan un registro fósil, cuando una especie desaparece, también lo hace todo lo que nos podría haber enseñado. Si hemos descrito especies y ejemplares preservados en los museos, recurriendo a observaciones, grabaciones y tejidos, está claro que podemos seguir estudiando y aprendiendo siglos después de que una especie esté extinta. Y en el caso de aquellas que sobreviven, sabemos a dónde ir para estudiarlas en sus hábitats naturales.

También vale la pena señalar que ese inventario de especies permite un disfrute aún más amplio. Cuando uno es capaz de identificar el animal o planta que está buscando, y emplea su nombre para recuperar información sobre su ecología, su comportamiento, sus relaciones y su distribución geográfica, esa especie se vuelve accesible para un mayor disfrute e inspiración. ¡Piensa en las grandes obras de arte, literatura y música que fueron inspiradas por otras especies! Podríamos sobrevivir en la Tierra aunque su biodiversidad se viera diezmada, pero no sería tan bella y maravillosa como este planeta que conocemos y tanto amamos.

¿Por qué la taxonomía carece del prestigio y del apoyo público que merece?

Esta es una pregunta excelente, que no tiene una respuesta sencilla… Son muchos los factores han estado y siguen estando en juego. Lo que puedo decirte es que la respuesta no radica en la ciencia. Ninguna ciencia es más relevante, rigurosa o necesaria que la taxonomía.

La clave para entenderlo hay que buscarla en la política y en la sociología de la ciencia. Hay un sesgo dentro de las ciencias biológicas para el trabajo experimental. Todo lo que no es experimental queda ridiculizado como «meramente descriptivo», o lo que es peor, como «coleccionismo de sellos». Mi respuesta a esto último es doble. Primero, ¿qué hay de malo en la ciencia descriptiva? La cartografía de la superficie de Marte y del Proyecto del Genoma Humano son logros meramente descriptivos, pero nadie cuestionó su valor. De hecho, la taxonomía moderna no es descriptiva, y está basada en capas de hipótesis científicas comprobables.

Lo que separa a la ciencia de la no-ciencia es si una afirmación es comprobable. Los experimentos se aceptan como ciencia porque pueden repetirse de forma independiente, probando sus resultados. Cuanto menos vulnerable sea una afirmación a los intentos de refutarla, más rigurosamente científica será. Las hipótesis más fuertes, por lo tanto, son afirmaciones de todo o nada. Puedo decir que «todos los cisnes son blancos», pero no importa cuántos millones de cisnes blancos observe, porque no puedo probar que esa afirmación sea verdadera. En cambio, observando un solo cisne negro, puedo refutar dicha afirmación. Eso es rigor. Y ésa es exactamente la clase de hipótesis que está incrustada en las descripciones taxonómicas: desde las combinaciones únicas de características que distinguen a las especies hasta las novedades evolutivas compartidas por grupos de descendientes de un antepasado común. Todos los insectos tienen seis patas. Todas las angiospermas producen flores. Sólo se necesita una excepción para refutar estos enunciados. Se trata un nivel de rigor raramente satisfecho por los experimentos.

Usted ha propuesto un avance substancial en este ámbito, recurriendo a nuevas herramientas tecnológicas para estudiar, descubrir e identificar especies, y para poner ese conocimiento a disposición de la comunidad científica. ¿Cómo pueden la cibertaxonomía y la digitalización de las colecciones ayudar en la investigación taxonómica?

Quienes seguimos fascinados y nos centramos en la morfología comparativa usamos, en gran medida, el mismo equipo, los mismos instrumentos y los mismos métodos para recolectar y estudiar especímenes que se utilizaron hace cien años. Todavía viajo a capitales europeas para estudiar ejemplares raros en museos, porque son demasiado frágiles para su traslado y aún no han sido adecuadamente descritos o representados para responder a todas mis preguntas.

Estamos trabajando en un proyecto para crear una red de microscopios digitales, manejables a distancia, que permitirá el estudio y la fotografía de cualquier ejemplar custodiado en un museo, desde cualquier parte del mundo. Este es sólo un ejemplo de los avances posibles con la actual tecnología cibernética y digital. Podemos acelerar enormemente el descubrimiento de especies y el trabajo taxonómico adaptando estas tecnologías para permitir que los expertos en taxones hagan lo que siempre han hecho, pero de un modo más rápido y eficiente.

Cada año, cuando el IISE selecciona diez de entre todas las especies recién descubiertas, nos damos cuenta de la fabulosa diversidad de la vida. También comprendemos mejor la tasa de pérdida de biodiversidad. ¿Cómo cree que esta lista de las especies Top 10 influye en el público general? Me refiero a los lectores que no están familiarizados con la biología, y que encuentran esas diez imágenes en una revista o un periódico.

Me parece que la mayoría de la gente se sorprende por lo poco que sabemos sobre la vida en la Tierra. Constantemente me encuentro con reporteros y lectores que no tenían ni idea de que se estaban descubriendo nuevas especies cada día, o que hemos puesto nombre a sólo dos millones de un conjunto estimado de diez millones de animales y plantas (y eso si dejamos de lado a las bacterias y otros microbios, que se están estudiando con métodos moleculares porque la mayoría aún no se puede aislar o cultivar).

Espero que la lista de las especies Top 10 permita al público maravillarse ante la variedad de la vida, preocuparse ante la pérdida de biodiversidad y apreciar la importancia de contar con expertos que conozcan todo tipo de seres vivos y con museos de historia natural, que son el mayor repositorio de lo que sabemos sobre la diversidad y la historia de la vida.

Por favor, explíquenos cómo se elabora la lista y cómo se eligen finalmente esas diez especies.

Compilar la lista es un proceso imperfecto. Aunque resulte asombroso, no hay un solo lugar donde todas las especies recién nombradas se recojan en una base de datos anual. Los botánicos están liderando ese camino con un recuento anual más eficiente de las nuevas especies, y los zoólogos están trabajando duro para ponerse al día. Sin embargo, pueden pasar dos años antes de que todas o casi todas las especies recién nombradas se compilen en listas.

Algunas especies son nominadas por los editores de revistas y por los científicos que las nombran cada año. Apoyo a un estudiante de posgrado para que haga una criba de la literatura científica en busca de especies inusuales. Esa es la fuente primaria. Habitualmente, estas fuentes combinadas dan como resultado unas cincuenta especies candidatas. Este año redujimos esta lista a veinticinco, que luego fueron presentadas a un comité internacional de científicos, presidido por el Dr. Antonio García Valdecasas, del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid. El comité del Dr. Valdecasas toma las decisiones finales y es libre de agregar otras especies conocidas por ellos. Esto genera la lista de los Top 10, con cinco suplentes adicionales, a los que cabe recurrir en caso de que no podamos obtener permiso para imprimir imágenes, o si por alguna otra razón debemos eliminar a un finalista del listado.

¿Cuántas especies podemos esperar que se descubran en los próximos años?

Cada año se nombran unas 18.000 especies. Esta tasa ha sido más o menos constante desde la década de 1940, pese a que los avances en los viajes, las comunicaciones y la tecnología deberían haber propiciado un ritmo más acelerado.

Nuestra mejor conjetura es que hay cerca de ocho millones de animales y plantas desconocidos para la ciencia. Estamos comprometidos en una carrera para descubrirlos y describirlos antes de que se hayan extinguido.

La crisis de la biodiversidad siempre implica un coste económico. ¿Cree que la ciudadanía o las autoridades son realmente conscientes de ello?

No creo que el público o que nuestros representantes políticos aprecien la escala, el ritmo o las implicaciones de la crisis de la biodiversidad. Hay costes directos. El trato con especies invasoras, por ejemplo, cuesta sólo a los Estados Unidos unos tres mil millones de dólares al año. Habría sido más barato disponer de inspectores con conocimientos taxonómicos en los puertos de entrada para evitar su llegada.

Al pensar en las posibilidades de la biomimesis para crear un futuro sostenible, nos damos cuenta de los costos de oportunidad que plantea permitir que las especies se extingan antes de estudiarlas. Y nuestra propia existencia, desde el aire y el agua hasta la comida y los medicamentos, depende de los servicios ecológicos que nos brindan otras especies. Estos servicios están directamente amenazados por la crisis de la biodiversidad.

No hay mayor amenaza para nuestro futuro y bienestar que la crisis de la biodiversidad, ¡Pero no damos el primer paso, el realmente necesario, que no es otro que aprender qué tipos de animales y plantas existen! Los costos de completar un inventario serán muy excedidos por los que supondrá no hacerlo.

De hecho, usted mismo ha planteado un plazo, ¿Por qué, como dijo recientemente, es tan importante descubrir y describir 10 millones de nuevas especies en los próximos cincuenta años?

Lo importante es completar ese inventario de especies tan rápido como sea posible. Cincuenta años es un plazo a la vez ambicioso y razonable. Sería necesario aumentar la tasa de trabajo taxonómico en términos de magnitud. Esto se puede lograr muy fácilmente utilizando las tecnologías existentes, apoyando a los taxónomos y a sus equipos. Y la velocidad adicional se puede lograr con la nueva tecnología.

Sin embargo, hay un tiempo de retraso: el requerido para organizar proyectos a gran escala y educar a una nueva generación de expertos en taxones. Teniendo todo esto en cuenta, cincuenta años es un plazo factible y nos equiparía para afrontar ese futuro incierto con el conocimiento necesario.

Este es un reto que también debe superarse en el campo de la opinión pública. ¿Cómo le explicaría a un negacionista del cambio climático los efectos del proceso de extinción y la destrucción de la biosfera?

A mi modo de ver, no hay ningún argumento en contra de completar este inventario de especies. Incluso quien niegue la crisis de la biodiversidad, o niegue que haya una tasa acelerada de extinción a causa del cambio climático, también debería desear que se haga ese inventario. Cuantas más especies sigan viviendo, más podremos beneficiarnos de ellas, por ejemplo a través de la biomimesis, de la que ya hemos hablado. Así que un inventario sigue siendo una buena inversión incluso en ausencia de cualquier crisis ambiental.

Y dado que el cambio climático está eliminando las especies más rápido, también nos beneficiaremos al no perder lo que podemos aprender de ellas.

Por otro lado, entre quienes aceptan los datos científicos que demuestran el cambio climático, muchos no reconocen que, de todos los impactos catastróficos de este proceso, la pérdida de biodiversidad es la mayor amenaza.

El caso es que, con una enorme inversión y gran sufrimiento, podríamos usar la ingeniería genética para desarrollar nuevos cultivos o sembrarlos en latitudes más altas. Podríamos reconstruir las ciudades costeras en terrenos más elevados. Incluso podríamos reforzar nuestros edificios contra las súper tormentas. Pero repoblar la Tierra con biodiversidad requeriría decenas de millones de años.

Permítame que vuelva a la cuestión de la prensa. ¿Cree que los medios de comunicación son conscientes de los efectos de la sexta extinción masiva? En su opinión, ¿qué papel deben desempeñar los periodistas para sensibilizar al público sobre esta tragedia?

Tenemos muy poco tiempo para crear un registro permanente de la vida en la Tierra a través de un catálogo de especies, y también muy poco tiempo para adaptarnos a todo lo que implica la pérdida de un gran número de especies y a los rápidos cambios climáticos.

Al ritmo actual de extinción, que es mil veces más acelerado que en la prehistoria, nos encontraremos con una sexta extinción masiva en sólo 300 años. Eso suena como mucho tiempo en la era de Twitter, pero basta para repensar en todo el impacto negativo que plantea el colapso de la biosfera.

Los seres humanos no están preparados para concebir lo que significaría la pérdida del 70% de todos los tipos de seres vivos. No hay nada remotamente parecido en toda la historia humana. Está literalmente más allá de nuestra experiencia. La última vez que la Tierra sufrió una extinción masiva fue hace 65 millones de años, y si dudas de la seriedad de ese cambio, pregúntaselo a un dinosaurio.

Si llega a producirse la sexta extinción, se deberá enteramente a nosotros. No es demasiado tarde para conservar una gran cantidad de biodiversidad y evitar la extinción masiva, pero debemos actuar con decisión, y sobre todo, debemos actuar ahora. Los periodistas tienen una tremenda oportunidad de educar al público e inspirarlo para que actúe. Son expertos en comunicación de una manera que los diferencia de los científicos.

Hay una iniciativa de E. O. Wilson que, en este sentido, debería ser muy apoyada por los medios. Él asegura que su Half Earth Project (plan de la mitad de la Tierra) es una posibilidad práctica, y que permitiría salvar a la mayoría de las especies. ¿Está usted de acuerdo con este planteamiento?

Estoy absolutamente de acuerdo. Acabo de pasar varios días con un grupo de pensadores destacados, reunidos por la Fundación E. O. Wilson para explorar muchos aspectos de este Proyecto. Volví de ese encuentro lleno de energía y profundamente convencido de la sabiduría y eficacia de esta estrategia. Es el plan más simple, el menos costoso, y lo más probable es que tenga éxito en todos los aspectos desde los que podemos acercarnos a la conservación de la biodiversidad.

Si convirtiésemos en áreas protegidas el 50% de la superficie terrestre y el 50% de la superficie de los océanos podríamos salvar al 85% de todos los tipos de animales y plantas. La Tierra seguirá siendo el lugar maravilloso que es hoy en día, con paisajes vibrantes, diversos y resilientes, con abundantes recursos y con un tesoro de ideas con el que hacer la vida humana rica y próspera en su correspondiente mitad del planeta.

Para que esto suceda, se necesitará una asociación entre científicos y periodistas con el fin de ofrecer los datos con seriedad y transmitir la esperanza que conlleva la adopción de estas medidas. Soy optimista y creo que nos percataremos de las dimensiones de esta crisis de la biodiversidad, completaremos un inventario de especies, y usaremos ese inventario para guiarnos hacia un mundo en el que se sostengan tanto la civilización humana como la biodiversidad.

E.O. Wilson hizo recientemente otra declaración que me parece muy reveladora. Dice que nuestra falta de conocimiento de la biodiversidad es uno de los grandes escándalos de las ciencias biológicas.

No puedo estar más de acuerdo con el profesor Wilson. Explorar y documentar la diversidad de especies es fácil y barato hoy en día. Ninguna generación futura tendrá acceso al número y diversidad de especies a las que tenemos acceso hoy.

Se lo debemos a las generaciones venideras: conservar tantas especies como sea posible y descubrir y documentar aquellas que ya no sobreviven. Si tenemos en cuenta lo importante, económico y sencillo que sería un inventario en comparación con todas las grandes empresas científicas, es ciertamente escandaloso que ignoremos las necesidades de los expertos en taxones y de los museos para seguir adelante con su trabajo.

A veces, cuando hablo con escritores o personas cultas sobre la desaparición de la biodiversidad, descubro que su conocimiento científico es muy limitado. Haría falta un esfuerzo pedagógico sin precedentes para lograr que las personas influyentes comprendan la magnitud del problema. ¿Qué cree que se necesita para ello?

Aquellos que conocemos lo que está en juego, y sabemos lo que puede y debe hacerse, tenemos una responsabilidad ética, quizás moral, de hacer todo lo posible en este sentido. Debemos educar. Pero no de una manera que haga que la gente se sienta desesperada o impotente, sino de un modo que les faculte para ver lo que es posible. De una manera que les haga caer en la cuenta de lo bella y maravillosa que es la vida en la Tierra, en comparación con lo que ocurre en cualquiera de los otros mundos conocidos por los astrónomos.

Stephen Hawking ha sugerido, como muchos cosmólogos y autores de ciencia ficción antes que él, que la única esperanza a largo plazo para la humanidad es colonizar otros mundos. Aunque esto es indudablemente cierto en una escala de millones o miles de millones de años, también existe una posibilidad razonablemente buena de que podamos seguir prosperando en la Tierra si estamos dispuestos a cuidarla y hacer espacio para la biodiversidad.

Imagínate lo que supondría vivir bajo una cúpula de cristal, en un planeta desolado como Marte, en comparación con el verdor exuberante de la Tierra. La supervivencia es posible en un entorno como el que acabo de describir, pero vivir verdaderamente, en todas sus dimensiones, es mucho más fácil en la Tierra si somos lo suficientemente sabios como para conservar la biodiversidad.

La alfabetización científica o, mejor dicho, la falta de ella entre la población general es un peligro enorme. Éticamente, cada persona tiene el derecho de hacer oír su voz en las decisiones de increíble calado que tenemos por delante. Pero la mayoría de los problemas ambientales deben ser respaldados por la ciencia, y esto requiere ‒sería lo ideal‒ que los votantes entiendan lo que es y no es ciencia.

Los conceptos básicos son accesibles para casi todo el mundo. Por ejemplo, la diferencia entre las creencias que no son comprobables y las ideas científicas que sí lo son. Necesitamos hacer de la alfabetización científica un requisito de la educación pública, y asimismo esforzarnos todo lo posible para explicar la ciencia al público general.

¿Por qué tantos economistas y políticos defienden este modelo de progreso económico y tecnológico que, llegados a este punto, es totalmente letal para la vida en el planeta? Estoy seguro de que conocen las advertencias de los científicos, y sin embargo, no parecen decididos a incluirlas en sus agendas.

Están operando sobre un conjunto anticuado de reglas de la economía. Esas reglas nos han servido bien y han amparado el surgimiento de civilizaciones increíbles en los últimos cinco mil años. Esas reglas, de acuerdo con nuestra experiencia humana, han resuelto nuestros problemas, y una y otra vez, nos han permitido superar nuestras limitaciones y desafíos. Pero la crisis de la biodiversidad no tiene precedentes en la historia de la humanidad y es comprensible que el reconocimiento de esta novedad sea difícil y provoque cierto terror.

El nexo tecnológico-económico del pasado se basa en ignorar los costos ambientales, y simplemente, aumentar la eficiencia de la extracción de recursos naturales. Pero eso no puede salvarnos ahora. A mi modo de ver, hay una gran esperanza en una deriva diferente de la tecnología.

La biomimesis ‒el estudio de cómo otras especies se han adaptado para sobrevivir‒ puede crear una nueva generación de diseños, materiales, procesos y tecnologías sostenibles. Esto ofrece una gran esperanza y la posibilidad real de mantener un alto nivel de comodidad, pero de una manera que reduce enormemente la contaminación, evita el agotamiento de los recursos y requiere una «huella» mucho más pequeña de los seres humanos en el planeta.

Los tipos correctos de tecnología son parte de un futuro exitoso, y es algo necesario para que los seres humanos satisfagan sus necesidades en su mitad del planeta para que la otra mitad permanezca disponible para la biodiversidad.

Me gusta pensar en este futuro biomimético como un porvenir con una economía evolutiva: es decir, una economía que se base en lo que podemos aprender de la evolución de otras especies, y que evolucione por sí misma, explorando la naturaleza para obtener modelos y adaptándose continuamente para lograr nuevas y mejores y más eficientes formas de satisfacer nuestras necesidades. ¿Y cuál es la clave de este brillante futuro biomimético? La taxonomía, por supuesto. La ciencia que define las especies y lo que su historia natural nos puede enseñar.

Para terminar este diálogo, quiero volver al problema del negacionismo. Hay escépticos que, para justificarse, señalan que siempre ha habido extinciones, y que no debemos preocuparnos tanto. ¿Por qué cree que la opinión pública es tan antropocéntrica en una cuestión tan esencial?

Siempre hubo extinciones, pero durante la mayor parte de la historia de la humanidad fueron relativamente raras. Ahora están ocurriendo mil veces más rápido, con un impacto previsiblemente mayor. En una escala más grande, podemos decir que la Tierra también ha sobrevivido a cinco eventos de extinción masiva, y eso es cierto también. Pero lo que esas primeras extinciones masivas nos enseñaron es que la vida requiere decenas de millones de años para reponer su diversidad. Es un tiempo demasiado largo como para que los seres humanos vivan en un mundo biológicamente empobrecido.

Aunque Parque Jurásico fue una película divertida, y pese a que se están realizando esfuerzos serios para resucitar mamuts y palomas viajeras, lo cierto es que, para cualquier intento y propósito, la extinción es algo permanente.

Evitar las extinciones es, con mucho, la estrategia más rentable para asegurar que las necesidades humanas puedan ser satisfechas en el futuro.

No es necesario ser altruista con otras especies para entender que conservar la biodiversidad tiene sentido, porque es precisamente a través del acceso a la biodiversidad como se satisfarán nuestras necesidades de supervivencia y prosperidad. Una visión antropocéntrica es, en última instancia, una derrota y una negación de nuestros orígenes. Por decirlo con brevedad, no estamos separados de la naturaleza, sino que, de una manera muy profunda, formamos parte de ella. Cuanto antes lo reconozcamos, y actuemos con esa certeza, mejor será para todos.

Nota

(1) La FAO define los servicios ecosistémicos como «la multitud de beneficios que la naturaleza aporta a la sociedad. La biodiversidad es la diversidad existente entre los organismos vivos, que es esencial para la función de los ecosistemas y para que estos presten sus servicios. (…) Los servicios ecosistémicos hacen posible la vida humana, por ejemplo, al proporcionar alimentos nutritivos y agua limpia; al regular las enfermedades y el clima; al apoyar la polinización de los cultivos y la formación de suelos, y al ofrecer beneficios recreativos, culturales y espirituales. Si bien se estima que estos bienes tienen un valor de 125 billones de USD, no reciben la atención adecuada en las políticas y las normativas económicas, lo que significa que no se invierte lo suficiente en su protección y ordenación. (…) La biodiversidad comprende tanto la diversidad dentro de una especie o un ecosistema como la diversidad entre especies o ecosistemas. Los cambios en la biodiversidad pueden influir en el suministro de servicios ecosistémicos. La biodiversidad, al igual que los servicios ecosistémicos, ha de protegerse y gestionarse de forma sostenible.»

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.