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Las náyades y sus secretos

¿Qué hemos captado en esta fotografía? Bajo el agua, agarrada a una roca para no verse arrastrada por la corriente, esta criatura no es fácil de identificar, a no ser que uno sea aficionado a la entomología, un pescador fluvial o ambas cosas al mismo tiempo.

De hecho, ni siquiera se trata de un animal vivo, sino de los restos que ha dejado tras completar su metamorfosis. Y es que, amigos míos, nos hallamos ante una exuvia, o por decirlo de otro modo, ante el exoesqueleto que un pequeño insecto ha abandonado después de la muda.

¿Y a qué especie pertenece?

No alargaré más el suspense, para no agotar la paciencia de quienes se inquietan con los seres de seis patas. Les presento a una náyade, o por decirlo en términos científicos, al estadio larval de un plecóptero.

Al llamar náyade a este animalito, ya estamos predispuestos a recordar viejos mitos, pero antes, permítanme que les explique, muy brevemente, que son los plecópteros.

Cedo la palabra a un entomólogo de mucha categoría, Michael Chinery. Al bueno de Chinery, que estudió Antropología y Ciencias Naturales en Cambridge, le debemos los aficionados un libro fundamental, la Guía de campo de los insectos de España y Europa (Omega, 1980), en el que leemos lo siguiente: «Los plecópteros, o «moscas» de las piedras, son insectos de tamaño mediano, provistos habitualmente de dos alas membranosas, de los que el par posterior es mayor.»

Dice Chinery que su cuerpo blando es más bien aplanado, y que sus alas quedan plegadas por encima de éste cuando se posan. Las antenas, añade, «son largas y finas y frecuentemente tienen cercos en el extremo posterior, aunque éstos están grandemente reducidos en algunas especies.»

A su manera, las «moscas» de las piedras se asemejan a los saltamontes y a las cucarachas. «Al igual que las efímeras y las libelulas –concluye Chinery–, las «moscas» de las piedras pasan la primera parte de sus vidas en el agua y sus ninfas son constituyentes importantes de la dieta de los peces.»

Así pues, quedamos en que esta larva con aires de guerrero medieval se llama náyade. En realidad, es así como llamamos a la ninfa acuática de estos y otros insectos, precisamente porque nos recuerda a las ondinas que, en la antigüedad legendaria, habitaban manantiales y riachuelos.

Las náyades de los viejos mitos eran muy longevas, pero morían cuando su curso de agua se secaba. Vinculados con los cultos de la fertilidad, estos seres no eran siempre benéficos. En ocasiones, cuando alguien profanaba el pozo o el arroyo bajo su jurisdicción, ellas se vengaban como solo saben hacerlo los hijos de Zeus.

Como ven, solo con echar un vistazo a la ninfa del plecóptero, a uno se le dispara la fantasía. Hemos de agradecérselo, una vez más, a esas raras asociaciones que a veces se dan entre la biología y los mitos de la antigüedad.

Copyright del artículo y la fotografía (Náyade en la Reserva de la Biosfera Sierra del Rincón, Madrid) © Mario Vega Pérez. Reservados todos los derechos.

Mario Vega

Tras licenciarse en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, Mario Vega emprendió una búsqueda expresiva que le ha consolidado como un activo creador multidisciplinar. Esa variedad de inquietudes se plasma en esculturas, fotografías, grabados, documentales, videoarte e instalaciones multimedia. Como educador, cuenta con una experiencia de más de veinte años en diferentes proyectos institucionales, empresariales, de asociacionismo y voluntariado, relacionados con el estudio científico y la conservación de la biodiversidad.