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El Capitán Trueno reedición

El Capitán Trueno: aventura y rebeldía en la edad dorada del cómic español

En su etapa de mayor éxito, ‘El Capitán Trueno’ vendía 350.000 ejemplares por semana. Hoy sigue repartiendo justicia, amistad y aventuras sin fecha de caducidad.

Cuando el 14 de mayo de 1956 salió a la venta el primer número de El Capitán Trueno, los tebeos de aventuras eran uno de los productos más importantes de la cultura pop española. Por aquellos días, España —esa España que acababa de ingresar en la ONU y que iba a salir de la autarquía— necesitaba evadirse de todas las formas imaginables.

En ese contexto, condicionado por la dictadura, Víctor Mora imaginó un caballero sin dios ni amo, vagando no por penitencia sino por elección. Aquel héroe no luchaba en nombre de la fe ni del rey: lo hacía porque sí, porque el mundo estaba lleno de injusticias. Y eso, para los lectores de entonces —niños y soñadores de todas las edades—, era pura dinamita emocional.

Mora, barcelonés de convicciones republicanas, se formó leyendo a Harold Foster y su Principe Valiente durante su exilio en Francia. A su regreso, decidió devolverle al público español una épica sin propaganda y una aventura sin dogmas. Así nació el Capitán Trueno, acompañado por el gigantón Goliath —el mejor amigo que se pueda desear— y el joven Crispín, que no tenía edad para tales andanzas pero sí corazón para afrontarlas.

Un maestro del dibujo, Ambrós le puso rostro y paisaje a esta utopía ambulante. Sus lápices, cargados de dinamismo y carácter, hicieron que el trazo se adelantara a su tiempo. Juntos —guionista y dibujante— engendraron una máquina de sueños que, en su apogeo, llegó a vender la friolera de 350.000 ejemplares semanales. Para ponerlo en perspectiva: una novela best seller actual apenas alcanza los 10.000 ejemplares en un año.

En su imprescindible Tragados por el abismo: la historieta de aventuras en España (Edicions de Ponent, 2010), Pedro Porcel explica cómo surgió este fenómeno. La primera edición de la serie aparece en la colección Dan, la misma que alberga a El Cachorro, de Iranzo, y a El Capitán Invencible, de Mora y Bernal. «Le sucede antes de un año una segunda, con lo que aparecen desde fecha tan temprana dos cuadernos semanales. Al mismo tiempo, el personaje vive nuevas aventuras seriadas en las páginas del semanario Pulgarcito. En 1960 se lanza la revista El Capitán Trueno Extra, con nuevas aventuras del personaje y de otros héroes, que alcanza más de cuatrocientos ejemplares con enormes tiradas».

Antes de que ambas cabeceras desaparezcan, comienza una reedición remontada en formato vertical desde los primeros números. «Con el título Album Gigante —continúa Porcel— se mantiene, muy censurada, hasta 1969. A ésta le sucede una nueva reimpresión en color, igualmente mutilada, con el título Trueno Color (1969) convertido en toda una marca que durante años no cesa de distribuirse y de reeditarse en distintos formatos: Trueno Color Extra (1970), Trueno Color Extra Especial (1971), El Capitán Trueno Album Color (1980), y El Capitán Trueno edición Histórica (1987) de Ediciones B, la empresa que adquiere los fondos de Bruguera tras la quiebra del gigante editorial»

Pero la cosa no acaba ahí. La resurrección periódica del personaje durante los ochenta y los noventa da una idea de su impacto en el imaginario del lector español, que se prolonga en nuestros días gracias a los imponente volúmenes que reproducen, esta vez sin censura, las peripecias del héroe desde su primera aparición en 1956, así como las míticas cubiertas realizadas por Antonio Bernal.

Aventuras sin fronteras

Trueno no era solo un éxito editorial; era un fenómeno cultural que se movía con una libertad que parecía milagrosa en aquellos días. En sus páginas, los villanos eran monarcas crueles, sectas siniestras, esclavistas, sátrapas y nobleza corrupta. Todo lo que oliera a autoridad injusta era derrocado, siempre con el mismo patrón: el pueblo se alzaba, el capitán los animaba, y tras la victoria, él y sus compañeros iban en busca de un nuevo reto.

«Más allá de la presencia de elementos más o menos inverosímiles —escribe Porcel en Tragados por el abismo—, Mora inicia todas las aventuras como si se tratase de relatos de misterio, incluyendo muy a menudo ingredientes que apunten a lo fantástico aunque vengan a resolverse racionalmente en la mayoría de los casos».

Los recursos para ello son infinitos y el guionista pone a prueba su inventiva: «Aparece un gorila gigante que se llama Konga, un ajedrez mecánico hecho de enloquecidos autómatas ambulantes, hipnotizadores de poder sobrenatural. monstruos y prodigios. Este gusto por lo puramente imaginativo —continúa Porcel— se refleja también en los innumerables pueblos exóticos, reales y ficticios, con los que Trueno y sus amigos van cruzándose, de los Hombres Tiburones a los Vikingos Prehistóricos, pasando por los Hombres Lobo, las Amazonas chinas o los Adoradores del Murciélago. Tal querencia por el disfraz, la metamorfosis y la extravagancia lo emparenta con el folletín de los años treinta, del que rescata esquemas y lugares comunes dándoles nueva vida.

Así sucede con el motivo del viaje, característico de esta narrativa y asumido en El Capitán Trueno del modo más completo: el mundo entero no es otra cosa que un escenario de libre disposición donde emplazar la aventura».

A la hora de viajar, Trueno, Sigrid, Crispín y Goliath usan los medios de transporte más inverosímiles: «Los desplazamientos inmediatos en globo —seguimos leyendo en Tragados por el abismo—, siglos antes de que tal medio existiera, la rapidez en surcar continentes o adentrarse en otros no descubiertos hasta cientos de años más tarde, la inmediatez al arribar a cada destino en topar con lo insólito y lo misterioso… todo contribuye a ubicar al personaje en una Edad Media de ensueño que aparenta renunciar a cualquier atisbo de verosimilitud.

Con todo, Mora no renuncia a un marco histórico verdadero y coherente del que también nos habla Porcel en su libro: «Las Cruzadas existen, con Ricardo Corazón de León al frente, se coincide con otras figuras históricas como Saladino o Gengis Khan (bien que este altimo apareciese en realidad años más tarde); cuando se viaja al Imperio Azteca, al norte de Africa o al Japón, se encuentran allí lugares documentados y creíbles… lográndose de este modo una sensación de autenticidad que facilita al lector la asunción de lo fantástico».

Lo fascinante es que, bajo esa fanfasía desbordante, Mora proponía un discurso profundamente humanista. Trueno no juraba lealtad a corona alguna, no era un cruzado al uso, sino un aventurero libre y noble de espíritu.

En sus viajes cabía todo: desde monstruos gigantes hasta civilizaciones futuristas; de monjes tibetanos a pulpos colosales. Era como si cada cuaderno se propusiera cruzar los géneros: espada y brujería, ciencia ficción, costumbrismo medieval, sátira social… La Edad Media era solo una excusa, una especie de continente literario donde todo cabía, como en el Quijote, ese otro caballero que también confundía molinos con gigantes.

Fantasía y espectacularidad

Pocas veces el humor ha sido tan sutilmente revolucionario como en El Capitán Trueno. Frente a los héroes atormentados de otros lares —pensemos en el Batman más trágico, o en el mesiánico Superman—, Trueno y los suyos disfrutaban de la aventura.

Goliath hacía dieta eterna y se enamoraba con ternura; Crispín era la voz de la osadía juvenil; y Sigrid, la princesa vikinga, era todo menos un florero: independiente, decidida, y compañera de batalla antes que dama en apuros.

Ese tono ligero, casi lúdico, no restaba profundidad al mensaje. Al contrario: lo volvía más potente. Porque si uno puede reír mientras derriba a un tirano, es que hay esperanza. Porque el humor, como el arte, también es una forma de resistencia. Mora entendió eso mejor que nadie.

Nos recuerda Porcel que «el profundo sentido de la justicia de Mora, que deriva en su militancia antifranquista en el clandestino PSUC —por lo que sufre la cárcel en 1957 y un nuevo exilio francés a partir de 1962— marca unos argumentos en los que la liberación colectiva aparece siempre como intención última y telón de fondo».

Cuando Víctor Mora y su compañera Armonía Rodríguez, asimismo guionista de editorial Bruguera, son conducidos a la Cárcel Modelo de Barcelona, «Bruguera, antiguo republicano, continúa pagándoles el sueldo (Mora incluso asciende en la empresa tras su excarcelación), mientras encarga los guiones a Ricardo Acedo, escritor en la nómina de la casa y amigo personal de la pareja. Cuando son puestos en libertad comienza un incesante acoso por parte de la policía —registros domicilarios, detenciones, amenazas— que les obliga a marchar a Francia, donde residen entre 1962 y 1968, todo el período de vida que resta a la colección original de El Capitán Trueno«.

Este posicionamiento de Mora frente a la injusticia y los tiranos encontrará un nuevo cauce de expresión en otra magnífica obra en la que colabora con Ambrós, El Corsario de Hierro (1970).

Refuerzos para el equipo editorial

Por cierto, llegó un momento en que la empresa rebasó la capacidad de sus creadores. La demanda era brutal y los editores tuvieron que recurrir a refuerzos. Además del ya citado Ricardo Acedo, Jordi Bayona firmó varias entregas del Capitán Trueno Extra. También participó Cassarel, alias de Vidal Sales.

En el equipo de dibujantes, la cosa fue todavía más coral. Primero, Beaumont, que entintaba las viñetas de Ambrós. Pero cuando este último dejó Bruguera en 1960, otros artistas tomaron el pincel: Julio Briñol, Adolfo Buylla, el prolífico Martínez Osete, el refinado Ángel Pardo, Juan Escandell, Fuentes Man, Vicente Torregrosa… Cada uno aportó su profesionalidad, incluso en los momentos en que la edición fue más chapucera y mecánica. No obstante, Pardo destaca por encima de los demás.

Como indica Porcel, es este dibujante quien «hereda y reinterpreta visualmente el legado de Ambrós. Pardo, un veterano con amplio recorrido en la historieta, aporta una estética más sintética y equilibrada. Su dominio de la composición y su habilidad para dar vida a los objetos y entornos dotan a la serie de un aire de sofisticación gráfica, más cercano a los grandes autores europeos. La etapa de Pardo se caracteriza por una expansión temática y visual: aventuras llenas de exotismo, fantasía y espectacularidad, como las de los Hombres Lobo, el Tiburón Prehistórico o la Soberana de los Vampiros. Incluso con la presión editorial que fuerza el uso de ayudantes para entintar sus dibujos, Pardo mantiene un estilo distintivo, capaz de sostener la vitalidad del personaje hasta el final de la saga. Su contribución, junto a la de Ambrós, cimenta el lugar de El Capitán Trueno como una de las cumbres del cómic español».

Es más, «Pardo es capaz de sobrevivir al personaje, continuando su carrera en Bruguera durante algunos años más al finalizar la serie, con adaptaciones a la historieta de las novelas decimonónicas de aventuras que se encuentran en la raíz misma del género, publicadas en las colecciones Historias y Joyas Literarias Juveniles».

Del kiosco alos altares de la cultura pop

No pasó mucho tiempo antes de que El Capitán Trueno saltara de las viñetas a otros formatos. Figuritas, novelas, álbumes de cromos, novelas, chocolatinas con su rostro, y hasta una baraja. No era solo un personaje: era una marca nacional antes de que el término existiera.

Incluso cuando el cómic tradicional empezó a languidecer, Trueno resucitaba con más vidas que un gato. En los años noventa, el británico John M. Burns lo reinventó en una colección de álbumes de tapa dura que combinaban el trazo clásico con un aire más sombrío y adulto. Como si el autor quisiera decirnos que el héroe había madurado al mismo tiempo que sus lectores.

Lo curioso es que, aunque cambiara el envoltorio, el alma de la serie seguía ahí: la imaginación, la lucha contra la tiranía, la celebración de la amistad, y ese humor que siempre andaba a punto de estallar, como una carcajada contenida.

Un soñador con espada

Hoy, cuando releemos sus historias —sea en viejos volúmenes con olor a biblioteca antigua o en flamantes reediciones, como la realizada por Bruguera Clásica a partir de 2024—, nos asombra la vigencia del personaje.

En tiempos de desencanto, su vitalismo es casi una provocación. En una era de protagonistas cínicos y antiheroísmo de fórmula, Trueno aún nos habla de un ideal sin aspavientos: el de la acción justa, el de la palabra alegre, el de la vida como viaje…

En cierto sentido, este tebeo nos propone una mitología alternativa para España, donde la fantasía sirve como válvula de escape y como ejercicio de imaginación crítica.

Más que nostalgia, lo que sentimos al abrir uno de sus álbumes es una especie de reencuentro con lo mejor de nosotros mismos. Porque Trueno fue, y es, una brújula ética con cota de malla. Un rebelde con causa. Un soñador con espada. Y sobre todo, un amigo que siempre vuelve, como los buenos libros, justo cuando más lo necesitamos.

Así que sí, quizá ya no hay quioscos en cada esquina. Pero mientras alguien hojee una vieja aventura suya, Trueno seguirá cabalgando. Y nosotros también con él.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero Peña. Reservados todos los derechos.

Copyright de las citas de ‘Tragados por el abismo’ © Pedro Porcel. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.