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El agua y los pintores

Hay palabras que llevan el agua en su raíz, y que utilizamos para describir materiales y procedimientos artísticos que también incorporan ese componente a su química particular.

Encabeza este inventario alquímico el aguacal . Las gentes del sur saben en qué consiste: se trata de una lechada de cal a la que se añade cierta cantidad de yeso, utilizada para enjalbegar.

Mucho más sutil es la aguada, definible como la tintura que se aplica a una pared con el fin de atenuar el blancor del enlucido de yeso. La aguada también es un procedimiento emparentado con la acuarela. En este caso, los colores se diluyen en agua o con goma, miel o hiel de vaca clarificada. Por consiguiente, en la pintura a la aguada el tinte queda muy diluido y admite su posterior combinación con trazos de lápiz, plumilla o pincel. A grandes rasgos, se ve que la aguada recibe este calificativo cuando se emplea un solo colorido. Como los practicantes de este método suelen recurrir a colores espesos, tienden a obtener tonos opacos, y así queda de manifiesto en las aguadas que iluminan los misales medievales.

El aguagoma es una disolución acuosa de goma arábiga, empleada por maestros y aficionados para desleír adecuadamente los colores, y obtener de ellos reciedumbre y lustre. Otro procedimiento de mérito es el aguazo, consistente en pintar con aguadas un lienzo sin aparejo.

Dentro del universo de la estampa se incluye la fórmula de la aguatinta, un grabado con plancha de cobre que reproduce los matices y texturas del dibujo lavado. Este efecto pertenece al dominio del aguafuerte, procedimiento de grabado en hueco sobre metal que exige destreza y paciencia a partes iguales. En este caso, el artista traza su dibujo con una punta de acero sobre una plancha protegida con un barniz de singular composición. Posteriormente, la plancha queda sumergida en ácido nítrico. Éste es, en sentido químico y metafórico, el «agua fuerte» que corroe el surco grabado, revela las intenciones del dibujante, y al fin, permite la adherencia de la tinta que luego ha de trasladarse al papel por medio de la estampación.

Al igual que los pintores, concluimos nuestra tarea disolviendo tinturas, limpiando los pinceles y eliminando incómodas manchas de óleo de nuestras manos. Para ello, recurrimos precisamente al aguarrás, un producto cuya etimología latina es inequívoca: aqua (agua) y ras de rasis (la pez). No hay duda de que, gracias a este destilado de la trementina, disolvemos con la misma eficacia los errores y los lamparones, los descuidos y la suciedad inevitable que implica la práctica de las artes.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.

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