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El carbón y los pintores

La etimología del carbón es conocida por muchos europeos. En los textos latinos ya se hablaba de carbo, -ōnis, y en su deriva territorial, la gran lengua del Imperio injertó esa voz aquí y allá.

Pero vamos a dejar a un lado el carbón para concentrarnos en su más artístico diminutivo: el carboncillo. La Real Academia Española, en el Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua (1729), dice que carboncillo es «el que sirve para dibujar en la Pintura, y se hace de palillos de romero, brezo, avellano o sauce, quemándolos en un cañón de hierro, y apagándolos en ceniza fría».

Este proceso de elaboración, sobradamente artesanal, sirve para elaborar un producto que casi todos vinculamos al arte del dibujo. Bueno, casi todos, menos los agricultores, que también llaman carboncillo a un hongo parásito.

Más excepciones: en Cuba y Chile equiparan carboncillo a carbonilla, o carbón a medio quemar; y los costarricenses llaman de este modo a un árbol de la familia de las Mimosáceas, cuyas flores rosadas, de un rosa reventón, sólo parecen concebibles en un clima selvático y lujuriante.

Los pintores de hoy saben que el carboncillo con el que abocetan sus obras es un carbón vegetal, procedente de la madera del bonetero o evónimo, el nogal, el tilo, el sauce, el brezo, el avellano, el sauce o el romero. Sin duda, se trata de un magnifico instrumento, pues no sólo permite un trazo inicial, sumario, sino también el dibujo definitivo, que se fija con aceite de linaza.

Cuando usamos el verbo carbonar, queremos decir «delinear, pintarrajear, ennegrecer con el carbón». El carboncillo de espino es el lápiz negro, duro, que se emplea para remarcar los trazos gruesos en un dibujo. Y consiguientemente, un carboncista es el que dibuja al carbón: el que emplea los carbones para vérselas una vez más con su aptitud creativa.

Este género plantea unos cuantos problemas técnicos. De ahí que su práctica sea tan habitual en las academias de arte, donde los pintores pulen su estilo y adquieren las destrezas del oficio.

En nuestro caso, a falta de talento para la pintura, hemos decidido prescindir de la gama de grises del carboncillo para sondear tan sólo su gama etimológica, felizmente situada a mitad de camino entre la botánica y el dibujo.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.