Las modas pasan cada minuto del día y cada segundo de la noche. Hace tiempo que las revistas de cómics en blanco y negro perdieron empuje, y tampoco el tebeo de horror pasa por su mejor momento. Sin embargo, Creepy y Eerie nunca fueron iguales a las otras publicaciones de su época, y por eso su recuerdo persiste.
Para empezar, se sirven de historias y personajes que ya hemos pegado en el álbum particular de nuestra memoria. Son los mismos relatos y seres de ultratumba que, en el cine, revivieron la Universal y la Hammer, y que antes formaron parte de la literatura gótica y del pulp.
Desde el fondo de estas viñetas, las chispeantes y terribles miradas de monstruos y asesinos nos atraen con ese encanto que parece reservado a criaturas con glamour y muchos menos pecados en la mochila. ¿Y por qué no deberían hacerlo? Al fin y al cabo, el suspense, el miedo y el humor negro son la aplicación práctica de cierto placer culpable.
Sin la censura de la Comics Code Authority condicionando sus contenidos, las páginas de Eerie se las ingenian para animar el misterio y el horror con erotismo, y viceversa.
Lo demuestra la cubierta del quinto volumen de la serie que reeditó Dark Horse, ilustrada con el cuadro que sirvió de portada al número 23 de Eerie (1969). Hablamos de «La reina egipcia», un óleo que Frank Frazetta pintó en un día y medio –otra genialidad de las suyas–, y en el que una doncella semidesnuda, apoyada en una columna de mármol, nos mira desde el claroscuro en el que se ocultan un espadachín nubio y una pantera.
Algún lector me dirá –con razón– que muchos de los ilustradores reunidos por Bill Parente en el equipo creativo de Eerie no tienen ni la centésima parte del talento de Frazetta. Obviamente, nos movemos en el campo de las revistas de monstruos, y la excelencia no es un valor constante, sobre todo si tenemos en cuenta las condiciones en las que Warren solía publicar sus cabeceras.
Para muestra, un botón. Así lo cuenta Archie Goodwin: «Eerie tuvo unos comienzos mucho más agitados que Creepy, debido a que tuvieron que imprimirse en una noche 200 ejemplares porque, si no, otro editor iba a anticiparse. En un instante habíamos creado un ejemplar para coleccionistas. El pequeño folleto confeccionado a toda prisa y muy mal impreso que señaló el lanzamiento de Eerie, llegaría a cotizarse a 250 dólares entre los coleccionistas, y se han hecho versiones piratas, reproducidas ilegalmente, para venderlas a los aficionados incautos. Y el número que en realidad debía ser el primero se distribuyó oficialmente como el número dos de Eerie«.
Ese tono de aparente improvisación aún persiste en cada número. Siendo justos, podemos decir que artistas como Angelo Torres y Reed Crandall alcanzan esa calidad que perdura a través de los años. Frente a ellos, las páginas ilustradas por Tony Williamsune o James Haggenmiller rozan el amateurismo, y a nadie se le ocurriría enmarcar sus planchas para organizar una exposición.
En todo caso, los citados altibajos tienen mucho que ver con la época. Y es que, en el fondo, aunque Eerie fue una revista profesional, por sus viñetas se infiltraba esa energía juvenil y poco ambiciosa que también distinguía al fandom de aquellos años, mucho más ingenuo y menos susceptible que el actual.
Sinopsis
¡Preparaos para una pizca de cultura terrorífica, adorados buitres lectores y aficionados al miedo, pues os presento otro tremendo tomo de terror para vuestros cocos condenados!
Con las coloridas portadas de Frank Frazetta, Vaughn Bodé, Jim Steranko y otros, y una horrenda hornada de excelentes historias de terror presentadas por creadores tan legendarios como Ernie Colón, Angelo Torres, Reed Crandall, Archie Goodwin, Gardner Fox y Nicola Cuti, la última entrega de los Archivos de Eerie es una colección entusiasta y sensacionalmente sangrienta que os dejará conmocionados, desvelados y aterrorizados durante semanas. No os perdáis esta hormigueante piedra angular en la biblioteca de cualquier aficionado al terror o a los cómics.
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