Richard Shepard es, a mi parecer, de entre todos los discípulos de Tarantino, el que cuenta con un mundo propio más carismático, autónomo y personal. Después de su esperanzadora Matador (2005) y su estimulante La sombra del cazador (The Hunting Party, 2007), nos embelesa con otro filme que podría definirse como “menor”, pero que dispone de todos los números para ser considerado de culto en unos años.
Jude Law está inconmensurable en esta aventura casi interior de un hampón inglés de tres al cuarto.
Sencillita, repleta de buenos diálogos, bonitos encuadres (Shepard SÍ sabe rodar) y tan british sin serlo su directo responsable, que dan ganas de revisitarla nada más finalizar su visionado.
Sinopsis
Jude Law interpreta a Dom Hemingway, un hábil y arrogante ladrón de cajas fuertes, que también es muy listo, está muy perturbado y rebosa una exultante energía. Después de doce años en prisión, Dom, acompañado de su compinche Dickie (Richard E. Grant), se dispone a cobrar lo que le deben por mantener la boca cerrada y no delatar a su jefe, Mr. Fontaine (Demián Bichir). Tras sentir muy cerca la muerte, Dom intenta recuperar el contacto con su hija (Emilia Clarke), de la que se ha distanciado, pero pronto se ve de nuevo inmerso en el único mundo que conoce, con el fin de saldar la última deuda.
La película Dom Hemingway está interpretada por Jude Law (Efectos Secundarios), Richard E. Grant (La dama de hierro), Demián Bichir (Una vida mejor), Emilia Clarke (Juego de tronos), Kerry Condon (Roma), Jumayn Hunter (El cuarteto), Madalina Ghenea y Nathan Stewart-Jarrett (Misfits).
Con una socarrona y excepcional interpretación llena de nervio y descaro, Jude Law nos introduce en el mundo que Dom Hemingway –un duro ladrón de cajas fuertes londinense, empecinadamente hedonista, preconizador de la irreverencia y de una legendaria vitalidad – encuentra cuando pisa por primera vez la calle tras pasar doce años en prisión por mantener la boca cerrada y no delatar a su jefe. Ahora, Dom está dispuesto a desahogarse y cobrar lo que le deben. Pero cuando su tan ansiado día de paga no sale según planeaba, Dom decide intentar restablecer la relación con su hija, de la que se alejó hace tiempo; pero finalmente se ve tentado de nuevo por las tres cosas que Dom Hemingway sabe hacer mejor: abrir cajas fuertes, romper cabezas y destrozar corazones.
Law se sometió a una completa transformación para dar vida a este maníaco pero, paradójicamente, conmovedor personaje. Con una barriga de jugador de dardos, la nariz rota, patillas en forma de chuletas de cordero, una desagradable dentadura y una repugnante cicatriz que emerge bajo un sanguinolento ojo rojizo, es difícil creer que debajo de la desaliñada imagen y el provocador desdén de Dom se halla el mismo actor conocido mundialmente como el prototipo del galán romántico.
Law no ahorró esfuerzos para captar la particular y verdadera personalidad de Dom Hemingway. «Es un hombre explosivo, de lírico lenguaje, siniestro y, no obstante, sorprendentemente divertido», considera Law. «En el fondo, Dom es como todos nosotros, esa especie de extraña combinación del bien y del mal, pero en un grado más extremo».
La comedia de alto voltaje protagonizada por este personaje surgió de la mente del guionista y director Richard Shepard, conocido por la aclamada película, nominada al Globo de Oro, Matador, su ingeniosa y sorprendente vuelta de tuerca al thriller de sicarios que interpretaron Pierce Brosnan y Greg Kinnear en los principales papeles.
Dom Hemingway es pura contradicción. Adorable pero ofensivo, decidido pero peligrosamente desequilibrado, Dom es un hombre de voraces apetitos y perturbados y destructivos anhelos, pero que alberga una afectuosa alma. Tiene una boca que estalla como si fuera una granada de mano, unos «dedos mágicos» que pueden desvalijar cualquier caja fuerte, pero también tiene un corazón que busca aliviar remordimientos muy profundos. Desde el primer momento, los realizadores fueron conscientes de que todas esas contradicciones complementarias resultarían extraordinariamente atractivas para un actor dispuesto a penetrar en los inexplorados límites del excéntrico comportamiento humano, con el fin de alcanzar lo que Stanley Kubrick denominó en cierta ocasión «un estado de éxtasis cómico».
Hasta cierto punto, Shepard apelaba directamente al conflictivo y mafioso clima social del East End londinense, que desde el siglo XVII viene siendo considerado un refugio del crimen, la depravación sexual y los vicios humanos. Pero en el personaje de Dom había algo más: una trascendental cualidad que le hacía representativo de aquellos que, en cualquier lugar, no saben cerrar la boca o no pueden evitar su mezquindad o su tendencia a perjudicar a aquellos que más les importan.
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