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Divagaciones en torno al transhumanismo

La tendencia general en esta nuestra civilización es admirar el progreso tecnológico y depositar en ello nuestras esperanzas como humanidad. En este sentido, el transhumanismo se presenta como adalid del entusiasmo al considerar que el futuro de la especie humana pasa por su fusión con las máquinas.

Así lo apuntan futuristas como Alvin Toffler, convencidos de que nos convertiremos en posthumanos, enriqueciendo nuestra biología con microchips y dispositivos electrónicos. Algo parecido, por cierto, decía Terence McKenna tras sus aventuras psicodélicas en los mundos de la psilocibina. Sólo que él prefería usar la terminología de Teilhard de Chardin y anunciaba la proximidad del “punto omega” en lugar de mencionar la inminencia de la “singularidad” de que hablan los tecnófilos extremos.

En 1997 el ingeniero finlandés y futurista Pentti Malaska aportó al movimiento transhumanista una lista de diferentes opciones de existencia después de la era de los humanos:

  • Bio-orgs: organismos codificados mediante proteínas. El homo sapiens es uno de ellos.
  • Cyborgs: híbridos biológicos y mecánicos. Robocop, para entendernos.
  • Silorgs: organismos de silicio creados a partir de un ADN artificial sobre compuestos de silicio y amoniaco. Para estos, vivir en el espacio exterior no será un problema.
  • Symborgs: organismos simbólicos pero conscientes de sí mismos y autorreflexivos. Estos tipos son algo así como la conciencia en estado puro, vivirán dentro de una red informática al estilo de HAL en 2001: Odisea en el espacioo del más simpático Holly, el ordenador central de El enano rojo.
  • Gran Padre Internet: así llama Malaska al Cerebro Cuántico Global que dominará todo, absolutamente todo, en un mundo donde tanto lo físico como lo virtual serán indistinguibles.

En la figura de Pentti Malaska tenemos un bonito ingrediente para alimentar el morbo de los conspiranoicos, pues fue un veterano miembro del Club de Roma. Para los no conspiranoicos, sólo se trata de una organización que “reconcilia a científicos, economistas, hombres de negocio, funcionarios internacionales y jefes de estado de los cinco continentes quienes están convencidos que el futuro de género humano esta aún por determinar y que cada ser humano puede contribuir a la mejora de nuestras sociedades”.

¿Inmortalidad o deshumanización?

Como forma de transición hacia una era posthumana, el transhumanismo comprende diferentes fases intermedias. El cuerpo humano es el primer y más fácil elemento en ser unido a los componentes mecánicos como mejora de la calidad física de vida, para luego dar paso a la transferencia de la mente a un elemento completamente artificial, un tipo de inmortalidad con que muchos sueñan ya.

«Uploading: Consiste en realizar un escaneo del cerebro humano el cual puede ser destructivo o no para transferirlo a un nuevo soporte el cual seria una computadora o el cerebro entero implementado en software esto permitiría conservar nuestra conciencia e identidad y de esa forma superar la muerte para poder continuar viviendo en otro substrato que no sea nuestro cerebro y además explotar las posibilidades de este nuevo medio.» (WTA)

El futuro transhumanista no consiste en una simple mejora de la vida humana o de una convivencia futura con inteligencias artificiales. El aspecto central es este asunto del “uploading”: se trata de una transferencia de contenidos a un contenedor diferente, ya sea orgánico en el caso de un cyborg, o artificial, como silorgs y symborgs creados a partir de una conciencia humana transferida, no del desarrollo de una inteligencia artificial propiamente dicha.

A este respecto, la pregunta típica gira en torno a las opciones de que sigamos siendo “humanos” tras la transferencia. Y resulta tentador acordarse aquí del concepto de inconsciente colectivo, pues para Jung la decadencia de un individuo radica en el progresivo alejamiento entre su parte consciente y el aspecto inconsciente, puesto que la separación de la conciencia racional con respecto al inconsciente colectivo supone la pérdida del instinto y, por tanto, la desorientación en cuanto a la situación general del ser humano.

El encumbramiento del positivismo supuso, en este sentido, un afán desmedido por suprimir todo lo subjetivo de la experiencia. En el último siglo, el interés que despierta este asunto de la existencia se ha desplazado definitivamente hacia la realidad material. Sin embargo, siempre hay una fuerza opuesta que procura el equilibrio, y no ha de sorprendernos que el estudio de la psique y de la mitología comparada aparecieran en una época de especial pasión por lo mecánico.

¿Acaso la transhumanización nos convertirá en seres desprovistos de cierta “esencia humana”? ¿Contemplará la opción wi-fi para acceder al inconsciente colectivo? Parece un error dar por inexistente algo que se ignora, sólo por el hecho de que no puede ser replicado…

Humanos y máquinas

Además del proceso de fusión, existe también el de convivencia. El transhumanismo considera que las oportunidades ofrecidas por la tecnología están por encima de los problemas sugeridos por la ética, y que debemos prepararnos para un futuro próximo en que la inteligencia artificial heredará la Tierra. Es común, en este sentido, que la defensa de una evolución de la inteligencia artificial y su convivencia con los humanos se base en ese asunto de las tres leyes robóticas de Asimov:

Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.

Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la Primera Ley.

Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.

Estas leyes ya son violadas por los drones y demás artefactos casi autónomos, sólo limitados por una decisión final humana. Y no falta mucho para que esa decisión final esté exclusivamente en manos del aparato. Normalmente, este tipo de leyes hay que programarlas… A ver quién le explica eso al Pentágono y a otras instituciones…

En este sentido, es común la idea de que, una vez alcanzado cierto nivel, la inteligencia artificial adquirirá una autonomía que la hará impredecible. En el film Animatrix, las máquinas someten a los humanos por su propio bien, en una paradójica pero fiel aplicación de las tres leyes de la robótica, puesto que la única manera de proteger al ser humano es salvándolo de sí mismo, ya que su comportamiento es el auténtico peligro.

Detalles…

En abril de 2000, Bill Joy, cofundador de Sun Microsystems, escribió en la revista Wired un largo artículo sobre las amenazas posibles del desarrollo tecnológico tras haberse sentido “incómodo” al leer un avance del libro The age of Spiritual Machines de Ray Kurzweil, una utopía donde el ser humano ha alcanzado la inmortalidad gracias a su fusión con los robots.

Joy cita un extracto cuya autoría no supo hasta después de haberlo leído: el pasaje está sacado del Manifiesto “La sociedad industrial y su futuro” del neoludita John Kaczynski, más conocido como Unabomber. Aunque en su momento no fuera bien conocida la identidad de su autor ‒entre 1978 y1995, Kaczynski se convirtió en un peligroso terrorista y envió una serie de cartas bomba que causó tres víctimas mortales‒, aquel manifiesto no dejó indiferente a muchos en la época, ni siquiera a alguien tan poco sospechoso de compartir las ideas luditas como Bill Joy, en cuanto a la descripción de la situación:

«172. Primero, permítenos postular que los científicos de ordenadores son afortunados desarrollando máquinas inteligentes que pueden hacer todo mejor que los seres humanos. En ese caso, presumiblemente todo el trabajo lo harán enormes sistemas de máquinas altamente organizadas y no será necesario ningún esfuerzo humano. Cualquiera de los dos casos puede ocurrir. Se puede permitir a las máquinas que tomen sus propias decisiones sin supervisión humana o se puede retener el control humano de las máquinas.

173. Si se permite a las máquinas tomar sus propias decisiones, no podemos hacer ninguna conjetura hasta los resultados, porque es imposible adivinar como se comportarán. Sólo señalamos que la suerte de la raza humana estará a su merced. Se puede argumentar que nunca será tan estúpida como para entregar todo el poder a las máquinas. Pero no estamos sugiriendo que la raza humana voluntariamente transfiera el poder a las máquinas ni que estas se apoderen de él deliberadamente. Lo que sugerimos es que fácilmente se permita derivar a una posición de tal dependencia que no tendría elección práctica sino aceptar todas sus decisiones. Como la sociedad y los problemas con que se enfrenta se vuelven más y más complejos, y las máquinas más y más inteligentes, la gente dejará que tomen cada vez más decisiones por ellos, simplemente porque éstas conducirán a mejores resultados que las hechas por los seres humanos. A la larga, se puede alcanzar una etapa en que las decisiones necesarias para mantener el sistema en marcha serán tan complejas que los seres humanos serán incapaces de tomarlas inteligentemente. En esa etapa, las máquinas poseerán el control efectivo. La gente no podrá simplemente apagarlas, porque tendrán tal dependencia que desenchufarlas equivaldría al suicidio.

174. Por otra parte, es posible que se conserve el control humano sobre las máquinas. En ese caso, el hombre medio puede tener control sobre ciertas máquinas propias, tales como su coche o su ordenador personal, pero el control sobre grandes sistemas de máquinas estará en las manos de una minúscula élite simplemente como es hoy, pero con dos diferencias. Debido a la mejora de las técnicas la élite tendrá mayor control sobre las masas y, como no será necesario por más tiempo el trabajo humano, las masas serán superfluas, una carga inútil en el sistema. Si la élite es despiadada, simplemente decidirán exterminarlas. Si son humanos, pueden usar propaganda u otras técnicas psicológicas o biológicas para reducir la tasa de nacimiento hasta que se extingan, dejando el mundo a la élite. O, si ésta consiste en liberales bondadosos, pueden decidir desempeñar el papel de buenos pastores del resto de la humanidad. Para esto, se encargarán de que todo el mundo satisfaga sus necesidades físicas, que todos los niños se críen bajo condiciones psicológicamente higiénicas, que todo el mundo tenga una afición sana para mantenerlo ocupado y que cualquiera que pueda estar insatisfecho reciba un «tratamiento» para curar su «problema». Por supuesto, la vida estará tan vacía de sentido que la gente tendrá que estar diseñada biológica o psicológicamente, ya sea para extirpar su necesidad por el proceso de poder o para hacerlos «sublimar» su impulso por el poder en una afición inofensiva. Estos seres humanos diseñados pueden ser felices en tal sociedad, pero desde luego la mayoría no serán libres. Habrán sido reducidos a la categoría de animales domésticos.» (Manifiesto de Unabomber)

La sublevación de las máquinas

Pero, ¿por qué iban las máquinas a sublevarse contra sus creadores? Además de porque sería una medida para proteger a los humanos de sí mismos, claro.

Existe un fenómeno en el mundo de la robótica llamado valle inquietante (uncanny valley). Se trata de la sensación de rechazo e incluso terror que provocan los robots cuando alcanzan un determinado grado de apariencia humana.

Las teorías para explicar este fenómeno han sido muchas, pero los estudios de neurociencia llevados a cabo en los últimos años sugieren que se debe a una falta de actividad en las zonas cerebrales que se encargan de la empatía. Cuando vemos a alguien realizar una tarea determinada, se disparan las neuronas espejo, que “imitan” mentalmente la acción de otro. De esta forma, el observador se identifica con el observado y experimenta la sensación de ser el otro, comprendiendo así sus actos e intenciones.

La neurociencia divide la empatía en tres categorías: cognitiva, motora y emocional. La primera es fundamental para comprender al otro y el por qué de sus acciones. La segunda se refiere a la habilidad para imitar los gestos faciales o las posturas corporales. La tercera permite sentir lo que otros sienten.

Según las investigaciones, el valle inquietante se debe a  que, al observar al androide, el cerebro tiene una gran dificultad para determinar el estado emocional de tales criaturas. Es decir, la empatía emocional queda suprimida.

A raíz de estos estudios, Kurt Gray, psicólogo de la Universidad de Carolina del Norte, añade que la falta de empatía emocional provoca un estado de incomodidad cuando estamos ate un humanoide con apariencia y comportamientos semejantes a los nuestros porque nos sentimos desarmados ante él. Vemos la sombra de una mente humana que se muestra completamente inaccesible, pero al mismo tiempo sentimos que, por su parte, sí puede empatizar con nosotros, es decir, sabe “de qué vamos”.  Y eso nos coloca en una situación de desventaja.

Una convivencia así no tiene visos de durar mucho, entre tanto complejo de inferioridad de creadores que no quieren ser superados por sus hijos y tanta “criatura” despreciada por su padre. Blade Runner es un ejemplo definitivo de ello, sólo que los Nexus-6 eran muy pocos.

Claro que aquí la solución será la etapa posthumana. Esto es, una vez transferidos a máquinas la empatía ya no será un problema para nadie. O quizás debamos decir para nada…

¿Cuestiones éticas?

Para el filósofo Slavoj Zizek, la bioética que tenemos actualmente es muy mala porque se trata de una ética parcial, una “bio-ética” donde lo que se pierde desde un principio en la composición es la ética. En 2002 científicos de la Universidad de Nueva York lograron implantar un dispositivo de control remoto directamente en el cerebro de una rata, lo que permitía guiarla por medio de un mecanismo similar al de un juguete teledirigido. En la actualidad, ese avance ya está disponible en humanos, y cada cierto tiempo, las novedades en este campo son más sofisticadas y prometedoras. De hecho, cuando usted lea este artículo es posible que estos avances sean todavía más llamativos.

«Aquí la cuestión filosófica es si la pobre rata era consciente de que algo andaba mal, de que sus movimientos eran decididos por un poder ajeno. Y cuando se realice el mismo experimento en un ser humano (que, salvadas las cuestiones éticas, no debería ser mucho más complicado de lo que fue en el caso de la rata), ¿será consciente la persona manipulada de que un poder externo decide sus movimientos? Y en ese caso, ¿cómo experimentará ese poder: como un impulso interno irresistible o como una coerción? Es sintomático que las aplicaciones de ese mecanismo imaginado por los científicos involucrados y los periodistas que dieron cuenta de la noticia tuvieran que ver con funciones de ayuda humanitaria y con la campaña antiterrorista: se sugirió que las ratas (u otros animales) manipuladas podrían usarse en casos de terremotos, para hacer contacto con personas sepultadas, o para atacar terroristas sin poner en riesgo vidas humanas.» (Zizek, El hombre nuevo)

El primer problema de todo este asunto es que la tecnología está inmersa en un contexto de relaciones de poder que funcionan bajo las reglas del mercado, como todo a estas alturas, esto es, la “ley” del máximo beneficio.

Parece imposible escarmentar. En el artículo de Wired antes mencionado, Bill Joy recuerda algunas anécdotas relacionadas con la ingenuidad del entusiasta científico que no se plantea que el mundo está movido por otros intereses ajenos al bien de la humanidad. Así, por ejemplo, en 1959, el físico y premio Nobel Richard Feynman escribió sobre el maravilloso futuro que esperaba a la humanidad gracias a la nanotecnología, y le han acompañado muchísimos otros imaginando hasta el aburrimiento un mundo futuro, ya pasado según las previsiones, donde no existía la contaminación gracias a la labor de nanorrobots.

En los años 80, Eric Drexler escribía sobre un mundo sin escasez alimentaria y con productos cada vez más baratos tras la expansión de la manipulación genética y su combinación con dicha nanotecnología, al tiempo que muchas enfermedades relacionadas con la nutrición serían historia.

En realidad, el problema no es la imposibilidad tecnológica para alcanzar esas metas. Se trata del ser humano y de lo que éste considera un objetivo fundamental por encima de todas las cosas, incluida la especie humana. Un eslógan derivado de la campaña electoral de Bill Clinton en 1992 lo resume bastante bien: “¡Es la economía, estúpido!”. Y no hay más.

De todas formas, en un ambiente así, si mezclamos la capacidad para la transferencia de conciencia con una sociedad donde el “Gran Cerebro Cuántico” domine el mundo, nos toparemos con otra “realidad” filosófica: la de que habitemos un universo virtual al estilo de Matrix Nivel 13. La hipótesis de simulación es una idea según la cual una civilización más avanzada, o nosotros mismos en el futuro, logra insertar la conciencia de los humanos en una ilusión informática. Su principal divulgador es el filósofo de la Universidad de Oxford Nick Bostrom, otro fiel amante de la transhumanidad.

Es curioso que la filosofía y la ciencia se ocupen ahora seriamente de cuestiones que en otro tiempo eran un asunto para especuladores y amantes de los delirios más fantásticos. En fin, sólo cabe atenerse a una cita de Michio Kaku extraída de su libro Física de lo imposible«Una y otra vez vemos que el estudio de lo imposible ha abierto perspectivas completamente nuevas y ha desplazado las fronteras de la física y la química, obligando a los científicos a redefinir lo que entendían por «imposible». Como dijo en cierta ocasión sir William Osler, «las filosofías de una época se han convertido en los absurdos de la siguiente, y las locuras de ayer se han convertido en la sabiduría del mañana»».

Imagen superior: HUMAN+ The future of our species.

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Rafael García del Valle

Rafael García del Valle es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. En sus artículos, nos ofrece el resultado de una tarea apasionante: investigar, al amparo de la literatura científica, los misterios de la inteligencia y del universo.