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Pintura y filosofía: «El imperio de las luces», de René Magritte

Durante muchos años, conviví con uno de los cuadros de la serie «El imperio de las luces» («L’Empire des lumières», 1939-1967), de René Magritte (obviamente, una reproducción). Me fascinaba no saber si representaba un amanecer o un atardecer. Su calculada ambigüedad resultaba chocante. Cada elemento luminoso ‒la farola, el cielo, las ventanas, el reflejo en el agua‒ tenía entidad propia. Es decir, no estaba interferido por los demás.

Creo que es la obra menos metafísica de Magritte, y sin embargo, como en todas las demás, te puedes extraviar en el proceso de analizarla.

Imagen superior: Magritte hizo diecisiete óleos y diez versiones pintadas con gouache de «L’Empire des lumières». Cada uno de ellos es ligeramente distinto de los demás. La primera obra de esta serie reproduce una calle con dos casas y una farola. En 1951, el motivo central de la composición pasó a ser un entorno rural, donde adquiría protagonismo una casa señorial.

La tensión de la pintura occidental (siglos XV a XX) se constituye mediante dos principios. El primero afirma la separación entre representación plástica y referencia lingüística. Las imágenes muestran la semejanza y los textos la diferencia.

El segundo principio se refiere al aspecto representativo de la semejanza: “Lo que veis es aquello” (el lazo que une a la imagen con lo representado). Michel Foucault expone esta tesis en su ensayo sobre René MagritteEsto no es una pipa (1981).

Foucault concluye que Magritte incorpora a sus cuadros los signos verbales (dentro o en el título) y los elementos plásticos, pero lo hace al margen del segundo principio, que introducía el discurso, y lleva la inexistencia del discurso hasta la no identificación. Convierte el cuadro en un objeto inútil porque no intenta representar algo, o más bien, porque la interpretación del cuadro pasa a ser un bucle interminable.

Imagen superior: «La traición de las imágenes» («La Trahison des images», 1928-1929) es el título de otra serie de obras de Magritte. En estos cuadros, se puede leer «Esto no es una pipa» («Ceci n’est pas une pipe».

Según Foucault, “ligados por el marco del cuadro que los rodea a ambos, el texto y la pipa de abajo entran en complicidad: el poder de designación de las palabras y el poder de ilustración del dibujo denuncian a la pipa de arriba, y niegan a esta aparición sin puntos de referencia el derecho de hacerse pasar por una pipa, pues su existencia sin lazos la torna muda e invisible”.

Foucault culmina su ensayo diciendo que “llegará un día en que la propia imagen con el nombre que lleva será desidentificada por la similitud indefinidamente transferida a lo largo de una serie. Campbell, Campbell, Campbell, Campbell».

Imagen superior: «32 latas de sopa Campbell» («32 Campbell’s Soup Cans», 1961-1962), de Andy Warhol. Museo de Arte Moderno de Nueva York, Nueva York.

Refiréndose a Magritte, el crítico de arte Robert Hughes escribe en El impacto de lo nuevo (Galaxia Gutenberg, 2000): “Ningún pintor había llegado a argumentar que ‘Un cuadro no es lo que representa’ con tanta claridad epigramática”.

El mismo Hughes analiza otra obra de Magritte, «La condición humana» («La condition humaine»), de la que existen dos versiones: la de 1933, exhibida en la Galería Nacional de Arte de Washington, y la de 1935, que forma parte de la Colección Simon Spierer, de Ginebra. En opinión de Hugues, este cuadro sugiere que el mundo real es una construcción de la mente. En el fondo, estamos ante las tesis de Henri Bergson. Nuestra imposibilidad de percibir la realidad el mundo, tal y como realmente es, nos provoca vértigo.

Jorge Luis Borges, con su agudeza habitual, indicó que en Tlön («Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», 1940) el mundo no es un concurso (entendido como coincidencia, concurrencia, colaboración) de objetos en el espacio, sino “una serie heterogénea de actos independientes”. A contrario sensu, Robert Hughes cita a Alfred North Whitehead: “El error conceptual que ha acosado a la literatura filosófica durante siglos es la noción de existencia independiente. No existe tal modo de existencia. Cada entidad sólo puede ser comprendida en función de la manera en que está entretejida con el resto del universo”.

Sin embargo, al ver de nuevo «El imperio de las luces» me encuentro más cerca de Tlön que de mi propio mundo.

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Joaquín Sanz Gavín

Contable y licenciado en Derecho.