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Cuidado con los vecinos

Cualquiera que haya acudido a una reunión de vecinos sabe que la convivencia no siempre es fácil; los deseos e intereses del individuo chocan con los estándares impuestos por la mayoría. A través de la figura del vecino, el cine ha hurgado en las rugosidades de la relación entre individualismo y colectividad, entre el Yo y el Otro, entre la imagen que proyectamos de cara a la galería y la oscuridad que acecha desde nuestro interior.

Imagen superior: James Stewart en ‘La ventana indiscreta’

En La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), una de las obras magnas de Alfred Hitchcock, un convaleciente James Stewart se dedica a matar el tiempo espiando a los vecinos del edificio de enfrente. Lo que hasta entonces parecía un “inocente” divertimento se convertirá en un asunto mucho más serio cuando se obsesione con uno de ellos, convencido de que ha asesinado a su esposa. Muchos años después Woody Allen rindió homenaje a este gran clásico en la genial Misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mystery, 1993), una de sus comedias más hilarantes.

Combinando el terror con la comedia de consumo juvenil y tomando numerosos préstamos de La ventana indiscretaNoche de miedo (Fright NightTom Holland, 1985) se sumergía de lleno en la angustia adolescente, picores incluidos. Convencido de que algo raro pasa con su nuevo vecino, el chaval protagonista (William Ragsdale) se dedica a espiarle a través de la ventana de su cuarto descubriendo algo impensable: que se trata de un vampiro con los colmillos bien puestos. Lógicamente, le será muy difícil demostrar a sus allegados que no se ha vuelto loco de remate. En este milenio se estrenó su remake –cómo no, en 3D–,  Noche de miedo (Fright NightCraig Gillespie, 2011), que contó con Colin Farrell y Anton Yelchin a la cabeza del reparto.

Aunque considerada hija bastarda del mencionado clásico de HitchcockDisturbia (D. J. Caruso, 2007) también guarda muchísimos puntos en común con Noche de miedo. Esta cinta flojilla pese a sus referencias vuelve a reproducir la confrontación entre un adolescente problematizado y voyeur (Shia LaBeouf) y un adulto elegante y seductor (David Morse) que oculta secretos de lo más inquietantes, en este caso despojados del componente sobrenatural. Y es que la derivación natural del vampiro depredador del filme de Holland no podía ser otra que la del asesino en serie que camufla sus hábitos bajo la apacible monotonía que gobierna –al menos en aparencia– en los barrios residenciales.

Imagen superior: ‘La semilla del diablo’

La tan cacareada deshumanización que caracteriza a los impersonales bloques de apartamentos de las grandes urbes puede resultar una ventaja. Y es que no siempre resulta una buena idea confraternizar con los vecinos. Si no, que se lo digan a la pobre Mia Farrow en La semilla del diablo (Rosemary’s BabyRoman Polanski, 1968), a la que le costará muy, pero que muy caro, entablar amistad con Roman y Minnie Castevet (Sidney Blackmer y Ruth Gordon), un matrimonio de viejecitos entrometidos y de peculiares aficiones que viven en la puerta de al lado.

Más perturbados todavía resultan los vecinos de La centinela (The Sentinel, 1977), un filme de terror dirigido por el británico Michael Winner, que tres años antes había alumbrado al emblemático vigilante urbano Paul Kersey (Charles Bronson) en El justiciero de la ciudad (Death Wish, 1974). Dos consejos: 1) nunca te fíes de las gangas inmobiliarias (por mucho que te las ofrezca una señora tan elegante como Ava Gardner) y 2) si los habitantes de tu edificio te invitan amablemente a la fiesta de cumpleaños de un gato, plantéate una mudanza de urgencia.

Imagen superior: ‘El quimérico inquilino’

En la claustrofóbica El quimérico inquilino (Le locataire, 1976) un Polanski (nuevamente) en estado de gracia dio una vuelta de tuerca a los conflictos generados por vivir en comunidades opresivas, dando a luz a una de sus obras más neuróticas, macabras y grotescas. El protagonista (encarnado por él mismo) alquila un pisucho en una finca de lo más siniestra, ocupando el lugar de la anterior inquilina, que había finiquitado el contrato tirándose por la ventana. Una obra maestra que, sin embargo, fue totalmente incomprendida en el momento de su estreno.

La atmósfera malsana y el humor negrísimo de El quimérico inquilino han dejado profundas huellas en obras como Delicatessen (Marc Caro y Jean-Pierre Jeunet, 1991), La comunidad (Álex de la Iglesia, 2000) y El habitante incierto(Guillem Morales, 2004), tres ejemplos paradigmáticos de relaciones vecinales perversas.

Volviendo al tema de los chupadores de sangre, El misterio de Salem’s Lot (Salem’s LotTobe Hooper, 1979) jugaba con la posibilidad de que un poderoso vampiro arribara a un tranquilo pueblecito que, como los Estados Unidos de la década de los setenta, acaba sacudido por la enfermedad, el miedo y la paranoia. Esta miniserie televisiva, cuya versión recortada se estrenó en los cines españoles con el título incomprensible de Phantasma II –aunque no guardaba ninguna relación con la película de Don Coscarelli Phantasma (Phantasm, 1979)–, adaptaba la novela de Stephen King publicada cuatro años antes.

Imagen superior: ‘No matarás al vecino’

En la comedia ochentera No matarás al vecino (The ‘burbsJoe Dante, 1989), un trío de vecinos bastante perturbados (Tom HanksRick Ducommun y Bruce Dern) se dedica a acosar a una familia que se ha mudado recientemente al barrio, cuyas extravagancias les parecen sospechosamente criminales. Hay entornos en los que no conviene aparentar ser “diferente”.

En ¿Qué fue de tía Alice? (What Ever Happened to Aunt Alice?Lee H. Katzin, 1969), una distinguida viuda (Geraldine Page), económicamente venida a menos, anda a la caza de los ahorrillos de sus amas de llaves; cada vez que una de ellas desaparece sin dejar rastro,  planta un joven pino en su jardín. Normal que a la señora no le haga mucha gracia tener vecinos, especialmente si estos se hacen cargo de un perro ansioso por husmear y escarbar en su propiedad.

Y qué decir de las hermanas Brewster de Arsénico por compasión (Arsenic and Old Lace, 1944), dos amables y dulces ancianitas residentes en un barrio de Brooklyn con mucha solera. Queridas por todo el vecindario a causa de su modélica conducta, ejercen en sus ratos libres de “compasivos” ángeles de la muerte, ayudando a pobres caballeros solitarios y desarraigados a conseguir la paz eterna con un delicioso cóctel a base de licor de saúco, arsénico, estricnina y una pizquita de cianuro. Esta alocada comedia dirigida por Frank Capra y protagonizada (entre otros) por Cary Grant llevaba a la gran pantalla la exitosa obra teatral de Joseph Kesselring.

Bucear en la podredumbre que se oculta tras la plácida convivencia vecinal en los suburbios residenciales estadounidenses supone un subgénero en sí mismo. En Arlington Road, temerás a tu vecino (Arlington RoadMark Pellington, 1999) la amenaza del terrorismo extiende sus insidiosos tentáculos por todos lados, infiltrándose en una urbanización de clase alta y “contaminando” su idílica existencia. A destacar el duelo interpretativo entre Tim Robbins y Jeff Bridges.

Por el contrario, Matar a un ruiseñor (To Kill a MockingbirdRobert Mulligan, 1962) saca a la luz la corrupción interior, que anida en lo más profundo del corazón de una pequeña localidad sureña. Atticus Finch (uno de los mejores papeles de Gregory Peck) es un noble abogado que se consagra a la defensa de un hombre de color, acusado falsamente de violar a una blanca. Con afán aleccionador y estética costumbrista, la película nos sumerge en los aspectos más oscuros de la “apacible” vida rural, constituyendo un sentido alegato en contra del racismo y del odio irracional a la diferencia, sea de la clase que sea.

Barrios ricos de viviendas independientes, habitados por familias felices y “funcionales”, con cuidados jardines de césped siempre cortado y niños y mascotas impolutas que juegan en ellos… Muchas obras se han consagrado a dinamitar este emblema del sueño (más bien pesadilla) americano, un entorno que, dominado por “el qué dirán”, trata de esconder sus sucios secretos bajo una imagen de anuncio. Series como Weeds o Mujeres desesperadas o películas como Las mujeres de Stepford (The Stepford WivesBryan Forbes, 1975) –adaptación de una novela de Ira Levin que fue llevada al cine de nuevo en Las mujeres perfectas (The Stepford WivesFrank Oz, 2004), con Nicole Kidman ocupando el lugar de Katharine Ross– o Juegos secretos (Little ChildrenTodd Field, 2006),  son ejemplos más que evidentes.

Imagen superior: la familia disfuncional de ‘American Beauty’

Y cómo olvidar la amargura de un Sam Mendes –American Beauty (1999), Revolutionary Road (2008)–, el patetismo y la mala baba de un Todd Solondz –Happiness (1998)– o la grotesca perversión de un David Lynch –Twin Peaks (1990-1991), Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986)–, desenterrando las miserias de este paraíso burgués por excelencia, en el que la sexualidad es pervertida y maquillada bajo un manto de moralina tradicionalista, reprimiendo inclinaciones legítimas pero “mal vistas” (caso de la homosexualidad) y encubriendo en cambio las conductas enfermizas y abiertamente criminales.

Imagen superior: John Belushi, Dan Aykroyd y Cathy Moriarty en ‘Mis locos vecinos’ (1981), de John G. Avildsen

Copyright del artículo © Mª Dolores Clemente Fernández. Publicado previamente en CineMaverick. Reservados todos los derechos.

Mª Dolores Clemente Fernández

Mª Dolores Clemente Fernández es licenciada en Bellas Artes y doctora en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid con la tesis “El héroe en el género del western. América vista por sí misma”, con la que obtuvo el premio extraordinario de doctorado. Ha publicado diversos artículos sobre cine en revistas académicas y divulgativas. Es autora del libro "El héroe del western. América vista por sí misma" (Prólogo de Eduardo Torres-Dulce. Editorial Complutense, 2009). También ha colaborado con el capítulo “James FenimoreCooper y los nativos de Norteamérica. Génesis y transformación de un estereotipo” en el libro "Entre textos e imágenes. Representaciones antropológicas de la América indígena" (CSIC, 2009), de Juan J. R. Villarías Robles, Fermín del Pino Díaz y Pascal Riviale (Eds.). Actualmente ejerce como profesora e investigadora en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).