Guste su cine o no, hay que reconocer que Steven Soderbergh nunca cae en la rutina ni en el forma ni en el fondo de sus películas. En esta ocasión, nos muestra la actualidad de los ejecutivos neoyorquinos y de la prostitución de lujo con un estilo moderno y casi experimental.
Decir moderno tampoco quiere decir que Soderbergh esté inventando la rueda, ya que el estilo visual y narrativo es heredero de un cine alternativo popularizado a raíz del Free Cinema y la Nouvelle Vague, movimientos artísticos surgidos a mediados del siglo pasado y que tuvieron mucho impacto en el cine estadounidense independiente con directores como Warhol o John Cassavetes.
Como en muchas de esas películas, el director fuerza el ángulo, el montaje e incluso el foco de la cámara para ofrecer una visión menos lineal y obvia que en el cine convencional, uniéndolo a unos diálogos de corte naturalista que casi parecen improvisados.
Este tipo de cine es un arma de dos filos, y donde unos ven innovación y originalidad, otros sospechan pose y caradura.
Al menos sabemos que Soderbergh, si aquí nos muestra encuadres oscuros y desenfocados o planos detalle de objetos irrelevantes, no lo hace por analfabetismo disfrazado de arte, ya que el director ha demostrado en más de una ocasión que sabe dirigir con pulcritud y clasicismo, siendo destacable su elegante trabajo en El buen alemán (2006).
Y es que Soderbergh, como sucede con otros colegas suyos como Michael Winterbottom o, en menor medida, Takashi Miike, es aficionado a cambiar de aires con cada película, pasando sin problema y con efectividad del cine minoritario de Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989) al Hollywood más puro con Erin Brockovich (2000) o la ciencia-ficción intimista de Solaris (2002).
Soderbergh domina todo tipo de técnicas, pero también es verdad que, pese a su sabiduría, nunca ha llegado a realizar una película magistral, de esas que dejan una huella imborrable en los espectadores y se convierten en clásicos instantáneos.
Quizá le ha faltado narrar esa Gran Historia, o puede ser que a su cine le falta algo de corazón, quién sabe.
Al menos es un realizador que sabe hacer su trabajo, y su opción en The Girlfriend Experience por la realización impersonal y algo fría es acertada a al hora de hablar de esa gente tan vacía y escasa de interés: los yuppies, que al parecer todavía existen, y cuyo entorno e inquietudes son descritos casi a la manera de un voyeur.
A través de la película, el espectador se enterará de las preocupaciones que despierta en esa subespecie humana la crisis económica mundial o la llegada al poder de Obama.
Resulta tan tierna como irritante una costumbre estadounidense que se refleja muy bien en la cinta: esa afición –derivada de los estragos provocados por el psicoanálisis durante todo el siglo XX en la sociedad americana– por hablar y hablar analizando todas las acciones y pensamientos propios, generalmente para darle vueltas a La Nada, algo que irritaba, recordemos, a la misma Parca en El Sentido de la Vida (Terry Jones, 1983).
En The Girlfriend Experience, cuanto más habla un personaje, más comprobamos que apenas tiene vida interior.
Ni los clientes de la prostituta, quienes no buscan tanto sexo como una ocasión para hablar, ni la propia meretriz, quien escribe un diario tan frío como el del American Psycho Pat Bateman, albergan nada similar a pasiones o ideas interesantes.
Toda la charla de estos tipos, en especial la que pretende ser más inteligente y profunda, no es más que cháchara o, como se diría en inglés, bullshit.
No despierta mucha simpatía ninguno de los personajes, que no son más que una panda de idiotas pagados de sí mismos y, en el fondo, gente asustada con corazas caras. Incluso la protagonista, interpretada por Sasha Grey –la más bella actriz del cine porno, la más nauseabunda en sus películas X y una intérprete más que solvente–, demuestra ser una persona carente de empatía, que no se interesa en nada que no vaya más allá de su cotizado ombligo.
Por esas tristes razones, The Girlfriend Experience es un retrato muy acertado del mundo actual. Y si lo que se muestra no gusta o enfada, eso es síntoma de salud.
Sinopsis
Chelsea (Sasha Grey) cree que tiene su vida bajo control: piensa que su futuro está asegurado porque dirige su propio negocio, gana 2000 dólares por hora y tiene un novio (Chris Santos) que la adora y acepta su estilo de vida, pero cuando tu negocio consiste en hacer soñar a los hombres, nunca sabes con quién te vas a encontrar…
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