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Crítica: «Spiderman 3» (Sam Raimi, 2007)

Continúan los paralelismos entre la saga cinematográfica de Superman y la de Spiderman. En la primera entrega de las aventuras del arácnido justiciero, veíamos como Parker intentaba hacerse un lugar en la ciudad, entrando a trabajar en la redacción más dicharachera del periódico más urbano, justo como en el Superman de Donner. En las segundas entregas de ambas series, el héroe renunciaba a sus poderes por amor y por estrés, recuperándolos por que «un gran poder conlleva una gran responsabilidad». Y ahora, como Clark Kent en el vilipendiado Superman III, Pete se mete de lleno en El Lado Oscuro, convirtiéndose en un capullo de cuidado.

Eso es, al igual que pasa en el mundo real, todo aquel que cede a las penumbras de su alma no se transforma en uno de esos malos que nos gustan en la ficción, de pose y mirada super-cool, con el poder liberador que da el desinhibir todos los deseos más ocultos y, en definitiva, hacer lo que a uno le sale de los bajos. No, el Spiderman Oscuro (como el Superman Oscuro) no es un malo fascinante. Es un capullo egoísta, un bravucón engreído que se ve a sí mismo como el tipo más poderoso y enrollado de Nueva York, aunque los demás le vean como al mentecato que es. Y es que la gente mala suele ser ridícula: pensemos en cualquier dictador o en el ultra del barrio.

En Spiderman 3 el héroe debe enfrentarse a tres villanos, nada menos, pero en realidad, el enemigo principal es el ego desbocado de un pringado al que, de repente, todo le va bien (el chapapote-simbionte es una mera excusa para que todo sea más caricaturesco).

No hay mucha sofisticación en la historia: una moralina sencilla relatada con ese estilo honesto e ingenuo de los tebeos clásicos de Marvel que tan bien sabe trasladar a la pantalla el gran Sam Raimi. Y es que, pese a sus ya legendarios alardes visuales (de hecho en esta película las escenas de acción son demasiado mareantes y consoleras, sin llegar a alcanzar la brillantez de la secuencia del metro en Spiderman 2), el bueno de Sam es un clasicote de cuidado. No hay más que comprobar el candor con el que filma a los personajes, desde las casi fordianas conversaciones entre Peter y la tía May a la presentación «RKO» de Mary Jane cantando Falling in Love Is Wonderful.

Pese al Spiderman Oscuro, no se debe buscar en esta película la sordidez psicológica de, pongamos, Batman Begins. Entre otras cosas, porque la araña no es el murciélago, y sus desventuras siempre han tenido que ver más con la angustia adolescente y con la marginación social que con las peligrosas obsesiones del demente de la capucha y la capa. Ese tipo de tortuosidades las suelen sufrir los «villanos» a los que se debe enfrentar El Hombre Araña, habitualmente cercanos a los trágicos monstruos clásicos. En esta ocasión, como siempre que pasa cuando uno mete demasiados personajes en una película, los «malos» parecen ligeramente desaprovechados. La poderosa presencia y voz de Thomas Haden Church pide más minutos en pantalla, al igual que las fauces de Venom, casi todo el rato escamoteadas a favor de una cutre inserción digital del rostro del siempre cómico Topher Grace sobre el cuerpo de la monstruosa criatura.

Lo cómodo de Spiderman 3 es que es igual de buena y mala que las otras. Posee unos efectos especiales no demasiado creíbles, actores metidos en su papel (por mucho que se diga, Kirsten es una mujer bella y una actriz competente a la que incluso perdonamos Maria Antonieta) y estructura de culebrón tan sencilla como libre de pretensiones. Así pues, si uno ha aborrecido o no le han convencido las anteriores entregas, ya sabe a qué atenerse. Lo mismo se aplica para los fans del Spidey cinematográfico.

Y sí, vuelve a aparecer Bruce Campbell. Por supuesto, Él es lo mejor de la película.

Sinopsis

Todo le va bien a Peter Parker: Nueva York por fin ama a Spiderman, su amada Mary Jane (Kirsten Dunst) debuta en Broadway y su relación es tan magnífica que ha decidido pedirle matrimonio. Sí, todo le va bien a Peter Parker. Quizá demasiado bien…

Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.

Vicente Díaz

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Europea de Madrid, ha desarrollado su carrera profesional como periodista y crítico de cine en distintos medios. Entre sus especialidades figuran la historia del cómic y la cultura pop. Es coautor de los libros "2001: Una Odisea del Espacio. El libro del 50 aniversario" (2018), "El universo de Howard Hawks" (2018), "La diligencia. El libro del 80 aniversario" (2019), "Con la muerte en los talones. El libro del 60 aniversario" (2019), "Alien. El 8º pasajero. El libro del 40 aniversario" (2019), "Psicosis. El libro del 60 aniversario" (2020), "Pasión de los fuertes. El libro del 75 aniversario" (2021), "El doctor Frankenstein. El libro del 90 aniversario" (2021), "El Halcón Maltés. El libro del 80 aniversario" (2021) y "El hombre lobo. El libro del 80 aniversario" (2022). En solitario, ha escrito "El cine de ciencia ficción" (2022).

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