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«Chew» (2009-2016), de John Layman y Rob Guillory

Cualquiera diría que todas las historias ya están contadas. Pensándolo bien, quizá sea así, y sigamos combinando en el cóctel de la ficción los mismos ingredientes que ya se usaban en la Antigüedad clásica. En todo caso, no me negarán que aún es posible retorcer esa serie de tramas, con sus consiguientes estereotipos. De hecho, en las páginas de Chew (junio de 2009-noviembre de 2016) tenemos un buen ejemplo de cómo se puede reconvertir exitosamente el género policiaco por medio de ocurrencias bastante demenciales.

El personaje principal de Chew es Anthony Chu, un agente de la U.S. Food and Drug Administration (FDA). Hasta ahí, ninguna novedad. La gracia consiste en que Tony es un cibópata, es decir, un tipo que recibe una impresión psíquica del pasado cuando muerde o traga cualquier sustancia. Puede ser algo comestible –visualiza el pez en la caña cuando saborea un sandwich de atún–, o tan inusual como ese cadáver cuya carne le permite saber cómo fue asesinado el fiambre.

Escrito por John Layman y dibujado por Rob Guillory, este lanzamiento de Image Comics ganó el premio Eisner –ahí es nada–, y disfruta de una legión de seguidores que conecta con su rapidez narrativa, su espiral de humor absurdo y sus tramas enloquecidas y desvergonzadas.

El escenario en el que se desenvuelve cada entrega es siempre el mismo: una Norteamerica devastada por la gripe aviar, que dejó 23 millones de víctimas, y donde comer pollo o cualquier otra ave de corral es algo tan temerario como ilegal.

Casi sobra añadir que, en ese mundo alternativo, mutaciones –llamémosle superpoderes– tan surrealistas como esa cibopatía que distingue a Chu son algo sumamente habitual.

El número 7 de la serie ‒uno de mis preferidos‒ desarrollaba varias líneas argumentales. La principal tiene que ver con una serie de casos de combustión espontánea, en cuya investigación sale a relucir la Iglesia de la Divinidad de los Óvulos Inmaculados, una secta de adoradores de los huevos. Resulta que la suma sacerdotisa de dicha secta, la hermana Alani Adobo, pretende acabar con cualquiera que consuma pollo, y en consecuencia, declara una guerra santa con esta contundente advertencia: «El pollo es muerte».

Chu cuenta con la ayuda del agente John Colby, que antaño fue uno de los mejores policías de Filadelfia. Colby, cuya cara quedó desfigurada por un cuchillo de carnicero cuando perseguía al traficante de pollos D-Bear, aceptó unirse a la FDA a cambio de una reconstrucción facial, y ahora su rostro parece el de un cyborg.

Está claro que Layman y Guillory se ganaron a pulso un éxito descomunal. No obstante, conviene advertir al lector: Chew no es un cómic para todos los gustos. Está especialmente dirigido a los amantes del humor absurdo, las situaciones disparatadas y los personajes carnavalescos. Quienes participen en ese juego, sin duda lo disfrutarán.

Sinopsis

Tony Chu, el agente federal cibópata con la habilidad de obtener impresiones físicas de lo que come, regresa a la acción. Esta vez deberá lidiar con unos terroristas devotos del culto al huevo que han declarado la guerra santa todos los seres humanos que comen pollo.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes © Planeta DeAgostini Comics. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.