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«El juego de los abalorios» (1943), de Hermann Hesse

La ciencia-ficción –como en general toda la literatura de género– ha sido a menudo despreciada silenciosamente por aquellos que se consideran guardianes y practicantes de la alta cultura. Pero de vez en cuando alguno de ellos encuentra que una ambientación futurista puede servir a sus propósitos. Fue el caso del escritor alemán naturalizado suizo Hermann Hesse y de la obra que ahora comentamos. Eso sí, la élite intelectual nunca reconocerá que el libro en cuestión pueda encuadrarse en un género menor como la ciencia-ficción.

El juego de los abalorios está ambientado en un futuro indeterminado pero que puede deducirse es el siglo XXV. Tras las brutales guerras del siglo XX y la decadencia cultural que se experimentó, la sociedad de ese futuro decidió formar una Orden intelectual de carácter monástico cuya misión consistiera en preservar la herencia intelectual y cultural de la Humanidad. Para ello, se les cedió un territorio en Europa Central al que se pasó a conocer como Castalia. Como si fuera una especie de Vaticano secular, Castalia es un lugar reservado exclusivamente para el ejercicio del intelecto, un micromundo académico sustentado por teorías, análisis, interpretaciones y debates y del que se hallan ausentes la política, la economía o la tecnología, pero también la acción, la creatividad, la experimentación y la originalidad. Se preserva lo ya existente, sí, pero no se crea nada nuevo.

La misión de los austeros intelectuales que allí moran es la de preparar a los muchachos más jóvenes para el acontecimiento ceremonial supremo de la Orden, una especie de rito secular llamado Juego de Abalorios. Su exacta naturaleza no se aclara, pero las reglas se adivinan extremadamente complejas, ya que requieren profundos conocimientos interdisciplinares. Recurriendo a un amplio alfabeto en el que conceptos como la música, los teoremas matemáticos y los postulados filosóficos son representados mediante símbolos gráficos parecidos a caracteres chinos, los jugadores construyen un mapa que saca a la luz paralelismos y relaciones ocultas entre campos del conocimiento aparentemente independientes.

El narrador de la novela detalla la vida y ascenso del protagonista, Joseph Knecht, educado en esa cultura fría y analítica, pero que, atípicamente para las costumbres de la Orden de Castalia, también ha disfrutado de la influencia de dos subculturas que perviven fuera de ese territorio. En el Bosque de Bambú, bajo la tutela del Hermano Mayor, un exiliado de Castalia, aprendió a meditar, jugar al I-Ching, leer y estudiar a los sabios de oriente. Más tarde, en un monasterio benedictino, fue el invitado del Padre Jacobo, con quien discutió de política, religión, filosofía, música e historia. De unos y de otros, Knecht aprendió todo lo necesario para participar en el Juego y ascender en la jerarquía de la Orden hasta alcanzar el cargo de Magister Ludi, el Maestro del Juego.

Rebelde e iconoclasta al tiempo que brillante, Knecht empieza a cuestionarse su lealtad a la Orden y la utilidad de ésta si ha de permanecer aislada del mundo real, incapaz de influir en él y provocar cambios. Su crisis espiritual le llevará a tomar una decisión inaudita en Castalia.

El juego de los abalorios consta de una novela narrada por un cronista del futuro en el que está ambientada; tres historias cortas («El hacedor de lluvia», «El padre confesor» y «La vida india») presentadas como trabajos de la juventud de Knecht en los que imagina cómo podría haber sido su vida de haber nacido en otro tiempo y lugar; y trece poemas que contribuyen a cimentar el tema central de la obra: cómo la pérdida de la propia identidad y el rechazo al interés egoísta lleva a la redención y a un nuevo despertar.

Tres años después de publicar este libro y en buena medida gracias a él, Hesse ganaría el Premio Nobel de Literatura. Como su último título editado en vida, El juego de los abalorios constituye la culminación de su carrera, un resumen y ampliación de las mismas ideas que había venido explorando en obras anteriores a través de personajes cortados por el mismo patrón. Aquí tenemos la crítica al sistema educativo de Bajo las ruedas, la historia de transición a la madurez de Demian, el viaje espiritual de Siddartha y el conflicto entre los mundos reales y académicos de Narciso y Goldmundo. Viaje al Oriente podría servir de preludio a esta novela que ahora comentamos y, de hecho, algunos de los acontecimientos de aquélla son mencionados en el primer capítulo de ésta.

Así, al final de su vida literaria (aunque murió en 1962, tras esta novela sólo publicó relatos cortos y poemas de menor relevancia), Hesse consiguió sintetizarlas todas en un solo volumen. Pero ello no quiere decir necesariamente que sea la mejor escrita. No lo es. Aquellos interesados exclusivamente en los aspectos más, digamos, espirituales de la obra de Hesse la encontrarán reiterativa y aburrida respecto a trabajos anteriores. Además, no es un libro fácil de leer y sus primeras cien páginas son lo suficientemente áridas como para que muchos lectores decidan abandonarlo. Su agobiante detallismo a la hora de describir la política y organización de Castalia convierten esa parte casi en un ingrato trabajo institucional. Igual morosidad encontramos en la narración biográfica de Kecht y la relación con sus escasos amigos.

Aunque el ritmo mejora bastante en la segunda parte, la ambientación y la atmósfera siempre superan ampliamente el interés del escaso argumento, por lo que aquellos que busquen acción quedarán totalmente defraudados. La historia es aburrida, pero no hay que perder de vista que lo que en realidad tenemos entre manos es un libro de contenido filosófico, una disertación disfrazada de ficción futurista sobre la forma en que pensamos y conocemos.

Aquellos que deseen entrar en profundos y sesudos análisis de este libro no tendrán problemas en encontrarlos en Internet, escritos además por gente más capacitada que yo y con un conocimiento exhaustivo de la obra de Hesse. En lo que a mí respecta, me pareció interesante el comentario sociopolítico que se puede extraer del libro. Cuando renuncia a su cargo de Magister Ludi, Knecht escribe una carta detallando sus motivos: sus colegas –los intelectuales, los sabios, los científicos– son conscientes de su propia importancia para la sociedad, pero han fracasado estrepitosamente a la hora de transmitirla a la gente que les debe apoyar. Dan sus existencias por supuestas, pero lo cierto es que, a causa de su alejamiento del mundo real, corren el riesgo de que un día éste llegue y desmantele su torre de marfil.

Hasta cierto punto, no es una obra que deba tomarse demasiado en serio. Hesse se revela aquí como un humorista practicante de la sátira, un autor maduro que comprendía las ironías de la vida y que escribió este libro para lectores capaces de reírse de ellas. Pero es un humor muy sutil y personal y, por tanto, no necesariamente del gusto de todos.

Sin embargo, por muchas alabanzas que puedan encontrarse de esta novela escritas por gente fascinada por el mundo espiritual de Hess, a mi parecer ésta fracasa en dos aspectos centrales: su núcleo central y su protagonista.

Empecemos con el segundo. El libro empieza afirmando la gran importancia de Joseph Knecht como el mejor jugador que haya participado jamás en el Juego. Después de él, éste nunca volverá a ser el mismo. Este énfasis se repite una y otra vez a lo largo de la historia. Mientras tanto, asistimos a la evolución de un agradable e inteligente estudiante cuyo potencial es reconocido por todos los que se encuentra en su camino; se convierte en profesor a una edad temprana primero y asciende a Magister Ludi después, logro que le hace merecedor de mención en los libros de historia; se menciona que siempre que dirige un Juego, lo hace bien; y luego envejece, charla con la gente, tiene sus dudas e inseguridades… para terminar muriendo de forma ridícula y carente de sentido. Luego revisamos sus escritos juveniles, incluidos como epílogo del relato principal, en los que se sigue subrayando la importancia de su persona… y al final, tras ochocientas páginas, desconcertados, seguimos sin saber la razón de que este individuo sea tan inmensamente relevante.

Porque, de hecho, nunca se nos llega a decir que Knecht haga otra cosa más que ser un tipo agradable y competente en su trabajo. Su vida es tan aburrida que no merece siquiera una biografía, especialmente cuando otros personajes con los que se relaciona, como el Maestro de Música y su capacidad para transcender su humanidad, son más dignos de interés.

El otro gran fracaso de la novela es, precisamente, lo que debería ser su motor: el Juego. Éste parece ser una actividad ritual al tiempo competitiva y colaborativa, que, como hemos dicho al principio, consiste en escoger conceptos de disciplinas aparentemente inconexas y conseguir asociarlas; por ejemplo, encontrar una pauta común en una pieza de música barroca y un antiguo edificio chino. Es lo que hoy llamaríamos pensamiento lateral y que Hesse asocia con la genialidad: solucionar problemas mirando más allá de la apariencia y descubriendo o intuyendo relaciones ocultas entre elementos a simple vista independientes. Se trata de encontrar formas nuevas de adquirir conocimientos, compararlos y analizarlos.

Esa idea de que todas las disciplinas académicas puedan codificarse e interactuar entre ellas y que alrededor de eso pueda construirse un juego competitivo que sólo podrían comprender y jugar un tipo muy concreto de sabios, es ciertamente, cautivadora… para una historia corta quizá. Pero Hesse se empeña en construir sobre ella un coloso digno de la profundidad de tal concepto. Lo que debería haber sido un somero vistazo a una idea colosal y profunda, no tendría que haberse encarnado en un libro cuya hipertrofiada extensión presuponga su profundidad intelectual.

Aún peor, Hesse no consigue transmitir –puede que ni siquiera tuviera idea de ello– en qué consistía tal juego exactamente. Algunos seguidores de su obra, basándose en las impresiones que ellos mismos habían sacado del libro, imaginaron posibles juegos que casaran con el concepto, pero el propio Hesse nunca lo hace. Cuanto más suspense genera prometiendo una brillante revelación del secreto del juego, peor es el desengaño al no obtener el lector ni siquiera un retazo del mismo. Quizá sea demasiado pedir que Hesse describa un juego práctico que se ajuste a la idea subyacente, pero es que no hubiera sido necesario. Bastaba con bosquejar una parte de él, dejar caer un detalle aquí y otro allá en las conversaciones de los personajes… No es que se dejen huecos para que el lector los llene, es que debe cubrir océanos enteros.

Por fin, cuando hemos dejado atrás el grueso del libro, llega el (único) juego diseñado por Knecht durante su estancia en el cargo de Magister Ludis… y resulta que no hay tal juego. Knecht prepara con anterioridad un complejo ejercicio y luego el resto de jugadores lo representan, quizá añadiendo detalles a su propio albedrío pero ajustándose a una estructura predeterminada. Resulta que el Juego no es realmente un juego. Nadie está jugando. No hay objetivos, ni premios. Es una especie de performance artistica tan compleja y abstrusa como silenciosa.

Como suele suceder en este tipo de obras y con Hesse en particular, me siento incapaz de recomendarla sin reservas por mucho que a este tipo de autores la élite intelectual –que tanto critica aquí el escritor– les tenga incondicionalmente subidos a un altar en detrimento de otros escritores más, digamos, populares. A algunos El juego de los abalorios les resultará fascinante por su contenido filosófico; a otros les aburrirá soberanamente y lo considerarán un libro tan autocomplaciente como vacío. Y todos tendrán razón.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".