Clint Eastwood se convirtió en estrella internacional e icono cinematográfico cargándose (elijan término que prefieran: destrucción, deconstrucción, reinvención) la figura del héroe de wéstern, el héroe estadounidense por excelencia dentro de la breve mitología de un país tan joven. Bajo la batuta de Sergio Leone y Don Siegel, el caballeroso cowboy modelo personificado por Roy Rogers o (salvo en ciertas ocasiones) por John Wayne daba paso a un tipo poco amable, agresivo y cínico.
Eso sí, el antihéroe de Eastwood mantenía una característica esencial del héroe americano desde sus comienzos: la rebeldía. El rechazo a la burocracia, al Gobierno, a los ricos y poderosos. El héroe americano puede amar su país o ayudar al prójimo, pero siempre siguiendo sus propias normas y luchando contra la autoridad.
En los últimos tiempos, el director Clint Eastwood ha llevado a la pantalla distintos héroes americanos más o menos recientes. En principio, podría parecer que nos encontramos ante películas patrioteras y facilonas. Es cierto que a ratos se acercan a fábulas sencillas, con personajes algo esquemáticos, pero siempre encierran sombras que pueden pasar desapercibidas a los ojos del espectador/crítico contemporáneo, como sucedió con la siniestra El francotirador (2014).
Según nos cuenta la película (dejemos la realidad documental para los documentales), Richard Jewell es un buen tipo que siempre quiso ser policía para servir a los demás. No es un idiota, pero tampoco el hombre más brillante del mundo, y sobre todo, es eso que llaman una persona inmadura. Se nos muestra como un individuo con todo el empeño y no pocos conocimientos ni recursos, pero sigue siendo un niño gordo. Vive con su madre (prácticamente un delito Estados Unidos) y colecciona armas. A primera vista, nunca dudarías que esta sebosa muestra de white trash es el culpable de haber colocado una bomba en un concierto. Pero no lo es. No lo fue. Richard Jewell encontró la bomba y alertó a las autoridades. Salvó vidas, de hecho, y casi acaba en el corredor de la muerte por ello.
El espíritu de Capra sobrevuela esta película sobre poderes corruptos y mezquinos que se intentan aprovechar de la ingenuidad de pobre Richard, un excepcional Paul Walter Hauser rodeado de tremendos intérpretes, entre los que destaca ese “robaplanos” que es Sam Rockwell, que encarna al personaje más complejo del film, el rebelde abogado del protagonista. Los muy atractivos Jon Hamm y Olivia Wilde ejercen de pareja de villanos: un agente del FBI inepto y una reportera ambiciosa y sin escrúpulos.
Richard Jewell habla principalmente del desamparo del individuo frente a la maquinaria estatal y del daño que hacen los juicios paralelos. Asuntos que están de máxima vigencia no solo ahora mismo, sino en cualquier otro momento.
En realidad, Clint Eastwood vuelve a hablarnos, más que de temas, de personas. Al margen de polémicas, el director dibuja a un personaje idealista que choca de frente con la realidad de aquello que idealiza. Se trata aquí de la pérdida de la inocencia, en resumidas cuentas.
¿Conseguirá este jarro de agua fría amargarle su carácter al protagonista? ¿Qué es preferible? ¿Renegar de todo o mantenerse fiel a uno mismo, pese a que el mundo entero te diga que no lo hagas? Ahí está el verdadero meollo de esta pequeña película.
No hablamos de una de las obras maestras del director de Sin perdón, pero sin duda podemos disfrutar plenamente de este cine tan anticuado (en el buen sentido de la palabra).
Sinopsis
Richard Jewell era un guardia de seguridad de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 que descubrió una mochila con explosivos en su interior y evitó un número mayor de víctimas al ayudar a evacuar el área poco antes de que se produjera el estallido. En un principio, se le presentó como un héroe cuya intervención salvó vidas, pero posteriormente Jewell pasó a ser considerado el sospechoso número uno y fue investigado como presunto culpable.
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