La grandeza de la trilogía original de Posesión infernal, o Evil Dead, como se prefiera, no residía en el gore y los efectos de maquillaje, que había ‒y muchos‒, para gozo del aficionado. No, lo que hace diferentes a aquellas películas es el trabajo tras la cámara de Sam Raimi que, a falta de presupuesto (en especial en la primera entrega), hacía que el Mal desatado por un antiquísimo grimorio poseyera a la propia película, de modo que el espacio y el tiempo se distorsionaban al gusto del director, quien ejercía de dios cruel y travieso empeñado en hacerle la vida imposible al protagonista.
Todo podía pasar en aquellas películas, donde la lógica de los viejos dibujos animados de Tex Avery o Chuck Jones suponía un salto adelante respecto a la fórmula de películas de posesiones instaurada por El exorcista. Al dejar la religión de lado (los demonios kandarianos parecían ser mucho más antiguos que las religiones monoteístas), estos films lanzaban al espectador a un torbellino imparable de sustos, risas y sorpresas.
El remake de 2013, producido por los creadores originales y dirigido por Fede Álvarez, ofrecía gore y horror «serio» de calidad, pero no dejaba de ser otra película de miedo más, carente de la magia propia de las cintas de Raimi (ni de la gozosa serie de televisión Ash vs Evil Dead, si nos ponemos), y lo mismo sucede con esta nueva entrega, que más que una secuela, viene ser una nueva incorporación a una franquicia, que es lo que se lleva ahora (como se explica en Scream VI).
Teniendo en cuenta todo esto, que se puede resumir en un «las comparaciones son odiosas», conviene olvidarse de las películas originales, e incluso del remake, y ver Evil Dead Rise desde cero. Es más, es de agradecer que cualquier espectador primerizo pueda acudir al cine a ver la película y comprenderlo todo, perdiéndose como mucho los guiños a los films originales, algo forzados (como la pizzería Henrietta).
Tras un prólogo gore, ruidoso y forestal, la acción se calma para narrarnos una historia que, en papel, suena parecida a la de la película Venus: una mujer soltera, farandulera e independiente vive un momento de crisis y acude a casa de su hermana, una apesumbrada madre cuyas constantes desdichas han sido ignoradas por su descastada hermana. Además, la acción transcurre en un viejo bloque residencial condenado a la demolición, donde se desatan las fuerzas malignas. Por lo demás, cada película toma derroteros diferentes a los del film de Balagueró.
Evil Dead Rise tarda bastante en entrar en el territorio que el fan busca, con una primera mitad donde el drama familiar chichinabesco ocupa más metraje del deseado. En ese tramo todo se centra en una protagonista (Lilly Sullivan) agobiada por un embarazo no deseado y su hermana (Alyssa Sutherland), algo harta de todo y a cargo de tres niños guays algo repelentes.
La segunda porción de la película se desprende de toda esta innecesaria justificación dramática y se lanza a la fiesta gore esperada, llena de posesiones espectaculares y con los espíritus malignos trasteando con los inquilinos y el propio edificio, en especial con un viejo ascensor que, entre otras cosas, recrea una de las imágenes más famosas de El resplandor (Si tenemos en cuenta que Stephen King detesta la adaptación de Kubrick, parece un mal gesto de los productores hacia el novelista, cuya recomendación fue clave para vender la Posesión infernal original).
El director Lee Cronin (Bosque maldito) lleva a cabo un trabajo decente, pero de nuevo la película carece de la maestría y originalidad de Raimi. Se plantea como una cinta de gore y sustos más, en la que caben influencias tanto del cine español de terror como del asiático. Por ejemplo, retoma la nutrida tradición de «terror en bloque de pisos» tipo Demons 2, [REC], Cazafantasmas o, salvando las distancias, el Inferno de Dario Argento. Pero que nadie busque aquí un remedo del Polanski de Rosemary’s Baby o El quimérico inquilino.
En general, Evil Dead Rise es una película de terror que mantiene la calidad (donde los efectos digitales apenas se notan, en beneficio de los tradicionales «analógicos»), que se disfruta perfectamente como eso que los gringos llaman «película de medianoche» y no defrauda, si no se le pide estar a la altura de las películas de Sam Raimi y Bruce Campbell.
Destaca, por encima de todo, el soberbio reciclaje profesional de la australiana Alyssa Sutherland, en su momento top model célebre por sus interminables piernas y aquí dispuesta a dar miedo y asco en su caracterización de madre tatuadora, transformada en nefando deadite, que es como se llaman los posesos en esta franquicia. Su interpretación se lo pone difícil a la actriz protagonista Lily Sullivan, que hace lo que puede a cargo de una heroína demasiado insulsa para lo que se demanda en un film de este tipo.
Con sus más y sus menos, se agradece lo que parece ser una casi-independización de la cabaña y del grimorio de toda la vida, con todas las posibilidades futuras de que eso ofrece.
Sinopsis
Posesión infernal: El despertar se traslada fuera del bosque y se interna en la ciudad. Cuenta la intrincada historia de dos hermanas separadas, interpretadas por Sutherland y Sullivan, cuyo reencuentro se ve interrumpido por la aparición de demonios que poseen carne y que las empujan a librar una primitiva batalla por la supervivencia mientras se enfrentan a la versión de familia más pesadillesca que podamos imaginar.
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