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Crítica: «No mires arriba» («Don’t Look Up», 2021)

Hace tiempo que la proximidad entre el mal periodismo y la mala política anuncian un desastroso desenlace. Como el silbido de un tren que está a punto de arrollarnos, esa trivialidad populista que aflora de todas las pantallas ‒grandes y pequeñas‒ nos indica que la civilización occidental se ve amenazada por una peligrosa epidemia de mediocridad, acompañada por una permanente distracción colectiva.

En su momento, Stanley Kubrick ya hizo un satírico balance en la feroz ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964). En fechas más recientes, títulos como Idiocracia (Idiocracy, 2006), de Mike Judge, o Mars Attacks! (1996), de Tim Burton, volvieron a destacar la vulgaridad y la estupidez como si fueran una epidemia.

Adam McKay parece asumir la misma certeza. Me refiero a la evidencia de que ya no es la madurez lo que predomina en la experiencia colectiva, sino una creciente infantilización, cifrada en el estrépito de las redes sociales, el vocerío político, la ignorancia voluntaria, el moralismo excluyente y el retorno a ciertas formas tribales de pensamiento.

En este sentido, No mires arriba parte de una premisa prometedora. Dos científicos, la estudiante de doctorado Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) y el profesor Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), descubren un cometa que provocará la inexorable destrucción de nuestra especie. Pero cuando ambos anuncian el apocalipsis, se topan con la irresponsabilidad del poder político, representada por la presidenta Janie Orlean (Meryl Streep), la frivolidad de la prensa, personificada por la presentadora Brie Evantee (Cate Blanchett) y la fría ambición de las multinacionales tecnológicas, encarnada por el magnate Sir Peter Isherwell (Mark Rylance).

Aunque McKay desarrolla la historia en términos de comedia disparatada, reconocemos en ella la irreversible decadencia que caracteriza a este siglo XXI. En una década bendecida por los avances tecnológicos y por las mejoras en el bienestar colectivo, despreciamos todo aquello que nos hizo prosperar (la ciencia, la educación exigente, la cooperación…), y en lugar de ver las cosas tal y como son, decidimos idiotizarnos de todas las formas imaginables.

Es una lástima que lo que podría ser una gran película, con un trasfondo poderoso, se vea lastrada por arritmias y baches que acaban restando brillo al resultado. Es casi seguro que un montaje más exigente hubiera redondeado el producto final.

Por otra parte, echo de menos algo más de valentía. En el fondo, No mires arriba elige la diana de sus dardos sin correr riesgos. A estas alturas, criticar a la América profunda es un recurso facilón y nada corrosivo, lejos de la primera línea de fuego.

¿Dónde están las críticas a los académicos, a la élite progre o a los activistas que sacan hoy partido del contagio emocional? Si lo que pretendía McKay es interpretar nuestro mundo a través de una lente deformante, lo cierto es que esta caricatura, aunque tiene virtudes, se queda algo coja y tiende a ser monocorde.

Sinopsis

Dos astrónomos emprenden una gira mediática para avisar a la humanidad de un cometa que va a impactar con la Tierra. ¿Cuál es la respuesta de un mundo apático? «¡Bah!».

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Hyperobject Industries, Bluegrass Films, Netflix. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.

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